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Para muchos menores, las viviendas de la Escuela Santiago Uno suponen encontrar por primera vez un ambiente familiar. Sin embargo, lograr este clima de concordia no está exento de dificultades. El director de la Escuela, profesor y educador, Jesús Garrote, reflexiona sobre la situación de la normativa y la protección del menor a raíz del asesinato de una educadora a manos de dos adolescentes de 14 y 15 años y una de 17 con la experiencia que le da tres décadas de trabajo con menores procedentes de situaciones de exclusión. «Los educadores estamos expuestos con las actuales leyes y acabamos siendo sospechosos o maltratadores», traslada y pone algunos ejemplos: «Sujetar a un chico que va a agredir a otro o tratar de impedir que hagan cuestiones delictivas puede acabar con una denuncia para el educador».
El «cóctel molotov», como define Garrote, se vuelve muy complicado para los educadores debido, a su juicio, a que cuentan con «la desconfianza de la administración, el agobio de la burocracia a la que están obligados a dedicar más tiempo que a la educación y la sospecha social provoca que haya pocos profesionales que ni vistiéndose de superhéroes puedan con ello». «Un educador con ocho menores puede quedar completamente sometido». Por ello, defiende que las normas se hagan atendiendo a los que conocen la realidad, más allá de «expertos en atención a menores que no han tratado con uno en su vida».
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No obstante, el director de Santiago Uno recuerda que en «casos aislados» como el de Badajoz falla la sociedad. «Los menores no son demonios ni todos son criminales. Si ocurre esto ha fallado el sistema de protección a la infancia». Como ejemplo, reconoce los problemas que hay para abordar la salud mental en la infancia, los problemas psiquiátricos o los intentos de suicidio que no acaban resolviéndose en los recursos sanitarios. O en el ámbito legal donde han tenido constancia de menores que se estaban prostituyendo o drogándose junto a un mayor de edad, pero ni los educadores ni la Policía podían hacer nada al ser mayores de 16 años y decir que no estaban en contra de su voluntad. «Si no se resuelven sus problemas de salud mental o emocional pueden producir atentados por no haber puesto los recursos adecuados», reconoce.
También lamenta la corriente social «que denigra» a los menores protegidos con la generación de etiquetas y estigma social obviando que son «niños a los que les ha faltado afecto». «La sociedad solo juzga y culpabiliza sin aportar soluciones».
La Escuela Santiago Uno nació hace medio siglo. Lo hizo de la mano de los escolapios y estaba enfocada a dar formación agraria a chicos de pueblos que habían fracasado en el ámbito escolar. Unos inicios que, durante este medio siglo, han acabado en un centro muy diferente. Casa Escuela Santiago Uno se ha convertido en un centro clave para ayudar a menores en riesgo de exclusión social aportándoles una formación profesional y una vocación de servicio.
Enseñanzas que ahora no solo se circunscriben al ámbito agrario. Hostelería, mecánica, soldadura, jardinería, gestión forestal e integración social completan la oferta educativa. El objetivo final es que los chicos adquirieran una cultura, pero que también se comprometan socialmente, adquieran una responsabilidad en el trabajo y logren un espíritu crítico. Y lo logra, ya que el 20% de los 90 trabajadores son antiguos alumnos. El trabajo engloba la labor que se realiza desde las ocho casas de protección que tiene Casa Escuela Santiago.
El trabajo engloba la labor que se realiza desde las ocho casas de protección que tiene Casa Escuela Santiago, tres de ellas en León, responsables en muchos casos de la tutela de menores que han visto como su familia biológica, adoptiva e incluso de acogida, los han abandonado. También desde el centro Lorenzo Milani, instalaciones a las que se sumó hace unos años la Fundación Mil Caminos, que ha recibido la herencia del trabajo realizado por el padre Antonio Romo en Puente Ladrillo. Ellos son ahora los gestores de una quesería, un rebaño de 600 ovejas o un huerto ecológico que da oportunidades a personas inmigrante y en exclusión social.
Las iniciativas van más allá de las paredes del centro, destacan los responsables de Casa Escuela Santiago Uno. El mejor ejemplo es el proyecto de cooperación «Llenando escuelas», gracias al cual los menores han contribuido a recuperar una decena de colegios en Marruecos durante sus vacaciones de verano. O en mantener vivo el ropero de Puente Ladrillo o un proyecto de costura en Paraguay.Su labor también se traduce en colaboraciones con el propio Ayuntamiento de Salamanca, ya que son partícipes del proyecto Life, en el que los jóvenes se encargan de instalar nidos para pájaros, crear oasis para mariposas o impartir charlas de botánica a otros estudiantes. Actividades a la que suman la gestión del centro de recuperación de aves de las Dunas, clave para concienciar a los más pequeños de la importancia del medio ambiente.El futuro también está muy presente en el día a día de Casa Escuela Santiago.
Ellos también luchan contra la despoblación, con la recuperación de viñedos y olivares abandonados en la provincia. Y buscan anticiparse, razón por la que en septiembre pondrán en marcha en Puente Ladrillo una ludoteca con la que ofrecer una alternativa a los niños del barrio que los aleje de problemas cmo el consumo de drogas.
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