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Puente Ladrillo es sinónimo de esfuerzo, de sudor, de trabajo y de unión entre vecinos que, desde la necesidad, pasaron a formar una gran familia. Las primeras edificaciones del barrio aparecen a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, coincidiendo con la llegada del ferrocarril a la capital, en agosto de 1877. Surge como un asentamiento de obreros ferroviarios al margen de la ciudad y debe su nombre a un peculiar puente de ladrillo rojo muy estrecho que a día de hoy se conserva en la parte más antigua del barrio y que cruzaba la vía del ferrocarril en dirección a Madrid. El ganado de los primeros moradores del barrio lo cruzaba en tiempos de trashumancia. Puente Ladrillo aparece en la periferia de la ciudad con una identidad poco definida entre pueblo y barrio. Tarda mucho tiempo en ser reconocido como esto último. En los años sesenta, el barrio contaba con un total de 700 habitantes.
En la década de los setenta, comienza a tomar forma el asociacionismo vecinal en lo que no era más que una pequeña zona de casas bajas ajena a la ciudad y separada de esta por largos caminos sin asfaltar.
A finales de los ochenta, el edil Jesús Málaga decide dar comienzo a una expansión, creando la segunda zona del barrio con la construcción de los primeros edificios de protección oficial y la creación del parque Tomás Bretón, actual corazón del barrio. En esa época, también llegan al barrio las primeras conexiones con los barrios cercanos mediante transporte público, algo que incita a la aparición de nuevos negocios, centros escolares y mayores servicios para los residentes.
El 'boom' inmobiliario de finales de los noventa y la primera década del siglo XXI, convirtió a este distrito en uno de los barrios salmantinos con mayor crecimiento del número de habitantes, dejando atrás los tiempos en los que sus vecinos eran una población envejecida y con poca perspectiva de futuro, y transformándose en una zona residencial que ha atraído en la actualidad a cientos de familias jóvenes.
La gran peculiaridad de las primeras casas de Puente Ladrillo fueron los materiales con los que se levantaron. Se construyeron con unos bloques caseros elaborados de arena, cal, cemento y escorias resultantes de la combustión del carbón en las calderas de las máquinas del tren. «Muchas casas tenían árboles frutales como higueras, manzanos, membrillos, almendros y parras», explica Santiago Velayos, del colectivo Escuela Abierta de Puenteladrillo.
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También quiso poner el foco en la legalidad en las primeras adquisiciones de solares: «Las primeras casas se hicieron de forma legal y comprando los terrenos. A partir de los 60, hay una segunda ampliación del barrio en la que se empiezan a levantar viviendas de forma ilegal, en una situación de anarquía en la que el Ayuntamiento no es capaz de hacer un ordenamiento», afirma. El precio de los solares era muy reducido, aproximadamente de una peseta el metro cuadrado y las viviendas estaban mal acondicionadas y con falta de higiene y servicios.
Según la información aportada por el colectivo Escuela Abierta, formado por los vecinos Flori, Isi, Ángel y Santiago que trabajan en la reestructuración de la historia del barrio, prácticamente el 90% de los primeros moradores del siglo XIX y XX fueron obreros ferroviarios: obreros de vías y obras, guardafrenos, maquinistas, fogoneros, jefes de tren, enganchadores, mozos de estación, camareros y cocineros de la estación del ferrocarril, capataces, guardas jurados, limpiadores de coches y muchos otros oficios de la empresa Renfe. La gran mayoría fueron hombres, aunque también hubo alguna mujer. La fabrica de zapatillas Tejisa, la fabrica de gaseosas, Mirat y la fabrica de harinas Santa Elena también generó algunos puestos de trabajo en el barrio.
El colectivo asegura a este medio que la gran mayoría de ellas se dedicaban a tareas del hogar y relacionadas con la familia. Asimismo, en muchas de esas viviendas se criaban animales y las mujeres se encargaban de su cuidado. En primavera, estas iban a escardar para 'ganar unas pesetillas', mientras que en verano iban a 'espigar' para alimentar al ganado de cada casa: gallinas, conejos, cerdos y otras especies. El salario base de gran parte de moradores del barrio era de entre 35 y 40 pesetas.
Según los vecinos de Escuela Abierta, desde la construcción del barrio hasta la década de los 60, Puente Ladrillo estuvo adscrito a la parroquia salmantina de Sacti-Spíritus. El párroco de dicha iglesia, Heliodoro Morales y un colaborador de ese templo, el padre Eduardo Arnau, fueron los encargados de impulsar la construcción de una iglesia en el barrio de ferroviarios. Heliodoro Morales explica en sus memorias cuál fue el punto de partida para la construcción del templo en el año 1961. «Hemos elaborado de acuerdo con el barrio un proyecto de templo y centro social con un presupuesto de 1.400.00 pesetas y contamos solo con 500.00 pesetas de Cáritas Diocesana y el Obispado», explica.
La parroquia de Santa María de la Asunción fue inaugurada el 9 de Febrero de 1964 y a su lado, surge un centro social que es inaugurado poco después. El templo se levantó en unos terrenos de Renfe «sin permiso municipal ni planos», explica el sacerdote en su biografía. Todo esto se consiguió en gran medida gracias a la mano de obra de los vecinos y su implicación en la construcción de ambos proyectos que contribuirían a dinamizar al barrio. Estos dos puntos canalizarían durante las próximas décadas el gran carácter solidario muy marcado en las gentes del barrio.
«Si hay una característica en la construcción de Puente Ladrillo es la importancia de esas personas anónimas que lo han hecho», asegura el vecino Santiago Velayos. La luz llegó a Puente Ladrillo a mediados de los 50, con tres calles iluminadas en un principio, aunque «unos años más tarde llegó al interior de las casas», recalca. El agua llegó a las casas de Puente Ladrillo a mediados de los 60 gracias a la mano de obra y predisposición absoluta de los vecinos. «En aquellos tiempos las necesidades eran muy grandes. Los propios vecinos picaron más de un kilómetro de zanja en sus ratos libres y el servicio de basuras llegó también muy tarde», explica Velayos.
El sacerdote Heliodoro Morales repasa en sus memorias la situación del 'problema del agua' de Puente Ladrillo a principios de los 60. «La fuente más próxima al barrio está a 1.200 metros y los vecinos tienen que transportarla en cántaros con carretillos de mano. Muchas veces vi a niños muy pequeñitos en invierno transportando el agua», afirma. Según el eclesiástico, «colaboraron en la creación de la zanja hombres, mujeres y niños» y finalizó en 1964.
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