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Es hora de presumir de lo nuestro. Lo nuestro es la tauromaquia, un símbolo de identidad y orgullo de España. La frase y la bandera las luce Manuel Diosleguarde en la camiseta, justo un mes después de que Caminante a punto estuviera de segarle la vida de una brutal cornada en Cuéllar (28 de agosto).
Este domingo se cumplen 35 días del percance más grave del año y el recién alternativado diestro salmantino aún sigue en el hospital. Tiene el muslo de la pierna derecha abierto, de manera literal, desde la zona inguinal de la pierna hasta la rodilla. Ni todo el dolor, ni la angustia de una recuperación a la que le ha costado pero que, por fortuna, empieza a ver la luz, ni siquiera el flirteo con la muerte a la que ha saludado, pueden con su ilusión de ser figura del toreo: “Estoy deseando volver a torear”.
De momento ya tiene el reconocimiento y la admiración de toda la profesión. Manuel Diosleguarde recibe a LA GACETA en la habitación 413 del Hospital de Salamanca, donde llegó el 19 de septiembre procedente del hospital de Valladolid. Una muleta y una espada descansa apoyada en la columna de la habitación. Estremece verla. La última vez que la cogió salió prendido del pitón de Caminante, que le infirió una cornada de 25 centímetros en el Triángulo Scarpa del muslo derecho, le afectó a la safena, le partió la femoral y por allí se le iba la vida camino de la enfermería en la que se encontró las manos prodigiosas y salvadoras de Marta Pérez, que fue quien obró el milagro.
“Había visto el toro por la mañana en los corrales y no me gustaba...”, recuerda Manuel Diosleguarde al poco de comenzar la conversación. “No me transmitía buenas sensaciones. La cara, los ojos, tenía una mirada de loco... Me tocó en el sorteo y lo quise echar el primero para quitármelo cuanto antes, pero la cuadrilla y mis apoderados me convencieron que era mejor que saliera en sexto lugar. Y así lo hicimos. El toro tuvo emoción, mucho movimiento, le costaba humillar, me esperaba siempre con la cara alta. A la hora de entrar a matar, así me esperó, puede que yo me equivocara, que lo tocara antes de tiempo. Y ahí me echó mano”. Así recuerda Diosleguarde todo lo que sucedió antes de la brutal cornada. De aquella suerte suprema salió su vida pendiendo de un hilo.
¿Qué recuerda de aquello?
—Desde que me mete el pitón soy consciente de que la cornada es muy fuerte. Me dolía muchísimo, una barbaridad. Lo que en cierto modo me tranquiliza es que veo que no me sangra, hasta que llego a la enfermería, luego ya sí, recuerdo como caía la sangre por los dos lados de la mesa de operaciones... Allí ya fue todo muy rápido, unos minutos muy cortos y a la vez muy largos.
¿Sintió que era un momento crítico?
—Sí noto que la gente se puso muy nerviosa. Recuerdo cómo la cirujana pedía más luz, que no había mucha luz... Me impactó muchísimo cuando me meten el aspirador de la sangre en la pierna para aspirar y el ruido que hacía. Y de repente cómo me ponen todas las mascarillas de oxígeno... En ese momento me agarré fuerte al brazo de Pedro, mi mozo de espadas, que fue el último que salió de la enfermería en aquellos dos, tres minutos antes de que me durmiera. En aquel momento la pierna ya era un torrente de sangre... Entonces ya solo quería que me durmieran cuanto antes.
¿Uno llega a pensar que se muere?
—Nunca llegué a pensar en algo más allá de la cornada ni de una gravedad mayor. Nunca llegué a pensar que me voy a morir (le cuesta decirlo), pero sí que era muy grave.
De ahí en adelante y en todo este tiempo, ¿qué es lo más duro? ¿La cabeza piensa más de lo que uno quiere?
—Uno le da vueltas... La cornada es la que es pero me pilla en un momento en el que estaba convencido y preparado. Soy consciente de que si me pongo delante del toro puede pasar esto. Ni soy el primero ni seré el último.
Cuando arranca en esta profesión sabe a lo que se expone... pero ¿uno llega a pensar tanto como lo que sufrió?
—Uno está mentalizado. A lo mejor no piensas que pueda llegar algo tan fuerte pero sabes que puede pasar.
Ahora, ¿qué es lo que más le asusta?
—Lo que quiero es que todo quede como antes. Que la pierna funcione bien, que el riego de la pierna no falle.
¿Le guarda rencor a ese Caminante de Cebada que casi le quita la vida?
—No, para nada. Al final hay que sacar lo positivo. Quiero quedarme con que ese día corté tres orejas, di un toque de atención. Son cosas que pasan, al final tampoco solo fue culpa suya. Yo me tiré encima (en referencia a la suerte suprema) porque sabía que si lo mataba por lo alto y bien le cortaba las dos orejas... el destino quiso que fuera así.
Se tira a matar así, como dice, con esa rectitud. En busca de un triunfo, pero no deja de ser en Cuéllar, una plaza tan modesta. ¿Qué les lleva a cruzar esa línea sabedor de que la recompensa ahí no será tanta como la apuesta?
—Tenía cinco corridas de toros, esa era la cuarta... Cada vez que salgo a la plaza tengo que salir a puntuar, sea Cuéllar, sea Madrid o sea Sevilla.
¿En ningún momento piensa o pensó abandonar y no volver a torear?
—Quiero volver a torear cuanto antes, en cuanto pueda. El toreo es mi vida, es lo que me hace feliz. Y sin torear me quedaría vacío.
¿Merece la pena tanto esfuerzo, sacrificio y dolor por seguir adelante?
—Todo merece la pena. Aunque en el toreo digan que no hay reconocimiento, yo creo que sí lo hay. Cuando una persona se entrega y da su vida por el toro y vive por y para el toro, al final ese premio llega. Tarde más o menos.
¿Qué le lleva un mes después a coger de nuevo una muleta y la espada?
—Hasta ahora ni lo había intentado (lo hizo el miércoles justo el día que se cumplía un mes del percance). Antes ni se me había pasado por la imaginación, pero ya por dentro necesitaba volver a sentir otra vez.
¿Puede más el dolor de una cornada así o la ilusión de volver a torear?
—La ilusión de volver a torear, sin duda. Esto se pasa, es tiempo seguramente y será una anécdota que contaré en un futuro; pero la ilusión de volver a torear es muy grande.
Tras el dolor de la cornada, otro barrera será superarla a nivel mental, ¿teme que le afecte psicológicamente?
—No sé (sonríe tímidamente). Es algo que iremos viendo, espero que no.
¿Sabe por qué llegó la cornada? Muchas veces esas dudas juegan en contra del torero y alivian cuando se sabe porqué sucede...
—Sé por qué pasó, creo. Al final creo que fue más una apuesta que un error. Sabía que a ese toro si lo mataba le cortaba las orejas. El error fue que, tal vez, lo cité antes de tiempo y esperé a arrancar más de lo debido. Pasó así. El destino había puesto a Caminante en mi camino. No hay que darle más vueltas.
¿Qué sintió al coger esa muleta?
—Ufff! Casi no podía con ella (risas) pero me hacía falta. Lo necesitaba, cogerla y sentir.
¿Y no da un poco de escalofrío?
—Los primeros días cuando me decía José Ignacio, intenta torear con las manos, me costaba... No me salía. Y fíjate hoy un mes justo, le pedí que me la trajera y la verdad es que muy bien.
¿Cómo ve el futuro?
—Espero que tenga su recompensa, pero no quiero que en la plaza me vean con pena. Soy consciente de que esto se olvida y tengo que seguir dando motivos cada día.
¿Un percance como este abre puertas?
—El año que viene te lo digo...
¿Qué duele más, una cornada así o el olvido de las empresas cuando aún con triunfos no llaman?
—La cornada se pasa, dentro de cinco o seis meses no me voy ni a acordar. Puede doler más que cuando llegue el momento de volver a torear y no te pongan.
Al dolor, le acompañan triunfos...
—Toreé cuatro corridas de toros y corté diez orejas. Eso es importante.
¿Vale más el triunfo que el drama de la cornada?
—Una vez leí al maestro Joselito que un torero no puede dar pena ni fracasado ni herido. Y eso a mí no se me ha ido de la cabeza, esa lección la tengo muy presente siempre. Nunca quise dar pena, siempre he intentado sacar una sonrisa incluso en un momento tan duro como este. Es mi manera de pensar y son mis ideales.
¿Qué tiene el toreo para que ni con pasajes tan al límite como este no os quite la ilusión por seguir adelante?
—Los toreros tenemos otra forma de pensar distinta al resto. Vivimos por y para una profesión y cuando vives con esa intensidad, si es lo que quieres y te gusta, no hay límite. Seguiré luchando con todas mis fuerzas hasta lograr mi sueño.
¿Y si después de pagar este peaje, pasa el tiempo y no se consigue?
—No pasa nada. Habré hecho lo que me gusta, me habré esforzado en hacer y conseguir lo que quiero. Y estaré tranquilo porque he empleado mi vida en lo que realmente quiero. Si hiciera otra cosa no sería igual de feliz que toreando.
¿A qué lleva o qué implica ponerse un traje de luces?
—Compromiso. Al final si te pones el traje de luces te tienes que comprometer. Si estás viviendo para esto y vas a salir a la plaza para no comprometerte y ofrecer tu vida, de nada vale. Yo si me visto de torero es con la mentalidad de darlo todo para llegar a ser algún día alguien importante.
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