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Julio Robles se santigua antes de iniciar un paseíllo en La Glorieta.
La huella imborrable de Julio Robles

La huella imborrable de Julio Robles

Este sábado 9 de julio se cumple medio siglo de la alternativa de Julio Robles en la Monumental de Barcelona (9 de julio de 1972). Allí nació la estela de un torero genial al que le costó romper en figura hasta los años 80, entonces firmó una década prodigiosa que se truncó cuando el toro Timador se cruzó en su camino y mandó al torero al infinito

Viernes, 8 de julio 2022, 14:27

“Cuando disponga de dinero lo primero que haré será un chalecito en Ahigal. Sí... creo que es lo primero que haría. En el campo soy feliz, soy feliz en Ahigal, con mi familia y con los amigos de siempre, por aquellas calles empinadas y torcidas, con suelo de pizarra, entre los olivares o por las eras”, confesaba Julio Robles a LA GACETA en una entrevista que se publicó el 9 de julio de 1972 el mismo día de la alternativa, donde rememoraba también los orígenes de quien no había cumplido aún los veinte años: “Desde que me recuerdo quise ser torero. En la escuela toreaba con la chaqueta. Seguro que el ambiente de La Fuente de San Esteban influyó, seguro... Y creo que la primera vez que me puse delante de una vaca, en un tentadero en la finca de Casasola, fue cuando tenía algo menos de diez años”. Entonces ya mostraba su gratitud al maestro Paco Pallarés que reconoció que fue quien más le había ayudado: “Por él toreé diez novilladas sin caballos en 1968. La primera fue en La Fuente y luego en Lumbrales, Villavieja de Yeltes...”.

Alternativa de Julio Robles en la Monumental de Barcelona.

Maletilla no fuí nunca, pero tampoco torero señorito, aunque encontré facilidades... En casa siempre se me ayudó. Mi padre fue el primero en comprarme un capote, un traje, los trastos de matar... Él siempre ha sido muy aficionado y me entendió”. En 1969 ya le comenzó a apoderar Paco Gil y le llevó al debut con caballos al año siguiente (Lérida, 10 de mayo). De las veintiseis novilladas picadas que toreó aquella temporada se quedaba, al que entonces apodaban ‘Minuto’, con la faena que hizo en un festival en Arenas de San Pedro (Ávila), en el que actuó junto a Antonio Bienvenida, Paco Camino y El Viti. En 1971 ya se desató la rivalidad entre Robles y El Niño de la Capea, que se pusieron al mando del escalafón novilleril; Julio llegó a torear cuarenta y seis festejos, y en uno de ellos sufrió su primer percance, en el coso de Dax (Francia). Entonces Robles ya tenía asentado su cuartel general en el hotel Monterrey de Salamanca, donde vivía. Y así llegó a la campaña del doctorado, antes de aquella tarde tan soñada por todos los toreros Julio Robles había sumado otras quince novilladas más. Dos de ellas fueron en la plaza de Las Ventas de Madrid, la tarde de la presentación el festejo se quedó de manera improvisada en un mano a mano con Capea por el percance que sufrió Angelete en el primero. Tal fue el ambiente que ambos dejaron que la empresa decidió anunciar a los dos espadas salmantinos de nuevo en Madrid el domingo siguiente (18 de junio de 1972), y ahí pusieron el cartel de ‘No hay billetes’ en una tarde de una expectación desbordante que forma ya parte de la historia de Las Ventas. Pese a que muchos pensaban entonces que tanto él como Capea debían haber aguantado más tiempo en el escalafón menor, Robles consideraba que ya estaba listo para dar el salto: “El momento justo es ahora”, decía en aquella entrevista con contundencia. “Ya estoy rodado como novillero, por eso cuando nos los propusieron hace un par de meses lo aceptamos”. Y a partir de ahí su apoderado Paco Gil ya había cerrado un buen número de corridas de toros con Chopera (en los cosos de Bilbao, Logroño, Almería, Vitoria, Salamanca...).

“Ya tengo los billetes de avión para mis padres y hermanos”, manifestaba Julio Robles emocionado en la entrevista al saber que le iban a acompañar en Barcelona en una tarde tan significativa. Un salmantino se hacía doctor en tauromaquia en la Monumental junto a dos primeras figuras del momento. Una alternativa de lujo. La corrida no terminó de embestir. Clarinero, número 71, se llamó el toro de la ceremonia, de Juan Mari Pérez Tabernero, que brindó al público, Camino cortó la única oreja. Robles dio una vuelta al ruedo en el sexto que dedicó a sus padres, en una tarde de tremendo calor, en la que vistió un terno blanco y oro. La campaña la terminó con 22 corridas de toros de forma precipitada. Un Galache al que desorejó en Valladolid le propinó una de las ocho cornadas que sufrió en su carrera.

La gran debilidad de La Glorieta

Robles no falló ni una sola edición a la Feria de Salamanca. Desde su alternativa hasta el ciclo de 1989, ya no pudo cumplir el triplete que tenía firmado en la edición de 1990, poco más de un mes después del drama de Béziers. Siempre fue una debilidad de la afición charra. Se convirtió en uno de los emblemas de La Glorieta en la década de los 70 y 80. Desde que el 13 de septiembre de 1972 se presentó como matador de toros —apenas mes y medio después de haber tomado la alternativa— en una tarde gloriosa en la que cortó tres orejas y un rabo a los toros de Dionisio Rodríguez y los aficionados se lo llevaron a hombros por Torres Villarroel hasta la Puerta de Zamora, hasta la inesperada última actuación de 1989 en la que cortó cuatro orejas en otra función histórica en la que encabezó un cartel con Espartaco y Rafael Camino, que también le acompañaron a hombros. Entre medias de una y otra Robles fue el consentido de Salamanca, en tardes de explosión efervescente en los mano a mano con Capea de los cuatro primeros años de los 80 y también de la gloria charra de aquella terna histórica de la que presumió y gozó La Glorieta junto al propio Capea y El Viti en la década de los 70. La explosión de los dos nuevos valores junto al maestro ya consagrado en aquel momento disparó la Feria de Salamanca que creció como nunca habría hecho para pasar de los cinco espectáculos con los que arrancó en los 70 a los nueve del abono de 1990 que tenía Robles como una de sus principales estrellas aunque ya no llegara a torear porque, contratado y lanzado a lo más alto, se interpuso en su camino el toro Timador una tarde de mal fario en Béziers, apenas una semana antes de que se presentaran las combinaciones del ciclo charro que ya sería para siempre la primera sin él.

Natural ayudado de Julio Robles, con la figura erguida y relajada, a un toro de Atanasio Fernández en La Glorieta.

Ese periplo en La Glorieta tuvo el prólogo novilleril de una tarde triunfal en la apertura de la Feria de 1971, mano a mano con Capea en la que se repartieron, a partes iguales, seis trofeos de los utreros de Buendía. Luego llegarían las 43 corridas de toros en 18 ferias: lidió 90 toros, les cortó 49 orejas y dos rabos, 15 las coronó por la puerta grande.

Salamanca y La Glorieta fue su plaza, su Feria y su mejor fortín. Y aquí, ante sus paisanos se hizo grande y se sintió más figura que en ningún sitio. Espoleado siempre en su eterna y electrizante rivalidad con Capea con quien peleó siempre por el trono charro. El de Chamberí fue más figura que Robles, en cotización, en número contratos y en tiempo en la cúspide, en esas dos décadas aunque La Glorieta siempre fue un escenario diferente donde Robles se crecía y espoleaba más que en ningún sitio. Salamanca vivió aquellas dos décadas su época de esplendor. Y ahí Julio Robles fue una de sus debilidades y sus estrellas. Y acabó iluminando muchas más ferias.

Camino, Robles y Espartaco, a hombros en La Glorieta en 1989.

La citada brutal voltereta del toro Timador que fulminó la carrera en los ruedos de Julio Robles hizo que ya no llegara a la Feria de septiembre de aquel año 1990 en la que estaba previsto que hiciera de nuevo tres paseíllos en el coso charro. Su forzada ausencia terminó abriendo el doblete de aquel serial a Litri y Julio Aparicio. La de 1990 iba a ser la décima Feria de Salamanca en la que Julio Robles, en el mejor momento de su carrera, estaba contratado para actuar ante sus paisanos en tres ocasiones: La primera fue en 1975, su cuarto año de alternativa, 1977, 1980, 1981, 1985, 1986, 1988 y 1989. También cerró tres tardes en el ciclo de 1987, en el que solo pudo comparecer una sesión debido a la grave lesión de abductores que arrastraba y que únicamente le permitió torear el último festejo del triplete contratado ante los toros de Joaquín Buendía, perdiendo las anteriores de El Puerto de San Lorenzo y también la de Aldeanueva.

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