El 19 de agosto de 2023 Simón Casas -empresario de la plaza de toros de Las Ventas-, en el callejón de la plaza de toros de Guijuelo, le dijo a Manuel Diosleguarde que le iba a dar la confirmación de alternativa en el próximo San Isidro. No a escondidas. Hasta le dio el nombre de alguna primera figura del toreo como padrino de la ansiada y esperada ceremonia. Aquella tarde de Guijuelo, Diosleguarde, pletórico, cortó cuatro orejas ante Sebastián Castella y Alejandro Talavante. La forma de entrar a matar a aquellos dos toros -como ya sucedió en abril el día de su reaparición- resultó reveladora de que el torero había vuelto muy en serio. Ese San Isidro del que le habló Simón a Manuel ya está en la imprenta, se presenta mañana en una gran gala en el propio escenario venteño y no hay ni rastro del torero salmantino en las combinaciones de la feria más importante de la temporada. Antes, cuando el toreo era justo y la vida más ordenada y seria, los contratos importantes se hacían de palabra y valía un apretón de manos. Algo tan simple como serio. Hoy, esa misma palabra para lo único que sirve es para dejar en evidencia a más de uno. Este es un ejemplo. No el único.
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No vale la palabra. Ha perdido su valor. Y tampoco los triunfos en el ruedo y menos la sangre derramada de quien se atreve a vestirse de luces. Un torero jamás debe de apelar a la pena ni a la lástima para pedir una contratación ni tampoco un trofeo, pero un empresario sí deber ser sensible y, cuanto menos, justo ante los méritos y los hechos de lo que pasa y se hace delante del toro.
Manuel Diosleguarde se tiró a matar a un toro en puntas de Cebada Gago una tarde de verano de 2022 en un pueblo de tercera, en Cuéllar -que por cierto el año pasado también ninguneó al torero como ha hecho ahora Simón Casas en Las Ventas- y aquel «Caminante» le dinamitó la arteria y la vena femoral de la pierna derecha en una cornada brutal que a punto estuvo de costarle la vida. Aquella noche de verano estuvo más muerto que vivo. Así, como suena. Tuvo la suerte de caer en las prodigiosas manos de una eminencia de la cirugía taurina, la doctora Marta Pérez, que hizo la mejor faena de la temporada y de muchas temporada evitando que el toreo se volviera a vestir de luto. Aquella prodigiosa salvación dio paso a casi cuarenta días del torero en el hospital, con el muslo abierto (de manera literal) desde la zona inguinal hasta la rodilla, media docena de operaciones, un futuro incierto; una recuperación sacrificada, constante y titánica, una salvación milagrosa y una pastilla de Adiro (medicamente para facilitar la circulación de la sangre y prevenir trombos) como mal menor de por vida, más allá de los fantasmas y los miedos de una pesadilla en la que descubrió el lado más amargo, angustioso y doloroso del toreo. Eso no lo proclama Diosleguarde, eso lo escribo y lo recuerdo yo. Para reactivar la memoria de los desmemoriados.
El torero se encargó de salir en hombros en las cuatro corridas de toros que toreó después de la alternativa en 2022 antes del percance y en seis de las ocho de la pasada temporada. La de su feliz y triunfal reaparición. La de la vuelta a la vida. Y al toreo. La de las promesas incumplidas, también. Esas cosas deberían de saberlas los empresarios igual que saben que tienen que atender a quienes anuncian bajo una poderosa recomendación a la que no se atreven a decir que no, ni plantan cara. Es más fácil y más sencillo ser valiente ninguneando al pobre que atendiendo al poderoso.
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