Son felices prohibiendo. Y los son, ellos y su cuadrilla de tertulianos a sueldo, difamando una realidad que no existe. Desde que Ernest Urtasun se hizo cargo del Ministerio de Cultura, no se ha concedido ni un solo premio a la tauromaquia: ya dejó ... fuera a esta representación artística y cultural de las medallas de Bellas Artes y ahora fulmina el Premio Nacional de Tauromaquia, al que destinaban una cantidad anual de 30.000 euros tan miserables como ellos mismos y como sus propios argumentos. Mediocres. Este departamento considera que los Premios Nacionales deben de ser «fiel reflejo» de las valoraciones y sentimientos de la sociedad, según fuentes de Cultura, sin reparar en la historia, relevancia y aportación de la tauromaquia tanto artística como culturalmente; e importándoles una mierda el impacto económico de este espectáculo, sin reparar, no solo en las miles de familias de que viven de este espectáculo, en la aportación de la tauromaquia a las arcas del Estado.
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No les importa. Eso lo omiten, lo ignoran y lo pasan por alto para centrarse en las minucias con las que se dan el gusto de alardear de su mediocre progresismo amparado en el desconocimiento unas veces y en la mentira malintencionada otras. Los toros son un negocio redondo para las arcas públicas: el segundo espectáculo de masas del país, proporcionó en las últimas temporadas 45 millones de euros en concepto de IVA a la Agencia Tributaria sólo por la recaudación en las taquillas.
Según un estudio de la Universidad de Extremadura, la tauromaquia como industria cultural produce anualmente un impacto económico de 1.600 millones en España. Los festejos taurinos generaron en 2019 (prepandemia) una recaudación por venta de entradas cercana a los 345 millones, cifra que no solo no se redujo en 2022, sino que aumentó hasta el entorno de los 400 millones.
Pero Urtasun, personaje que alardea de anti, se regodea de felicidad desprendiéndose de la minucia de 30.000 euros que destinaba a un Premio como única aportación económica superviviente del Estado a la tauromaquia. Ese es su desembolso. Ese es su orgullo en busca de ir en contra de todo lo taurino y de lo que huele a España, alejados de la realidad social. Miran para otro lado cuando La Maestranza se abarrota hasta en una docena de las quince tardes de la última Feria de Abril, cuando a una semana del inicio de San Isidro, ya se han colgado cinco «no hay billetes» en las taquillas, cuando se llenan las plazas de los pueblos o cuando un milagro como el de Marco Pérez, con apenas 16 años, es capaz de agotar las entradas casi diez días antes de su presentación en la provincia de Salamanca, llenando hoteles, bares y restaurantes.
Y no solo eso. La tauromaquia cuenta con el aval cada vez mayor de un público joven que vive con pasión el toreo y se indigna con mediocridad de la mentira. El puntillazo a un premio no nos quitará la ilusión de sentarnos en el tendido de una plaza de toros donde se aprende más que con las prohibiciones y mentiras de un Gobierno antitaurino.
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