En Fallas se cometió un crimen. Un crimen contra un toro bravo, que lo demostró con creces en los más de veinte minutos que estuvo en el ruedo sin la necesidad de volver a sacar el caballo de picar otra vez tras acabar la faena de muleta, como pretende imponer a partir de esta temporada el nuevo reglamento de Castilla y León. Como si no hubiera asuntos más graves y relevantes que resolver y arreglar más allá de seguirle poniendo exigencias y barreras al toro... Lo dijo Manuel Escribano en MasterClass Toros este fin de semana en Salamanca: «No hay mejor tercer puyazo para un toro que la demostración de la entrega en la faena de muleta». Una sentencia casi bíblica. Ese tercer puyazo, Leguleyo que así se llamaba el pupilo de Borja Domecq lidiado el domingo en Valencia, lo asumió embistiendo con entrega, con verdad, con prontitud, con excelencia a la poderosa y exigente muleta de Roca Rey. El peruano resucitó a lo grande en una distinguida tarde de toros tras un inicio de campaña con unas dudas que encendieron las alarmas. Para Leguleyo, el excelente toro de Jandilla, se le pidió el indulto. El presidente no hizo ni el ademán de sacar el pañuelo naranja al tapete del palco en el que se sentó. Un toro así de bravo y así de entregado a la grandeza del toreo hubiera dejado en evidencia a un torero mediocre, como dejó al mismísimo usía. No se puede ser cicatero con los premios a un toro bravo, en un nivel de excelencia como el que se ha alcanzado en la actual cabaña brava. El toro es el gran olvidado y marginado en un espectáculo en el que siempre fue, y debería ser siempre, el gran protagonista. El papel principal es suyo en una función que sin él no tiene sentido. Ni el espectáculo ni ninguno de los actores que aparecen a su alrededor. Del toro apenas se acuerda nadie cuando llegan los triunfos del coleta. Ningunear las virtudes del toro es uno de los pecados capitales del toreo moderno; una ingratitud más al rey de la Fiesta. Leguleyo conquistó a todos con un juego soberbio. El toro de Jandilla -el primer gran protagonista del curso en un escenario mayor- se llamaba igual que aquel novillo del El Torreón al que inmortalizó José Ignacio Sánchez por naturales en Las Ventas en pleno San Isidro de 1994. La bravura excelsa de este encontró la poderosa y exigente muleta de un torero que se resucitó a sí mismo. Pena que no se pueda hacer lo mismo con aquel inolvidable animal...

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