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En la década de los 80 robó el corazón a los salmantinos. La Glorieta vio antes que nadie al que luego sería una de las grandes figuras del toreo que anoche se reencontró en el teatro Liceo con una afición que lo veneró y ... que mantiene viva su pasión por él. Conserva el incuestionable porte de torero. Y viste elegante, como tal. Pantalón gris marengo y chaqueta azul, camisa blanca y una alegre corbata en tono rosa que le da la juventud que a sus sesenta y uno no pierde. La eterna juventud que siempre tuvo y que le llevó a arrollar en los cosos.
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A Juan Antonio Ruiz 'Espartaco', de camino al Liceo le paraban por la calle, fotos, autógrafos... le admiraron después en el teatro y allí el maestro deleitó con una sabrosa faena de anécdotas y recuerdos para recordar no solo el cuarto de siglo que estuvo en activo sino los inicios, la niñez y los motivos que le llevaron a ser torero: «Yo no quería, nunca lo quise. No fui un torero de vocación. Lo hice por darle a mi padre la felicidad que él no logró en los ruedos, no porque de verdad yo quisiera»: «Mi misión como torero fue siempre darle felicidad a los demás», confesó Espartaco en el inicio de una charla con Domingo Delgado de la Cámara, que fue el acto central del homenaje que le tributó la Federación de Peñas Taurinas 'Helmántica' y que se cerró con la entrega de una reproducción de la Plaza Mayor, que entregó Carmen Seguín, como teniente de alcalde del Ayuntamiento. «No me podía gustar el toreo porque lo que yo había vivido de niño en mi casa era la dureza y lo más amargo de la profesión. Mi padre hoy, con 82 años, sigue soñando con torear; pero mi infancia fue verle continuamente en los hospitales por las cornadas. Con aquellas incertidumbres, con aquellos miedos, con la ingratitud de la entrega total sin recompensa. Aquello me marcó». Por intentar lograr la gloria que el toreo negó a su padre, Espartaco intentó la aventura que le llevó a lo más alto.
La época novilleril en la que rivalizó con 'El Mangui', los avatares de aquella alternativa frustrada que le iba a dar el maestro Antonio Ordóñez en Jerez y que se fue al traste la misma mañana del festejo en la primavera del 79 y que le terminó dando Manuel Benítez 'El Cordobés' el 1 de agosto en Huelva, la dificultad desde entonces —toreaba mucho pero no lograba ni categoría ni dinero— hasta su consagración como máxima figura con el toro 'Facultades' de Manolo González en Sevilla en 1985; la pugna con las grandes figuras de los 80 y la rivalidad con un torero tan distinto, contrapuesto y complementario como Paco Ojeda; y la penúltima etapa en la que su arrollador paso se convierte en el diestro no más templado, porque siempre tuvo temple como una de sus principales virtudes, pero sí más sabroso y reposado que le llega mediados los 90: «En aquella última etapa, e incluso ahora, toreó mejor que nunca, porque no tengo la presión que tenía entonces; pero si entonces busco lo que hago ahora, sin aquella ambición, no hubiera llegado donde llegué».
Ese repaso a su carrera estuvo plagado de divertidas y entrañables anécdotas que hicieron una velada inolvidable, donde recordó su pasión por Salamanca: «Aquí siempre tenía y sentía un entusiasmo especial», afirmó con la sinceridad incuestionable que le caracteriza. Y aquí quiere, y así lo dijo y hará, que el de anoche sea su último homenaje. «Quiero que sea un sitio especial como Salamanca. Los agradezco todos, pero no habrá más. Este será el último. Donde vaya a partir de ahora ya siempre será para hablar de los demás y demostrar mi gratitud enorme al toro y a todos sus profesionales. Pero los homenajes a Espartaco se acabaron con este de Salamanca».
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