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La entrega y la pasión son las claves de su vida, las piezas cruciales de su forma de entenderla. Esas dos virtudes las tiene metidas y afianzadas en la cabeza y en su forma de pensar. El dramatismo que desprende su cara preside un cuerpo enjuto en el que se refugia un torero grande que reconoce no buscar la perfección en sus faenas. Es más en la imperfección de los genios duermen sus sueños: “Ser imperfecto me ha llevado a estar donde estoy y a conseguir lo que tengo. Me tocaron toros muy buenos que no fui capaz de expresar nada con ellos y, con otros más complicados, he logrado llegar a ellos y ha habido magia. Sueño tener esa capacidad para entregarme cada vez a más y crear arte”. Son palabras de Paco Ureña que ha encontrado en las fincas del Campo Charro el refugio perfecto para velar armas en busca del asalto al escalafón. El Pilar, Puerto de San Lorenzo, Casasola, La Campana... El toreo está en deuda con él. Fue el gran protagonista de la temporada previa al covid, el año en el que reapareció después de que un toro de Alcurrucén le dinamitara el ojo izquierdo que acabó perdiendo. Era septiembre de 2018. En marzo de 2019 no solo reapareció en Fallas como el héroe que es sino que en Valencia puso el kilómetro cero de una nueva vida que inició con siete meses clamorosos. Nadie logró seguirle. Llegó la puerta grande en Las Ventas y una oreja en cada una de las otras tres tardes que toreó en Madrid, una salida a hombros en Valencia en Julio, tres orejas en Nimes, la histórica tarde de las cuatro en Bilbao, otra en Zaragoza; además de triunfos en Santander, Almería, Colmenar, Murcia, Logroño... No tuvo la recompensa. Las empresas le ningunearon. Ahora ha despejado los fantasmas que le agarrotaron tras no encontrar un premio merecido y que era obligado. Cualquiera se hubiera vuelto loco. Ha decidido seguir su camino, profundizar en su toreo y a esa sinceridad y honradez que siempre le acompañó le ha puesto una mayor dosis de pureza. Sigue apostando por la pasión y está empeñado en ponerse de acuerdo con sus muñecas en una guerra diaria para torear cada vez más despacio. Es un torero sincero que le pone la misma pasión al toreo que le imprime a la vida. Viste con el clasicismo de los grandes. Respeto y amor al toro y al toreo también en el campo. Calzona larga, hasta casi cubrir los zapatos de torear, en tono azul grisáceo sobre la que se resguarda una camisa en el mismo color pero más intenso, rayada a cuadros con líneas finas blancas que, desabrochada en sus tres primeros botones, descubre una cadena que le protege y sobre la que confía sus desvelos. Paco Ureña tienta vacas en La Campana, en Villaseco de los Reyes. Una de sus múltiples paradas en Salamanca en la siempre apasionante preparación de la temporada.
¿Mirar hacia atrás motiva o merma el ánimo?
—Es importante para saber de donde vienes pero para crecer hay que mirar hacia adelante.
Sin embargo, cuando ve una temporada como aquella de 2019 ¿se puede creer en la justicia?
—En ese caso ya no quiero pensar. No soy tonto. Eso personalmente me ha hecho daño, me ha perjudicado y me ha impedido crecer. Creo que como torero los años 2020 y 2021 y el pasado, no he dado mi mejor versión por todo esto. Me ha afectado mucho, he intentado comprender cosas que no podía comprender. Ni yo, ni quien tenga un poco de sentido común. Y a mí eso me ha afectado mucho. Hasta que he conseguido superarlo y apartarlo de mi vida me ha perjudicado. En ese sentido no quiero mirar atrás, sé que puedo hacer cosas importantes, bonitas y que lo mejor está por llegar.
Tuvo un distinguido rodaje como novillero antes de llegar a las plazas importantes, como de matador, pero también le tocó vivir en ese tiempo la indiferencia del olvido y de la falta de contratos mucho tiempo. ¿Qué es más difícil salir de eso o no tener recompensa tras el triunfo?
—Aquella etapa inicial fue clave. Para mí fue importante la dureza de entonces, aunque te quedes parado. Una etapa de novillero en la que toreé mucho, pero hasta Madrid no fui a plazas de repercusión, me sirvió para forjarme. Eso ahora es muy difícil y deja muchos toreros por el camino. No tienen bagaje y tienen que jugarse el futuro a una plaza de primera... Eso a mí no me pasó, y en ese proceso, sirvió para forjarme y aprender los valores del toreo. Para mí eso fue muy positivo.
Habla de los valores del toreo, sin embargo, ¿no nota que los toreros están lejos de la sociedad?
—¡Claro que lo noto! Y la culpa de eso la tenemos los toreros, que no nos abrimos para que nos conozcan humanamente y personalmente. Debemos mostrarnos como somos, acercarnos a las personas. Ha habido una corriente contraria, de alejamiento que juega en contra del espectáculo y de nosotros mismos. Eso es lo que ha colaborado a que el público también se aleje de las plazas.
¿Hay un antes y un después de aquella tarde de 2018 en Albacete en la que un toro le cornea en el ojo izquierdo que acaba perdiendo?
—Indudablemente cambió mi vida. Soy consciente de que ya sufro una limitación que voy a tener ya hasta que me muera. Lo voy a tener que sufrir. Pero le doy gracias a la vida y al toro que ocurriese porque me dio la oportunidad de seguir toreando. Si no hubiese podido seguir, si Dios y el toro me hubiese quitado esto, acaba con mi vida personal y profesional. Entonces sí hubiese sido trágico. Soy un hombre con suerte y aquello me dio la mejor lección y el impulso para sacar lo que ahora voy sacando como torero. Me queda mucho, tanto o más que lo que he hecho.
Allí llegó la heroica, el drama e incluso una épica difícil de entender. Ahora con la perspectiva del tiempo, ¿por qué tras un percance así, se mantiene en el ruedo y no se va a la enfermería?
—Desde el primer momento sabía que había perdido el ojo. No soy doctor, pero se lo que sentí. Me quedé por respeto al toro, no por mostrar nada a nadie. Ya no tengo que mostrar nada a nadie, solo a mí y al amor que siento al toro. Por eso lo hice. Creo que eso no lo puede hacer nadie en el mundo sino es por amor. El amor es el arma más fuerte que puede haber encima de la tierra.
No fue solo una reaparición sino que aquel 2019 encima firma la temporada de su vida...
—Fue muy importante por la regularidad. Pase lo que pase de aquí en adelante, esa va a ser la más importante de mi vida porque fue la de mi nacimiento. Tras el percance de Albacete, la vida me dio una nueva oportunidad de poder seguir desarrollando lo que estoy haciendo: torear. Mi vida sin torear tendría un vacío muy grande.
Ese percance ¿le cambia a uno la manera de torear? ¿Cómo influye en su tauromaquia?
—¡Claro! Tienes una parte que pierdes el objetivo. Lo suples entrenando mucho de salón. Intentando girar más la cara, pequeñas cosas que te ayudan. Al final es algo que yo mismo me planteé, sabía que iba a ser jodido, pero ese trabajo mental de darle normalidad a lo que no es, me ayudó mucho y lo suplí intentando olvidar y no pensar.
¿Pensó en abandonar tras un trance así?
—Tenía, y tengo, claro que no. ¡Jamás!
¿Y uno puede imaginar o pensar que puede llegar tanto después de venir de donde venía?
—Nunca me paré a pensarlo. Solo quería, y quiero, dar lo mejor de mí. Eso es lo que me mueve, más que esperar a que ocurra algo. Todo es muy complicado. Los triunfos pueden llegar, pero que vengan con poso y dejen huella es más difícil. Eso es lo que más me inquieta y lo que intento.
Esa huella la busca ahora, que ha toreado en Valencia, que le espera Madrid... Lo difícil es tener ese pensamiento cuando no tenía nada...
—Con el amor al toro. Cuando tu cabeza te dice que ya no puedes más, te das cuenta que es mentira, solo tu corazón sabe que nunca vas a dejar de perseguir tu sueño. Por eso resistí.
¿Cómo se sobrevive en un sistema injusto, enarbolando la bandera ahora de la independencia?
—Parto de la base que estuve en ese sistema que criticamos. Hay que ser honesto. En 2013 si no me apodera Chopera y me abre las ferias no hubiese sido posible llegar aquí. Era complicado caminar. Cuando tuve las ideas claras de como quieres que sea tu vida ya llevas tu carrera donde quieres. Ahora pude dar el paso a pesar de saber que las cosas no estaban fáciles. Era el momento de hacerlo. Necesito estar a gusto y sentirme libre. No lo hago yo solo, hay más toreros, eso sí, muy pocos por desgracia. Esa sería una profunda reflexión: si el torero fuese apoderado por alguien independiente, si el ganadero fuera ganadero y el empresario, empresario, tendríamos una tauromaquia mejor.
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