Manuel Escribano y Manuel Diosleguarde, a hombros en el coso de La Florida al terminar el festejo. J. Lorenzo

Diosleguarde pisa fuerte

El diestro salmantino, ante el tercero, cuajó los pasajes más intensos de un festejo en el que salió a hombros junto a Escribano, que desorejó a un manso de Montalvo que sorprendentemente fue premiado con la vuelta al ruedo

Javier Lorenzo

Peñaranda de Bracamonte

Sábado, 26 de agosto 2023, 23:34

La Ficha

  • PEÑARANDA DE BRACAMONTE Media entrada. Sol y viento (27º).

  • GANADERÍA 6 toros de Montalvo, deslucido el complicado 1º (pitos); sin entrega el 2º; bueno el bravo 3º; manso pero humillado y repetidor el 4º, premiado sorprendentemente con la vuelta al ruedo; bueno el encastado 5º; y poderoso aunque a menos el 6º.

  • DIESTROS

  • Manuel Escribano. Añil y oro Estocada desprendida (silencio); y gran estocada (dos orejas).

  • Leo Valadez. Sangre de toro y oro Cuatro pinchazos y dos descabellos (silencio); y pinchazo, casi entera atravesada y descabello (oreja).

  • Manuel Diosleguarde. Verde y oro Estocada tendida y tres descabellos, se echa por su cuenta (oreja); y pinchazo y estocada baja (oreja).

El juego del encierro de Montalvo no llegó al nivel de excelencia del que lidio en este escenario justo ahora hace un año, sin embargo tuvo toros de gran interés que no terminaron de lucir, a veces porque los diestros no acertaron la tecla correcta, otras por un ligero viento que molestó mucho en el ruedo. Entre ellos, sobresalió la seriedad de un tercero llamado Fusilero, la casta moldeable de un quinto, Liricoso, con gran fondo y las nobilísimas, humilladas y largas embestidas de un tercero llamado Bravucón que fue manso de solemnidad en los primeros tercios, pero que rompió a embestir con intensidad y franqueza en la muleta de Escribano. Le puso el triunfo en bandeja, que amarró con duda y timidez, gracias a una soberbia estocada que puso rúbrica a una faena en la que el torero no terminó de abrir la caja de los truenos ni de conectar con el público. Lo que nadie se esperaba era la reacción del palco presidencial. Muerto un toro que salió de naja huyendo despavorido cuando sintió el castigo del piquero; que volvió a mansear en el segundo encuentro donde ya recibió un severo puyazo; y que incluso viajó indómito y sin rumbo en huidizas embestidas en el tercio de banderillas, se encontró tras viajar a la eternidad con el pañuelo azul asomando en el tapete presidencial que sirve para premiar a los toros bravos. No fue el caso. No fue un toro bravo, sí un manso encastado que rompió a embestir en la muleta de Escribano. Error garrafal del palco.

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No de premio pero sí tuvieron seriedad y codicia en las embestidas tercero y quinto. Fusilero fue el tercero que salió con más pies que ninguno de esa primera parte. Diosleguarde le firmó un vibrante saludo capotero a un astado que empujó fijo en el caballo. Portentoso resultó el inicio de faena en el que, con la pierna flexionada, exigió al toro en receta que sirvió para limarle las asperezas e imponerse. Autoridad para demostrar quién mandaba allí. Firmeza y seguridad para poner sobre la mesa su disposición. Lo trató con inteligencia y mando en una faena que trepó rápido al tendido. No tuvo la misma entrega por el pitón izquierdo el de Montalvo, pero le puso el torero todo para alargar las embestidas que por ahí no viajaban con igual franqueza. Por eso, recuperó de inmediato la intensidad del trasteo en una gran tanda por la diestra, que fue de las más caras de la tarde, antes de robarle lo que no tenía por el pitón que previamente se lo negó. Faena medida, intensa, de buena estructura que le hubiera servido para desorejar al animal si hubiera salido rodado de la suerte suprema. Quedó contraria la espada, le faltó muerte. Fusilero se amorcilló y Diosleguarde se atascó con un descabello.

Esa misma autoridad la tuvo con el sexto, que empujó con fortaleza en el caballo. Escarbador el toro, antes y después, puso en aprietos a los banderilleros. Otro poderoso inicio de muleta, exigió mucho en las embestidas para dominar a un toro que a partir de ahí se apaciguó. Quedó boyante pese al molesto derrote del final de cada muletazo. Arrebatado, exigente y mandón con la zurda. Se acabó parando el montalvo, escarbador ya cuando la faena estaba hecha. Faltó medida. Sin embargo, decidió acortar las distancias el diestro que, a la tremenda, ya saltó sin red contra un oponente ya a la defensiva. Por alargar el trasteo más de la cuenta, le costó cuadrarlo, se puso escarbador y molesto, sin dejarle perfilar la espada. Se le premió con generosidad para acompañar por la puerta grande a Escribano porque, entre otras cosas, de sus telas había salido lo más meritorio del festejo.

El primero echó la persiana con inesperada autoridad en el segundo muletazo; y, a partir de ahí, no se lo puso sencillo a Escribano. Topaba con las manos por delante en cada embestida en la que nunca fue franco ni entregado. Desconcertante. En el manso cuarto, el viento tampoco le dejó pulsear al torero de Gerena de manera precisa las telas. Bravucón solo pedía firmeza y muleta en la cara para aprovechar unas embestidas que, también de repente, cambiaron la huida por la entrega. Más de una vez sorprendió el toro al torero, ambos encontraron un premio demasiado generoso.

Leo Valadez firmó una labor meritoria con el tercero, al que le faltó entrega en los primeros compases y él, a base de someterlo, consentirle y concederle las ventajas, fue desengañando hasta que lo dejó como una malva. Con el quinto, que dejó crudo en el caballo, y que lo pedía todo por abajo, le puso más disposición y arrojo que la exigencia, el mando y la autoridad que pedía un Liricoso de gloriosa familia en la casa de Montalvo. No conectó la faena y Valadez marcó su sentencia con la espada.

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