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Como si hubiera dado un paso de gigante. Como si de repente hubiera ganado en poso, en seguridad e incluso en mando. Ni una sola duda. Ha vuelto al toreo para hacer algo grande. Diosleguarde se enfundó el grana y oro de la ... tarde del drama de Cuéllar para vestirlo de gloria y triunfo la tarde de su reaparición en los ruedos y, de paso, dar portazo de forma definitiva al drama y a las dudas de los últimos ocho meses que le llevaron una recuperación milagrosa de aquella brutal cornada del último verano en tierras segovianas. Y dio un golpe de autoridad en su retorno. Sin lamentos, ni penas. Volvió a lo grande.
Asentado, seguro, convencido, sin ninguna duda y decidido a ir a por el triunfo con el temple y una sorprendente seguridad en el ruedo. Por lo que hizo y por hacerlo sabiendo de las penumbras, de los miedos, del sacrificio y de la incertidumbre de la que viene. Por todo eso, todo adquirió mayor importancia. El primer lance a Olvidado, a la verónica, cargando la suerte y asentando las dos zapatillas en el suelo ya fue detalle de gran seguridad. A ese toro lo recibió con las dos rodillas en tierra en un inicio comprometido en el que las dudas del toro terminaron rendidas al mando del torero. El quite por delantales con el que acarició y calibró ya las templadas embestidas de su oponente resulto delicioso, por el ritmo y el compás. Y ahí ya demostró un maravilloso dominio del escenario. La calidad del toro del maestro Capea parecía la propicia para soltar todo el lastre. Se echó de rodillas casi pegado a tablas para iniciar la faena tras brindar a su ángel de la guarda. Ahí al toro le faltó un punto más de recorrido, sin embargo Manuel trató de alargárselo, improvisó, apostó, puso el corazón en un puño a todo y el forzado pase de pecho fue una liberación para todos. ¡La plaza boca abajo!
A partir de ahí llegó una faena que tuvo en el asiento, en la seguridad, en el ritmo y el temple sus principales imputs. Una actuación en la que siempre buscó el compromiso de pasarse al toro muy cerca. En la que apostó, con ciencia, con mimo y con gusto por sentirse vivo en cada uno de los muletazos. Alternó las manos. Administró de maravilla el fondo de calidad del toro. Ni un rastro del drama, ni un ademán de dolor. Ni un paso atrás. En las postrimerías empezó a cortar las distancias, se descaró toreando con la mirada perdida en el tendido, recordando a Paquirri. Arrogante, victorioso. Y partir de ahí ya sin freno, se metió entre los pitones para desafiar todo lo desafiable. La faena tuvo variedad, medida y estructura. Llegaba el examen final... La suerte suprema. Cuadró Diosleguarde con la misma seguridad. Con tranquilidad, cuando vio que el toro le esperaba con la cara arriba, le cambió los terrenos con torería y con la sensación de estar haciendo las cosas con la mente despejada y las ideas muy claras. Y se perfiló de nuevo para tirarse sin dudas. Casi entera desprendida y Olvidado patas arriba. Diosleguarde también olvidó para mirar al futuro con optimismo. La plaza se cubrió de pañuelos, las dos orejas, con toda justicia fueron a sus manos.
No pudo redondear con el sexto, que apuntó cosas de toro muy bravo en los primeros compases, como en aquel quite arrogante por chicuelinas que remató con una larga invertida que puso la plaza en efervescencia. A esa faena le faltó hilván. El toro tampoco lo tenía, se aburrió muy pronto. Sin embargo, no le importó al torero que no desfalleció. Y ahí lo más importante llegó en la suerte suprema. La estocada quedó atravesada en la colocación, pero la forma, la rectitud y la contundencia con la que atacó resultó una de las notas caras de la función. Ahí estuvo a punto de perder la vida hace 238 días.
A Morante le regalaron una oreja del primero sin apenas despeinarse. Y firmó una inspirada y original faena al cuarto, un toro inválido y noble que no podía con su alma y al que el diestro cigarrero le puso una tremenda porfía e insistencia para terminar haciéndole diabluras en pasajes de gran inspiración que hicieron que la obra se disparara hasta cortarle las dos orejas. Quiso más Morante que pudo el toro, y encontró premio.
Lo más caro de la tarde fue cosa de Emilio de Justo, que perdió los máximos trofeos por el mal uso del descabello tras una actuación prodigiosa, arrebatada y sencillamente genial ante el segundo, al que toreó a placer. Se desató el torero. Apasionado, torero, puro, sincero, valiente. Inmenso al natural, poderoso con la diestra. Fue a más en todo momento. Le hubiera cortado el rabo... pero la cruceta lo arruinó casi todo. No el recuerdo de una genialidad. Fue el toro más bravo de un gran encierro.
Al final del festejo, el ruedo se llenó de los alumnos de la Escuela taurina a los que Diosleguarde había invitado a los toros. Y todos se lo llevaron a hombros junto a los maestros. Diosleguarde está muy vivo.
LA FICHA
Guijuelo. Lleno de “No hay billetes”.
GANADERÍA
toros de Carmen Lorenzo (1º, 5º y 6º) y 3 de El Capea (2º, 3º y 4º). Encierro de buena presencia, lustroso y con cuajo, el más anovillado, el segundo. Todos de cómodas defensas. Codicioso y pronto pero falto de repetición el 1º; el tercido 2º resultó un gran toro por bravo y noble, de nombre Veterano, nº 22, de 525 kilos y nacido en febrero de 2019 que fue premiado con la vuelta al ruedo; noble el 3º; inválido y pastueño el 4º; de gran juego el 5º; a menos el desfondado 6º, que acabó desentendido.
DIESTROS
Morante de la Puebla. Lila y oro
Estocada contraria (oreja con protestas); y pinchazo y estocada baja (dos orejas).
Emilio de Justo. Tabaco y oro
Estocada casi entera atravesada y cinco descabellos (oreja tras aviso); pinchazo y casi entera (oreja).
Manuel Diosleguarde. Grana y oro
Estocada casi entera caída (dos orejas); y estocada atravesada que asoma (oreja tras aviso).
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