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Detalles de Morante y poco más en el festival benéfico de Vitigudino

Detalles de Morante que paseó la oreja de un astado de Galache en el festival benéfico de Vitigudino, donde también lograron trofeos Pablo Aguado y Diosleguarde en un espectáculo que no acabó de lanzarse

Domingo, 20 de marzo 2022, 23:43

El frío lo marcó todo. Fue más el frío del ambiente que el de la temperatura en sí. De esa manera la función, especial, extraordinaria, generosa y solidaria —los fondos eran a beneficio de la Asociación de Esclerosis Lateral Amiotrófica de Castilla y León—, no acabó nunca de lanzarse. Hubo apenas tres momentos en los que brotaron las ovaciones más cerradas. Dos con las apariciones de los toros de Galache y Valrubio, ambos de espectacular pelaje; y otra más cuando Alejandro Marcos descubrió que el maestro Santiago Martín ‘El Viti’ estaba presente en una grada y le brindó la muerte de su novillo. Ahí las palmas brotaron con más intensidad y duración que nunca. El maestro, con la plaza en pie, recogió la ovación con el sombrero del torero de La Fuente. Al final, todas las emociones quedaron reducidas ahí.

Ninguno de los toros del encierro terminaron de entregarse, los aficionados, que casi llenaron los tendidos, se fueron contagiando de ese ambiente apagado. Y la tarde, por unos u otros motivos, no llegó a explotar.

Se anunció por megafonía que se cambiaba el orden del cartel. Y Cayetano abrió la función. En cuanto acabó su oponente, abandonó el ruedo. Después de un fantástico y muy ligado inicio de faena, no terminó de centrase ni de entenderse con el noble pero intermitente y cambiante novilllo de Carmen Lorenzo, basto, acochinado y feo de hechuras. Se llamaba Montecillo. Del variado muestrario ganadero, el más espectacular de lámina fue el berrendo en negro de Galache, el que más se metía por los ojos, el de Valrubio (colorado salpicado, bragado, girón corrido, listón, anteado, desteñido, caribello, enharinado y ojo de perdiz). Tanto este como el criado en de Hernandinos se quedaron en el pelaje. Ninguno terminó de romper hacia adelante, a los dos les faltó fortaleza. Todas sus buenas intenciones se derrumbaban al más mínimo esfuerzo.

El de mejores hechuras y el mejor presentado de todo el envío fue el de Castillejo de Huebra, con amplios pechos, buen remate, cuajo, hondo, el de más amplio esqueleto, gacho de cuerna. Fue este Colombeño el que más misterio tuvo. El que necesitó más registros para imponerse y buscarle el fondo a su condición. En los primeros compases Alejandro Marcos no terminó de encontrar el mando y así se impuso el de Castillejo, que exigía dominio, poder y resolución. Cuando encontró la tecla el torero de La Fuente —que había brillado por su torería y gracia en un quite por garbosas chicuelinas— el toro ya se había venido a menos, comenzó a recortar su recorrido y salió siempre con la cara desentendida. No terminaron de entenderse el uno con el otro. Luego, Alejandro Marcos se atascó con la espada.

Hasta entonces, los pasajes más bellos los había firmado Morante con Velillo. Aunque todo fueron detalles sueltos. Lo llenó todo de torería aunque nada resultada continuado ni redondo. Hubo verónicas de enjundia en el saludo; una tijerilla preciosa para cerrar el quite después de que el piquero partiera la vara en la suerte de picar; un inicio de faena de muleta por ayudados que tuvo algunos inmensos, aunque ninguno llegó a ser tan excelso como una trinchera por el pitón izquierdo; y luego muletazos sueltos que llenaron todo de la torería que solo puede imprimir el torero de La Puebla. Pero el de Galache no podía con su alma, embestía al ralentí; y el mérito, más que torearlo, era mantenerlo en pie. Morante lo saboreó con intermitencia. En la cuarta tanda le pisó la muleta, le desarmó en un pase de pecho y se lo dio a cuerpo limpio sin enmendarse. Todo tuvo esencia, detalles, gusto y torería. En cada embestida parecía agonizar. En la ligazón levantaba la bandera blanca, aunque siempre pareció robarle uno más que parecía imposible. El cierre, sacando al toro de las tablas, resultó precioso, por trincheras y derechazos.

Pablo Aguado mostró disposición con Inclusero, el de Domingo Hernández, que apuntó pero no disparó. A sus codiciosas embestidas le faltaba la emoción y el mérito de la continudad y no logró prender la mecha. Parecía que lo iba a hacer el que cerraba la fiesta, porque Luciano, que así se llamaba el de Valrubio, encandiló nada más aparecer en escena, por su espectacular pelaje y porque embistió con vibración en un no menos vibrante y brillante saludo de capa de Diosleguarde, con el que la plaza pareció despertar del letargo. Fue un espejismo. Luego el de Valrubio le faltó fortlaleza, le costó mantenerse en pie y a Diosleguarde, que fue todo buenas intenciones, a veces le faltó el pulso para acariciar más que poder unas embestidas que se derretían por sí solas.

Ficha

Casi lleno en los tendidos; casi 4.000 espectadores en tarde entoldada y fría.

5 reses de diferentes ganaderías de variadas hechuras, juego, pelajes y comportamiento, cuatreños 2º y 3º, el resto utreros. Carmen Lorenzo (1º), noble pero sin decir nada, le faltó emoción. Francisco Galache (2º), noble y apagado pero al límite de todo; Castillejo de Huebra (3º), con carácter e interés; Domingo Hernández (4º), codicioso pero a menos; Valrubio (5º), noble pero inválido, quiso más que pudo.

Morante de la Puebla: Estocada desprendida y trasera —oreja—.

Cayetano: Un pinchazo y una estocada desprendida —ovación con saludos—.

Alejandro Marcos: Pinchazo, otro en el que se parte la espada, tendida que enhebra, y estocada —ovación con saludos—

Pablo Aguado: Estocada desprendida —oreja—.

Manuel Diosleguarde: Media estocada delantera —oreja—.

Cuadrillas: Buen tercio de banderillas de José Luis Zuri e Iván Garcia, que saludaron desde el tercio una ovación.

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