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GUJUELO Casi lleno (más de 2.200 espectadores), tarde soleada y de sofocante calor (33º de temperatura).
GANADERÍA 6 toros de Domingo Hernández (Concha Hernández Escolar), todos menos 1º y 3º con el hierro de Garcigrande. Bravo el 1º; noble y manejable el 2º; de gran calidad y almibarado 3º; rabo y encastado el excelente 4º de nombre Majadero, negro de capa, número 121, de 510 kilos de peso y nacido en enero de 2019, que fue indultado. De inmensa calidad el espléndido 5º; de gran condición el 6º.
DIESTROS
López Chaves. Caldero y oro Pinchazo y estocada (oreja); y dos orejas y rabo simbólicos.
El Juli. Gris perla y azabache Estocada trasera (dos orejas); y estocada trasera (oreja).
El Capea. Azul marino y oro Pinchazo y estocada (oreja); y dos pinchazos y estocada (oreja).
Los de Domingo Hernández se pusieron a embestir desde el minuto cero y alcanzaron el cénit con un Majadero que fue un torrente de bravura ¿Excesiva? López Chaves se encargó de bajarle los humos en un faena vibrante, poderosa, de muleta firme y asentada planta. Y a ese castigo, que arrancó en un poderoso y precioso inicio con la pierna flexionada y exigiendo el empleo por abajo del toro encendió una mecha que pareció no tener fin. Desde las tablas le fue ganando pasos el torero de Ledesma, hasta llegar a los medios de aquella maravillosa manera que resultó uno de los prodigios de la tarde. El toro explotó pronto embistiendo como un torrente por el pitón derecho, por donde el poder y el mando de la muleta de Chaves calibró de perlas la ebullición de bravura. La sostuvo, la mantuvo siempre en la mano, le exigió en todo momento y nunca se dejó tocar las telas. Y así el pupilo de Domingo Hernández se deslizaba y perseguía los vuelos sin atisbar el fin a las embestidas. No era fácil calibrar esa manera de embestir, ni sostenerla para que no se le subiera a las barbas. Bajó la intensidad por la zurda. Ahí el toro que esperaba un poco más en el primer envite y puede que no se empleara igual; pero también es cierto que el torero tampoco le obligó con el mismo convencimiento como mostró con la otra mano. El diapasón de la obra volvió a encaramarse en todo lo alto de nuevo a derechas en el epílogo, cuando ya había brotado la petición del indulto en el tendido. Al presidente no le tembló el pulso ni se hizo de rogar.
Fue el momento efervescente de la tarde, el más excelso tal vez el de la almibarada embestida del quinto. Fue el de más y mayor presencia de pitones, el de más abierta cuna, dentro de un envío de cómoda presencia y con el común denominador de la estrechez de sienes. Este rompió esa armonía, sin embargo esos pitones abiertos planearon con una calidad excelsa en la templadísima muleta de El Juli que firmó una actuación prodigiosa con él, toreando al ralentí desde que se abrió de muleta. Tres derechazos con la pierna flexionada sirvieron para enseñar la excelencia del animal que hacía el avión, que se colocaban y se rebozaba en las telas que con maestría dirígía El Juli toreándolo a placer, con la figura más erguida que nunca y el cuerpo casi abandonado. El estaquillador tomado con la yema de los dedos, casi acariciándolo... en una de esas el toro, Pezaroso se llamaba, le desarmó de tanto abandono. Una anécdota dentro de una obra prodigiosa y milimétrica a partes iguales.
Además de aquel toro indultado, hubo otro muy bravo, que fue el que abrió la función, con el que Chaves no terminó de conectar con el público dentro de una faena de altibajos, en el que Apreciado respondió a la exigencia y siempre mejor en la larga distancia que cuando el torero invadió las cercanías. Ahí acabó el torero en las postrimerías para encontrar el calor del público. La corrida entera apretó en banderillas y no se lo puso fácil a las cuadrillas. Por ejemplo, a José María Soler —que estuvo inmenso con el quinto en la brega— le apretó una barbaridad al salir de sendos embroques y, sin embargo, ese Azebuche llegó al tercio de muleta como una malva de suave. El Juli la gozó con él. Ni un solo toque, ni un solo tirón, ni un enganchón para acompasar el ritmo de una embestida casi soñada. Firme, seguro, asentado, templó y alargó los muletazos casi hasta el infinito en una faena plagada de recursos técnicos e hilvanada en un palmo de terreno. Otra gran virtud de ambos.
Con el tercero, expuso en los dos pares de banderillas Porritas de Guijuelo y, tras brindar al público, El Capea volvió a enseñar en sus telas la calidad de su oponente en un trasteo en el que no enseñó nada nuevo. Sí lo hizo con el que cerró la función, un prodigioso inicio de faena al sexto, ganándole pasos, toreando erguido y muy despacio a un Boleto de premio gordo, al que había recibido con una larga cambiada de rodillas. Tuvo en la muleta un ritmo exquisito en largas embestidas con gran bondad, y al torero ya le costó más mantener el ritmo prodigioso de la apertura y firmó un trasteo con intermitencia mientras el toro seguía sumando puntos por su entrega y clase. El final de faena por luquecinas cambiándose el engaño por la espalda calaron hondo y el doble pinchazo previo a la estocada no fue óbice para sumarse a la foto triunfal de una tarde de felices despedidas.
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