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Teresa González, directora del Colegio de España desde 2005 y que este mes alcanza su jubilación. LAYA
«Ahora, cada vez que cruzo la Plaza para venir a trabajar es como una especie de cuenta atrás»
ENTREVISTA A LA DIRECTORA DEL COLEGIO ESPAÑA

«Ahora, cada vez que cruzo la Plaza para venir a trabajar es como una especie de cuenta atrás»

Después de 43 años, llegó la hora de la jubilación y de volver a León junto a la familia para Teresa González

Miércoles, 30 de octubre 2024, 06:30

Nacida en Asturias, criada en León y salmantina de adopción, Teresa González lleva más de cuarenta años vinculada al Colegio de España, de los que veinte han sido como directora. Ahora, al cumplir los 65 años, ha llegado el momento de la jubilación, situación que afronta con ilusión y como una etapa más en su vida.

¿Qué hace una licenciada en Historia del Arte dirigiendo un centro de enseñanza del español?

—Estudié Geografía e Historia en el Colegio Universitario de León, que dependía de la Universidad de Oviedo. Vine a Salamanca a hacer la especialidad de Historia del Arte, pues es un mundo que me apasiona. Tras acabar, busqué trabajo y en el Colegio de España solicitaban profesores y me presenté. Y fui seleccionada. Es cierto que no hice Filología Hispánica, pero me puse las pilas, lo trabajé y hasta ahora.

Entonces, fue casi una casualidad.

—La casualidad del momento y la suerte de que me eligieran para el puesto. Dar clases de Lengua Española a extranjeros es fascinante y más en un colegio pequeñito, con pocos alumnos, pues se crea una gran familiaridad. Es muy gratificante. En ese momento el director era José Luis de Celis y daba mucha importancia a las actividades extraacadémicas, tanto las lúdicas como las culturales. A mí me propuso hacer viajes con él para ver cómo se orientaba una excursión o las visitas a la ciudad. Y llegó un momento en el que ya las hacía yo sola. Ese es otro mundo que me encanta: ir descubriendo a los alumnos las maravillas del patrimonio que tenemos en España, pues siempre hemos hecho unos viajes muy preparados culturalmente. Nunca he querido que los estudiantes fueran turistas. Y eso lo he compaginado con las clases de español.

¿Antes de llegar a Salamanca había trabajado en el sector de la enseñanza?

—No. Tenía 23 años cuando llegué. No me había dado tiempo, salvo unas prácticas en el instituto de Alba de Tormes.

¿Qué cualidades se requiere para ser buen profesor para extranjeros?

—Además de dominar las materias, has de tener la capacidad de teatralidad, de improvisar, de mantener el ritmo de la clase… tener una gran energía. El esfuerzo mental y físico es muy alto, aun así resulta muy gratificante. De ahí mi reconocimiento a todo el profesorado.

Durante años trabajó codo con codo con José Luis de Celis, el fundador del Colegio de España. ¿Qué recuerdos guarda?

—José Luis fue absolutamente un pionero en Salamanca. Era de aquellas personas eruditas y brillantes, con un interés tremendo por la cultura, por aprender, por saber... Era un hombre casi enciclopédico. Pero también muy exigente. Yo aprendí muchísimo con él. Una de las cosas que me quedaron grabadas es cuando me decía: «Teresita recuerda que los estudiantes pueden tener muy buenos profesores en su país, por eso lo que deben sentir aquí es el cariño, la familiaridad». Eso es primordial. El alumno tiene que sentirse acogido, arropado, como si estuviera en su casa. Cuando viene un alumno que ha pasado por el centro y te cuenta cómo se sintió, pues te llega al corazón.

Después de más de 50 años de vida del centro, ¿cuántos alumnos pueden haber pasado por sus aulas?

—No lo sé con exactitud, pero más de 25.000, seguro.

Entre tantos, ¿algún personaje de renombre?

—Muchos. Ahora no sabría decirte. También muchos profesores que colaboraron en los cursos de verano procedentes de Yale, Harvard… La más reciente es Sika Koné, jugadora de Avenida; Raúl Quinn, sobrino del actor Anthony Quinn; un señor que fue el fundador de las quinielas del Reino Unido; o Carolina de Borbón, que es sobrina de Beatriz, reina de Holanda... Mucha gente. Y todos majísimos.

¿Qué visión tiene de Salamanca como ciudad del español?

—Es una ciudad casi perfecta para que vengan los estudiantes, principalmente por su monumentalidad, ya que es una ciudad preciosa y deslumbrante. También por su tamaño, ya que es pequeña y cómoda para que un estudiante puede controlar en dos o tres días. Y también muy acogedora, pues muchas veces son estudiantes jóvenes, incluso menores, y una ciudad como esta les ofrece más garantías.

¿Seguimos siendo líderes?

—Pienso que sí.

¿Qué hay que cuidar para mantener este liderazgo?

—Creo que Salamanca, gracias a lo que se están haciendo, se mantiene bien. Incluso algo que podría ser negativo como es el ruido nocturno producto de una vida estudiantil muy intensa, se convierte en otro atractivo más de la ciudad. Algunas críticas he oído sobre el ruido nocturno, pero tampoco tanto. Por supuesto, hay que mantener la calidad de la enseñanza y la honestidad al hacerlo. Mucha gente habla de turismo o industria del idioma, me parece bien, pero ante todo hay que mantener la apuesta por alumno, que lo humano siga prevaleciendo, porque los estudiantes no son cocacolas, son personas.

Cada vez hay más competidores. ¿Cuáles son las ciudades que le pueden hacer sombra a Salamanca?

—Madrid, Barcelona, Sevilla y Granada, principalmente. Son fuertes competidores.

Y llega el momento de la jubilación. ¿No va a echar de menos la enseñanza?

—Mucho, muchísimo. Echaré de menos no solo la enseñanza, también al colegio, a mis compañeros, que son una gran familia, y a los profesores que vienen con grupos de estudiantes, que muchos son amigos íntimos. Y a mis amigos de Salamanca. Pero me voy a León, que está a dos horas y media de Salamanca, tampoco me voy a la 'Chimbamba'. Ahí tengo a gran parte de mi familia y muchos de mis amigos.

¿Y no le da pena dejar Salamanca?

—Me cuesta muchísimo. Y es que tengo verdadera pasión por mi trabajo. Me voy con un sentimiento contrapuesto, un poco de confusión mental. Ahora cada vez que cruzo la Plaza para venir a trabajar es como la cuenta atrás, una vez menos. Esa es ahora mi sensación, pero rápido me sobrepongo.

¿A qué dedicará a hora el tiempo?

—Tengo claro que no me voy a aburrir. Me gusta muchísimo leer, aprender, viajar y las plantas (mi madre tiene un pequeño jardín). Pero me voy también con ilusión pues se abre otra etapa.

¿Ahora podrá hacer aquello que por trabajo no ha podido?

—Sí. Es que lo que me gusta hacer, excepto viajar, está muy relacionado con mi trabajo. Me encanta leer ensayo, historia, arte, literatura, el cine… y todo tiene que ver con mi profesión.

¿Y qué se lleva en esa mochila que transportará de Salamanca a León?

—Me llevo recuerdos gratísimos de momentos realmente inolvidables. Y no solo eso. El haber conocido a tantas personas estupendas, el haber encontrado un grupo de amigos para toda la vida... aunque también me llevo el recuerdo de momentos muy duros como fue la muerte repentina de José Luis de Celis o la experiencia de la covid, que fue terrorífica para todas las escuelas. Pero si hago balance, lo positivo ha predominado.

¿Diría que ha sido una etapa feliz?

—Absolutamente. Siempre se lo he dicho a mis estudiantes lo afortunada que es una persona de poder trabajar en lo que le gusta. Es como si me hubiese tocado la lotería.

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