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Lunes, 25 de abril 2022, 22:05
El bullicio reina en la planta principal del albergue municipal Lazarillo. El domingo se cumplió un mes desde que el Ayuntamiento abrió las puertas de este centro en la zona de La Salle para acoger a los ucranianos que han huido del terror con ... lo puesto.
Las risas y gritos de los niños y niñas resuenan al fondo del pasillo. En una sala reconvertida en ludoteca, una monitora española se las ingenia, con ayuda de gestos, para organizar juegos y actividades que hagan olvidar a los pequeños los ecos de las bombas y las alarmas antiaéreas.
A media mañana, el sol anima a disfrutar del parque contiguo al albergue. La propuesta de la monitora de salir al aire libre ilumina las miradas infantiles. En la puerta se montan con impaciencia en bicicletas y patinetes donados solidariamente, mientras se despiden de sus madres. Esas mujeres que tomaron la dura decisión de dejar atrás sus vidas y viajar a miles de kilómetros para poner a salvo a sus familias. Unas madres con sentimientos encontrados, a las que les persigue la culpabilidad por ver desde la distancia cómo sigue sufriendo su pueblo mientras sus hijos logran recobrar la infancia así como derechos tan elementales como el de jugar.
A la espera de que en estos próximos días se inicie la escolarización en los centros educativos de los 24 menores del albergue, la ludoteca facilita la conciliación y permite a las madres y padres acudir cada mañana a las clases de español en la Universidad Pontificia, después de que un grupo de voluntarios de Protección Civil se encargara de enseñarles el camino hasta la calle Compañía.
En una de las salas del albergue, algunos adultos se esmeran en completar los “deberes” de español de las vacaciones de Semana Santa y muchos practican sus primeras palabras con los trabajadores del centro municipal, a los que no dudan en pedir ayuda. Los adolescentes reciben sus propias clases de castellano en el albergue, para ir avanzando camino antes de integrarse en los institutos.
Por suerte, los traductores de los teléfonos móviles se han convertido en la herramienta imprescindible que facilita la comunicación en el albergue. “Siempre están intentando agradar. Siempre dando las gracias. Están muy involucrados en aprender español y en integrarse”, destacan Linette Quintero y Montserrat García, directora y coordinadora respectivamente del albergue Lazarillo.
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