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Luis M. prefiere mantener su identidad en el anonimato. Vive en un pueblo pequeño y hasta hace un año no había tenido que recurrir nunca a ayudas de organizaciones como Cruz Roja.
Tiene 55 años, pero hace años que vive de una pensión que se ha quedado corta para hacer frente a todos los gastos. Tras una ruptura con su pareja, se vio inmerso en una situación de vulnerabilidad. “Soy pensionista desde hace muchos años, pero de pronto me encontré yo solo para pagar la luz, el alquiler, el gas y no llegaba. Fue catastrófico”, recuerda antes de tener que acudir a la organización. Antes de la primera semana del mes, la pensión se había esfumado sin que prácticamente no llegara un céntimo a su bolsillo.
Pese a tener concedido el bono social, se sumaron los gastos habituales junto a varios créditos de tarjetas de consumo a los que tenía que hacer frente. “Antes llegaba justísimo y ahora ya era imposible”, reconoce. Empezó a recortar de cosas pequeñas para evitar que la factura se fuera engordando. “El invierno pasado lo pasé sin agua caliente ni calefacción. Tengo una caldera para mí y tenía que ingeniármelas para ducharme a la vieja usanza”. Iba cubierto de ropa hasta arriba en su propia vivienda. No se podía desperdiciar ni un céntimo.
Empezó a usar trucos por internet para tratar de aislar las ventas y tratar de que su vivienda no pasara los rigores del invierno. Incluso, encendió velas en jarrones de cerámica para que sirvieran de acumuladores de calor como antiguamente. Acudió a Cruz Roja. Olvidó la vergüenza para afrontar la primera vez que requería ayuda. “Uno ha pasado por muchas situaciones en las que se ve sobrepasado, pero cuando ves que no te queda para nada tienes que ir a pedir ayuda”, detalla Luis.
El impacto solo le duró el primer día. De repente, encontró una mano tendida que olvidaba que era una estadística en las cifras de vulnerabilidad social. “Ya no era un número para ellos, un recibo sin pagar para los acreedores. Era una persona”, relata. Tras entrevistarse con los trabajadores sociales, comenzó a recibir ayudas para el pago de suministros y para recibir alimentos. “Si no fuera por Cruz Roja no llegaría a final de mes porque las facturas se me amontonaban”, reconoce.
Junto a las ayudas económicas, la organización puso delante de sus ojos el restablecimiento de rutinas para volver a tener relaciones sociales y una motivación para levantarse por las mañanas. Desde formación básica a talleres con los que además fue aprendiendo técnicas de ahorro energético que permitiera que la factura de la luz o el gas no se disparase.
Luis reconoce que tendrá que mantener la ayuda de Cruz Roja durante este invierno ya que la subida de precios de los suministros es incompatible con la pensión. “Por muchos trucos que utilice, sigo necesitando el apoyo para llegar a final de mes”, confiesa. Pide que no haya vergüenza cuando se tiendan las manos solidarias.
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