Raquel Ortega, Elsa Santos y Sofía Lerchundi, piloto e instructora de vuelo y alumnas aspirantes a la profesión, respectivamente, son dos generaciones distintas pero con un objetivo en común: «Volar siempre muy alto».
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Con tan solo 16 años, Raquel sacó el título de Piloto Privado hasta que en el año 1999 pudo obtener su licencia de piloto comercial. Poco después, se hizo con su título de instructora de Vuelo y comenzó a trabajar en una escuela de aviación. Actualmente es la Instructora de Vuelo y Responsable de Seguridad en la Escuela de Pilotos Adventia de la Universidad de Salamanca. «Doy instrucciones a los alumnos desde los niveles más iniciales hasta la fase final, con el bimotor. Imparto también instrucción en tierra, la parte de KSA (Knowledge, Skills and Attitudes— Conocimientos, Habilidades y Actitudes—), superviso que todo vaya bien y observo las carencias de cada uno de cara a evitar un accidente». Para ella, cada alumno y cada vuelo es diferente: «Lo que más me gusta es la falta de monotonía, cada día es distinto al anterior aunque sean las mismas misiones para todos los alumnos».
Gracias a una charla informativa sobre cómo acceder a esta profesión cuando aún estaba en el colegio cursando Bachillerato, decidió que quería ser piloto: «Me iluminaron el camino porque a mi siempre me había gustado conducir y manejar motos, bicicletas, patines, caballos, coches..., y lo de los aviones me pareció una salida estupenda para evitar un futuro trabajo monótono de oficina», cuenta Raquel Ortega.
Reconoce que hace 20 años había pocas mujeres al mando de un avión, pero ahora la situación está cambiando: «En mi época, en el año 2000, éramos 30 personas en la promoción y tan solo 5 chicas. Ahora la tendencia es muy buena, aunque aún queda mucho camino por recorrer. Creo que la edad juega un papel fundamental a la hora de que te contraten por bajas por maternidad, cuidado de los hijos...», detalla.
Con la crisis del 11-S de por medio, a muchos profesionales se les truncó un futuro inmediato en la aviación, por lo que Raquel decidió volver a casa para estudiar Arquitectura de Interiores aunque nunca dejó de renovar su licencia por si surgía alguna oportunidad con la aviación. Con la crisis inmobiliaria española iniciada en 2008 decidió volar de nuevo, por lo que dejó su trabajo como interiorista y optó por los mandos de un avión, hasta ahora.
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Al otro lado de las lecciones de Raquel se encuentran Elsa Santos, estudiante del Curso Integrado en Piloto de Línea Aérea y Sofía Lerchundi, alumna del tercer curso del Grado en Piloto de Aviación Comercial y Operaciones Aéreas. La primera decidió cambiar su rumbo cuando, oyendo hablar a sus amigos que ya estudiaban piloto, se dio cuenta de que no quería ser economista. Cambió las operaciones contables por las operaciones en vuelo.
Ni Sofía, ni Elsa tienen antecedentes familiares o un entorno cercano a la profesión y para ellas ser piloto nunca fue una opción desde el principio. «Durante el confinamiento, al no tener claro qué quería estudiar, mi hermana me insistió en tomar una decisión y mirando la oferta de grados de la Universidad de Salamanca me llamó mucho la atención el de Piloto de Aviación Comercial. Desde ese día tuve claro que quería ser piloto», reconoce Sofía.
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Ambas consideran que existe una gran diferencia entre las generaciones pasadas con las de ahora y que sus antecesoras les han allanado mucho el camino: «Es difícil encontrar a alguien que todavía se sorprenda al ver a una mujer en una cabina de un avión, pero aún queda recorrido, hay pocas mujeres pilotos», señalan. Para ninguna de ellas les supone una carga extra el hecho de ser mujer y tener esa profesión. «Puede ser más complicado que en otro trabajo debido al tiempo que pasas fuera de casa, pero creo que tiene la misma dificultad para mi que para mis compañeros», concluye Sofía Lerchundi.
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