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En el alboroto de la cafetería del centro municipal integrado Trujillo, entre el tintineo de las tazas y las charlas de los clientes habituales, dos mujeres han encontrado un espacio que significa mucho más que un simple trabajo. Para Tamara y Dolores, esta cafetería representa un camino recorrido con esfuerzo, errores, levantamientos, recaídas y, sobre todo, aprendizajes. Un camino en el que Santiago Uno ha sido una pieza fundamental.
Tamara Monje, con 29 años, se mueve ágilmente tras la barra. Es difícil imaginar que en otro tiempo la timidez la paralizaba. A día de hoy, su sonrisa es la mejor carta de presentación. Su historia no es de giros bruscos ni tragedias, pero sí de evolución personal. Hace 12 años llegó a Santiago Uno con un objetivo claro: estudiar cocina. Su entorno era estable y su vida normal, pero la formación que recibió allí la llevó a encontrar una vocación. Hoy, ese aprendizaje cobra vida en cada café servido con amabilidad, en cada conversación con los clientes. «Antes era muy tímida, muy cohibida, pero ahora me gusta el trato con la gente. Todos esos miedos se me han quitado. He descubierto algo nuevo en mí, y eso me hace feliz», confiesa.
El paso del tiempo le ha enseñado a valorar lo que antes no apreciaba. Con una visión clara del futuro, se ve dentro de diez años con una familia, una casa y una vida estable. Y aunque ya no está en el centro, no olvida todo lo que Santiago Uno le aportó. «Maduras, aprendes a ver la vida de otra manera. Estoy agradecida», dice tranquila.
Dolores Estrella Marcos tiene 18 años, pero su historia parece la de alguien con muchas más cicatrices y aprendizajes de los que una persona de esa edad suele poseer. Desde pequeña, su vida fue un constante ir y venir por centros de menores. El desarraigo, las malas influencias, la falta de dirección... Un camino que la empujaba hacia un destino impreciso. Cuando le dijeron que la trasladarían a otro centro, ella pidió ir a Santiago Uno. Su hermana ya había estado allí y hablaba de un lugar donde, por primera vez, se sentía a salvo. Dolores se aferró a esa idea como quien se aferra a una tabla en medio de la tormenta.
Su vida cambió drásticamente al llegar con 14 años. Comenzó a asistir a clase, dejó atrás ciertas costumbres autodestructivas, terminó la ESO y se formó en jardinería. No se detuvo ahí: cursó el título de monitora de ocio y tiempo libre y trabajó en campamentos con niños, además de otras actividades. Ahora, mientras sirve desayunos y meriendas en la cafetería, estudia un grado superior de integración social. Su sueño es claro: «Quiero ser educadora en centros de menores, ayudar a otros niños que han pasado por lo mismo que yo. O peor».
Dolores tiene un fuego dentro. Se nota en la forma en que habla, en la determinación con la que mira el futuro y en las ganas de ayudar a los demás. Y aunque le agradece mucho al negocio, tiene claro que la cafetería es solo una estación en su viaje, un sitio de paso. «La hostelería no me gusta, pero aquí hay una clientela recurrente, se crean lazos, y a mí todo lo social me encanta». Su mirada se endurece cuando recuerda sus recaídas, los momentos en los que flaqueó, pero sonríe cuando menciona a Santiago Uno. «Nunca tiraron la toalla conmigo. Siempre estuvieron ahí. Me ayudaron a seguir adelante y hoy puedo decir que tengo un camino».
Tamara y Dolores son dos caras de una misma moneda: la de la superación personal. Cada una, a su manera, ha encontrado en Santiago Uno y en la cafetería del Centro Municipal Integrado Trujillo un punto de inflexión en sus vidas. Para Tamara, ha sido la llave para salir de su zona de confort y descubrir su verdadero camino. Para Dolores, la prueba de que el destino no está escrito, de que con esfuerzo y apoyo se puede cambiar de rumbo.
En diez años, ambas se ven con una vida construida, con la estabilidad que antes parecía lejana. Hoy, en esta cafetería, entre clientes que se han convertido en conocidos y tareas diarias que les enseñan más de lo que parece, siguen dando pasos firmes hacia ese futuro. Porque a veces, todo lo que se necesita es una segunda oportunidad. Y ellas la han sabido aprovechar.
El centro de integración Santiago Uno ha sido un pilar fundamental en la vida de muchos jóvenes en Salamanca. Más que un lugar de acogida, es un espacio donde se les ofrece educación, apoyo emocional y herramientas para construir su futuro. Dolores y Tamara son solo dos ejemplos de cómo el centro transforma vidas, ayudando a quienes llegan a encontrar un propósito y estabilidad. A través de formación, orientación y segundas oportunidades, el centro demuestra que el destino no está escrito, y que con esfuerzo y apoyo, cualquier persona puede construir su propio camino.
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