
Llega la semana en que las doradas calles de la Salamanca antigua se convierten en escenario de una profesión de fe, de una representación del recogimiento y la devoción que, al mismo tiempo, se transforma en espectáculo masivo sin perder su carácter intimo.
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La estética de las procesiones de la Semana Santa ha atraído siempre a los fotógrafos profesionales, primero, y aficionados más tarde con la popularización del arte de la imagen. Y pocos podrán rebatir que si a algún ritual salmantino le sienta bien el blanco y negro es la Semana Santa y sus desfiles procesionales.
Si bien la tradición religiosa de las procesiones se remonta a tiempos inmemoriales, su popularización como agente de dinamización social con las hermandades y cofradías y la consiguiente proyección como atractivo turístico han terminado de enraizar la semana de pasión en el sentimiento más hondo de los salmantinos.
Hoy los ritos en torno a la Pasión y muerte de Cristo están muy vivos, pero hubo tiempos difíciles. Hace casi un siglo, en 1926, el historiador Antonio García Boiza hizo un llamamiento a la sociedad salmantina para salvar la Cofradía de la Veracruz, la más antigua de Salamanca con más de cuatro siglos de existencia, sumida en el declive ante «la frívola sociedad moderna». Pero años después, con la sociedad salmantina sufriendo lo más duro de la posguerra, la falta de recursos y de hermanos de carga puso en peligro la propia celebración de la Semana Santa.
LA GACETA respondió al SOS de la cofradía de la Vera Cruz con una campaña de concienciación que arengó a la fe y al espíritu religioso de la sociedad salmantina. Ayudada por el impulso de fervor y vuelta a la religiosidad y a la tradición de aquella sociedad salida del nuevo régimen de la dictadura, la Vera Cruz logró salir aquel año, y con ella las demás cofradías existentes entonces: las más veteranas, Vera Cruz, Nuestro Padre Jesús Nazareno de San Julián, Nuestro Padre Jesús Divino Redentor Rescatado y Nuestra señora de la Soledad y la Seráfica Hermandad del Santísimo Cristo de la Agonía, la última en llegar en 1926. Pasado el Domingo de Resurrección, la convocatoria de varios debates y reuniones para reorganizar la Semana Santa fructificaría el 9 de abril de 1942 en la creación de lo que es hoy la Junta de Semana Santa de Salamanca.
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La siguiente década fue la del surgimiento de nuevas cofradías gracias al compromiso de distintos sectores sociales. La mayoría de ellas han llegado hasta nuestros días y son el alma, el pulmón y el músculo de la actual Semana Santa. Soplaban los vientos a favor y la bonanza continuó hasta la llegada de la democracia y las nuevas costumbres y usos sociales.La reacción al fin del catolicismo oficial afectó a las cofradías salmantinas, con el abandono de muchos cofrades y la desaparición definitiva de tres de las instituciones: la del Cristo del Amparo, el Cristo de las Batallas y la de Nuestro Padre Jesús de la Promesa.
Pero pese al terremoto y la llegada al Ayuntamiento del Partido Socialista Obrero Español, en otros tiempos de marcado carácter anticlerical, las raíces de la celebración ya eran sólidas. Poco antes de la muerte de Franco se había constituido la Hermandad del Amor y de la Paz, y ya en los 80 y 90 nacieron la Real Cofradía del Cristo Yacente y las Hermandades del Silencio y del Via Crucis. Junto con la sangre joven, llegaron los reconocimientos para la Semana Santa salmantina, como sus declaraciones como Fiesta de Interés Turístico que culminaron en 2003 con el Interés Internacional. Las fotos y el futuro ya eran en color.
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Si conserva imágenes antiguas y originales de la feria de ganado que se celebraba en el Arrabal y quiere compartirlas, puede enviarlas por correo electrónico indicando en el asunto 'Memorias en blanco y negro' a la dirección lector@lagacetadesalamanca.es o hacérnoslas llegar a través de este código QR. LA GACETA las publicará.
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