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Miércoles, 13 de mayo 2020, 13:13
Sara Hoya es la responsable de medioambiente y socioeconomía del Proyecto Tâmega de Iberdrola en el Norte de Portugal, una megaobra en la que trabajan más de 1.500 personas. Confinada en el país luso, explica el ‘milagro portugués’ con el COVID-19.
–¿Le ha impactado la incidencia del coronavirus en Salamanca y en Esaña?
–Mucho, porque aquí las medidas han sido distintas, no hemos estado tan cerrados como en España, se ha podido salir a pasear y hacer deporte desde el principio y la incidencia no es comparable. También se cerró todo menos los supermercados, pero las medidas han sido menores para la población. Pero veo las imágenes del Ejército y la Policía en España y te asusta, porque nunca he visto nada igual.
–¿Cómo explicaría el ‘milagro portugués’ con tan pocos contagios?
–Las medidas se tomaron muy pronto, se decretó el estado de emergencia con muy pocos casos y se consiguió parar rápido. Además, por carácter, los portugueses son muy disciplinados e incluso antes de decretarse el estado de alarma se quedaban en casa. En la zona donde estoy, con pueblos muy pequeños, con poca densidad de población, es más difícil que haya contagios.
– ¿Cómo se ha gestionado la crisis desde el punto de vista sanitario?
–El sistema público portugués es más débil, pero casi todo el mundo se mueve por hospitales privados.
– ¿De qué forma ha afectado a una macro obra como la de Iberdrola en Támega?
–Lo más difícil fue tomar la decisión de continuar con las obras, cuando todo era muy nuevo, desconocíamos qué implicaría el estado de emergencia. Tuvimos que implementar medidas y protocolos para continuar con tantas personas trabajando, se asumió en la medida de lo posible el teletrabajo, hacer turnos para favorecer el distanciamiento, evitar que comieran juntos, no coincidir la salida y entrada de turnos, contratar empresas para desinfección de espacios públicos y en la medida de lo posible evitar ir al pueblo.
–De hecho, la obra es como un pueblo en cuanto a número de trabajadores.
–Somos unos 1.500, 1.000 durante el día y unos 500 en el turno de noche. La suerte es que es una obra muy extensa, con muchas obras pequeñas y se evita el contacto todo lo posible.
–¿Se hace duro no poder volver a Béjar a ver a sus padres?
–Se hace duro, muy duro. Pero como además están prohibidos los desplazamientos transfronterizos, aún es más complicado viajar. Mis padres están en casa en Béjar y apenas salen. Mi abuela, de 95 años, se encerró en casa y tampoco sale. A ver si en el verano esta situación se relaja y podemos empezar a recuperar la normalidad. La verdad es que antes te podías tirar meses sin ir, pero así parece, incluso, mucho más duro.
–¿Y cómo se plantea la ‘reconstrucción’ económica en Portugal?
–Hay mucha gente que lo está pasando mal, porque el salario mínimo es muy bajo, en torno a los 600 euros, y con muchos autónomos y establecimientos pequeños que han tenido que cerrar. Además, el turismo va a hacer mucho daño, sobre todo en Oporto, que creció mucho en torno a este sector, con muchos restaurantes, hoteles... y todos están cerrados.
–El milagro también ha sido en la obra, con cero contagios.
–Implantamos pronto medidas de seguridad y pese a la magnitud y a la envergadura del proyecto no ha habido contagios.
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