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El 28 de junio se sentaba por última vez ante los micrófonos de la Cadena Ser en Radio Salamanca. Santiago Juanes desnudaba su voz ante los oyentes para la despedida, a pesar de que su jubilación no se hará efectiva hasta el 18 de julio. Atrás deja 45 años de recuerdos. Por delante, aún muchas historias por descubrir del pasado y del presente.
¿Es difícil decir adiós?
—Es difícil porque la comunicación es adrenalina y una adicción. Te das cuenta de lo que dejas atrás, pero en algún momento hay que decir adiós.
¿Se está preparado?
—Te vas preparando, pero nunca llegas a estar preparado del todo.
¿Cómo fue ese momento de la despedida en las ondas?
—Fue una casualidad. En realidad, no me tocaba ese día hacer el programa y cayó de esa manera. Lo que tenía muy claro es algunas cosas que quería decir y algunas personas que quería mencionar. Pude hacerlo y a partir de ahí, a pesar de que lo llevaba escrito se me olvidó pedir perdón a los que pudiera haber agraviado.
¿Cómo llega a la radio un estudiante de Magisterio?
—Hace 45 años entré con Jesús García en la radio a pedir una oportunidad, como los maletillas: venimos a proponerle hacer un programa de radio, éramos dos micos recién estrenados en la universidad y contra todo pronóstico nos dieron esa oportunidad. Hicimos prueba, le hizo gracia y empezamos haciendo un programa semanal. Tengo la enorme suerte de haber aprendido, sino con los mejores, con los que han sido todo en la profesión. Me encontré con el cuadro de actores de Radio Salamanca, voces privilegiadas, después cuando inauguramos los 40 Principales que sabía de música para aburrir. Después vinieron otros conceptos como trabajar con Antonio Herrero, Iñaki Gabilondo. Eso ya te imprime carácter. Aprender de la gente que escribe en LA GACETA que lo hacía y lo hace fantásticamente bien. Lo que hay que reconocer es que siempre eres un aprendiz, nunca creerte que eres un maestro.
¿Es consciente que ha sido la voz que ha acompañado a los salmantinos durante décadas?
—Una de las cosas que más me emociona es cuando me encuentro gente joven y me dice que todavía se acuerda cuando volvían del colegio y entraban en la cocina y se encontraban a su madre con la radio puesta, y allí estaba yo. Mi voz forma parte de esa memoria infantil de muchos salmantinos, de personas adultas.
Uno de los espacios que más se recuerda era 'La plaza de mi pueblo' que se encargaba de la denuncia ciudadana de cosas cotidianas
—Me voy de la radio recriminando a la radio que ha silenciado al oyente. En la antigua radio tenían sus discos solicitados, su Elena Francis, con todos los peros, los espacios de participación con Orestes Bazo, después me incorporé yo. Aquello era muy útil porque ponía muy tenso a los concejales, sobre todo a los concejales. Estaban muy pendientes de lo que sonaba en la radio. Sabían que si no iban y no lo arreglaban al día siguiente habría otra llamada. Era una manera de saber por donde iban los tiros de la actualidad. Al final nos damos cuenta de que las personas no hablan tanto de la política, como de las cosas que les afectan .
¿Con qué momento se queda grabado de estos 45 años?
—Yo recuerdo la imagen de aquellos compañeros de la radio que habían empezado en los años 40 como venerables maestros de la profesión con una dicción perfecta. Estaba absolutamente hundido por la presión de aquellos talentos. Me quedo con todos los momentos de la radio. Evidentemente, sigo recordando cuando estaba haciendo un programa de radio tan contento y presentando mi música española y el técnico de control me empieza a hacer gestos de un gatillo de una pistola. Se estaba produciendo el asalto al Congreso de los Diputados del 23 de febrero. Yo estoy en la radio y no puedo salir, a continuación entran unos policías y se hacen cargo de la radio. El director nos pide que no nos moviéramos. Fue tremendo.
Resulta imposible disociar a Juanes de la gastronomía, ¿de dónde le viene esa pasión?
—Tiene su historia. Yo de pequeño jugaba a subir por la escalera de mi casa a adivinar qué se estaba cociendo en cada casa. Y con mi nariz podía decir aquí están rebozando pescado, aquí huevos fritos, cocido, lentejas. Tenía un olfato muy especial para aquello. Ahí se despierta algo pero que se acrecienta sobre todo en la literatura. Yo leo el Lazarillo de Tormes que hablaba del no comer, del hambre. Y a partir de ahí leo toda la literatura que hablaba de las cosas del comer, que en el Siglo de Oro lo era todo. Dicho lo cual, tengo que dejarlo muy claro: yo no tengo ni idea de cocinar. No me saques de la teoría que puedo preparar un trastorno verdaderamente notable.
Por las negritas de 'El Bestiario' pasó gran parte de la sociedad salmantina.
—Estoy tremendamente orgulloso de eso. Todavía hay gente que me para por la calle y me dice, una vez me mencionaste en 'El Bestiario'. Yo no me acuerdo… Eso le hacía especial ilusión a la gente, no tanto en ese momento como años después. LA GACETA es un medio de comunicación de referencia desde hace muchísimos años. Pasaba que todo el mundo la ve o la lee. La negrita llamaba mucho la atención y si tu nombre salía inmediatamente te sonaba el teléfono. A partir de ahí se preparaba todo el lío. Con el tiempo aquellos que fueron citados han mantenido ese recuerdo. Me alegro mucho porque han sido miles de personas las citadas. Ha sido mi experiencia literaria más extraordinaria.
Ahora bucea en la historia del Salamanca del ayer, qué le ha sorprendido de esas crónicas.
—Es muy interesante. En Salamanca, en función de la edad vivimos en una Salamanca o en otra. Los que tenemos 64 años recordamos muchas cosas de una Salamanca que ya no existe. Que está debajo de lo que hoy vemos: cuando era pequeño no existía el paseo de San Vicente no existía porque era un camino. Hasta que llega el año 1973 para encontrarlo. Los que tienen ahora 20 años no lo conocieron, pero se han encontrado a un alcalde que le encantan las flores y las ha puesto por todas partes. Es otro paseo de San Vicente. Todos vivimos en una Salamanca que es el producto de muchas Salamancas que nos precedieron y eso solo lo encuentras en la Hemeroteca. Yo he encontrado formidables periodistas, y sobre todo cronistas y escritores.
¿Se va sintiéndose querido?
—Estoy apabullado totalmente. No me lo esperaba. Esperaba que te llamara alguien pero no todo esto. Además, un poco afectado porque no sé si esto le ha ocurrido a otros compañeros. Igual ha habido otros compañeros que se fueron y no han tenido este reconocimiento. Me hubiera gustado que todos hubiesen tenido el reconocimiento que yo he tenido.
¿Y ahora qué?
—Jubilarme el 18 de julio definitivamente. Yo quiero seguir investigando sobre Salamanca y le debo varias cosas: al Casino de Salamanca la historia del famoso incidente de los disparos. Ya di la conferencia y ahora se va a convertir en un pequeño opúsculo. Al Centro de Estudios Salmantinos le debo el hornazo salmantino. Vamos a intentar que el año que viene en la víspera del Lunes de Aguas, los salmantinos tengan la historia de su hornazo. Quiero hacer la crónica del Tormes a su paso por el municipio de Salamanca. Contar la historia de La Aldehuela, de Huerta Otea y todo lo que hay entre el puente de La Salud y el puente del Soto. Hay patrimonio que se mantiene, desaparecido, oculto. Y luego conocer pueblos de España que no conozco y estoy dispuesto a cogerme el coche con mi mujer y recorrerlos. Por ejemplo, Baeza que dicen que es una Salamanca en miniatura. Y disfrutar de la familia porque esto de ser abuelo te compromete con responsabilidades que asumes con enorme valentía y arrojo. Ser abuelo es una cosa muy seria. Ahora que lo soy mi solidaridad con los abuelos.
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