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La Universidad de Salamanca cuenta desde hace años con el Laboratorio de Radiaciones Ionizantes y Datación centrado en cuestiones relacionadas con la protección radiológica humana y ambiental, la optimización de técnicas para medir los niveles de radioactividad y la datación, entre otras líneas de investigación. Pero el verdadero reto del laboratorio en los últimos años ha sido la puesta en marcha de una potente instalación para medir la edad de restos de materia orgánica con miles y miles de años a través de la técnica del Carbono-14, una infraestructura casi única en España —solo existe un equipo similar en Sevilla— que dirige todas las miradas hacia Salamanca en lo que se refiere al uso de esta prueba con múltiples aplicaciones, aunque en el caso de Salamanca estará dirigida a un uso determinado.
«Hemos hecho nuestras primeras dataciones de unos testigos de la Antártida y los resultados que hemos obtenido son excelentes», asegura con satisfacción Begoña Quintana, catedrática del Departamento de Física Fundamental y directora del laboratorio, que explica que su objetivo es especializar las instalaciones en la realización de estudios en muestras de interés paleoclimático; los espeleotemas; y la datación de huesos, pensando en los importantes yacimientos que se encuentran en nuestra Región y de forma especial en el de Atapuerca. «Castilla y León tiene un gran potencial en ese ámbito y nosotros queremos dar el servicio de calidad suficiente para que los investigadores tengan los resultados que necesitan y que así sus investigaciones obtengan mayor impacto internacional», incide la investigadora de la Universidad.
La novedosa infraestructura instalada en el edificio de I+D+i de la institución es resultado de una convocatoria de la Junta de Castilla y León para la financiación de equipamiento tecnológico de última generación y en las primeras pruebas que se han llevado a cabo ha demostrado su exactitud, un aspecto clave cuando se trata de conocer la edad de una muestra.
«Extraer un valor de Carbono-14 se puede hacer en cualquier laboratorio que tenga la técnica necesaria, pero comprobar que el resultado es correcto y proporcionar la mayor precisión posible, implica un paso más allá», comenta Quintana y explica que cuando los laboratorios trabajan de forma rutinaria y automatizada no tienen un tratamiento específico para la muestra, dan muy pocos resultados para un testigo y, además, como su coste es muy alto, se mandan pocas muestras, de manera que es difícil que detecten un resultado anómalo, lo que repercute en la edad que dan, que en muchos casos no es exacta. «Si en vez de datar tres muestras puedes datar treinta y además haces réplicas para detectar un posible dato erróneo, obtienes resultados totalmente fiables», incide la responsable de este novedoso equipo con el que pretende que Salamanca pueda contribuir mediante los análisis de Carbono-14 a todos los proyectos relacionados con cambio climático, evolución humana y las formaciones de las cavidades como estalactitas y estalagmitas.
En la década de 1940, el químico Willard Libby descubrió las propiedades del Carbono-14 en la datación e ideó un método revolucionario por el que en 1960 recibió el Premio Nobel de Química. Desde entonces, la datación por radiocarbono se ha convertido en una herramienta valiosísima para arqueólogos, paleontólogos y otros científicos que quieren establecer dataciones fiables de una muestra u objeto a través de la materia orgánica que contiene.
Sin embargo, el método tiene sus limitaciones porque las muestras pueden estar contaminadas por otros materiales, de ahí la importancia de que el análisis se haga de una forma totalmente rigurosa y la preparación de dichas muestras sea muy meticulosa. Begoña Quintana explica que el proceso dura varios días: primero se limpian las primeras capas y se separa la muestra en varios alícuotas. La ventaja de la espectrometría de masas con acelerador es que con algunos miligramos se pueden detectar muestras de hasta 50.000 años de edad, algo que no permiten las técnicas radiométricas. Tras la limpieza se lleva a cabo la extracción del carbono en forma de CO2 y de ahí se pasa al grafitizador que transforma la muestra en el grafito que se introduce en el acelerador. «Cada paso tiene que ser completamente reproducible y por lo tanto ejecutado con la mayor precisión posible», insiste la investigadora.
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