José Luis Retana, junto al belén instalado en el claustro de la Casa de la Iglesia. ALMEIDA
JOSÉ LUIS RETANA, OBISPO DE LA DIÓCESIS DE SALAMANCA

«Recuerdo de niño quedarme con la nariz pegada a los escaparates con mazapanes»

José Luis Retana pasará por primera vez la Nochebuena junto a los sacerdotes mayores de la residencia antes de presidir la Misa del Gallo. De las Navidades de la infancia recuerda la 'sopa boba' que preparaba su madre junto al olor a jara que desprendía el horno

Ángel Benito

Salamanca

Martes, 24 de diciembre 2024, 07:00

Las Navidades son una época ajetreada para el obispo de las diócesis de Salamanca y Ciudad Rodrigo, José Luis Retana. Ya avisaba hace ahora casi tres años de que tendría que vivir mucho en la carretera y durante estos días se multiplica doblemente. «La dificultad más grande es que cada día estoy en un lugar». Hace memoria para detallar que la Misa del Gallo estará en Salamanca, mientras que se desplazará a Ciudad Rodrigo para Navidad. En Miróbriga también pasará Año Nuevo, Reyes y una convivencia sacerdotal el 26 de diciembre. Al día siguiente vuelve a Salamanca para San Juan.

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En esta ocasión, según detalla, ha decidido cambiar el lugar de la cena de Nochebuena: «Vamos a venir a acompañar a los sacerdotes de la residencia y a cenar con ellos. Es algo que hacía en Ávila y acogen al obispo con afecto. Acompañarles es una cosa muy bonita y hermosa». Los dos últimos años había acudido al Comedor de los Pobres.

El 28 de diciembre aparca la agenda repleta de compromisos para dedicarla a sus hermanos. «Es nuestra celebración familiar. Mi hermano, Serafín, que vive conmigo y su mujer; luego está Salvador, que tienen una farmacia en Jaraiz de la Vera; y Andrés que es el tercero que está en el Hornillo, cerca de Arenas de San Pedro y que se dedica a la recolección de aceitunas, castañas e higos. Si viene alguno de los sobrinos se acerca y pasamos el día charlando».

¿Quién cocina? Su hermano, Serafín, y su mujer regentaban en Rumanía un restaurante durante doce años. «La mano de mi cuñada es de primera división», reconoce. Retana confiesa que nunca ha sido «cocinitas». «Estuve mucho tiempo en el internado, luego en el colegio diocesano otros quince años y de niños ni mi madre ni mi abuela nos dejaban entrar en la cocina», asume.

El obispo mira a las Navidades de la infancia para recordar a una familia «sencilla» que fue mejorando a raíz del trabajo de sus padres. Su padre era carnicero y su madre trabajaba en el campo junto a sus abuelos. «Tenía un horno con un olor a jara —todavía cierra los ojos al tratar de evocarlo— donde la gente llevaba los panes para cocer». De su padre, recuerda que aunque a los 13 años dejó la escuela y se fue a la mili «con pantalones cortos y corneta» era un hombre «instruido y de una fe impresionante» que se trasladaba cada Navidades cuando montaban el nacimiento. Hay recuerdos imborrables: «Nos quedábamos con las narices pegadas a los escaparates de un comercio que tenía mazapanes a granel». «Las pequeñas cosas que teníamos en casa eran contadas para que duraran toda la Navidad», reconoce al igual que la «sopa boba» que cenaba en Nochebuena «que tenía de todo con albondigas pequeñas y de todo. Con eso cenábamos». En cuanto a la carne, también recuerda que a casa llegaba «las cosas que se ponían feas en la carnicería y ya no se podían vender. Se cocinaban y guisaban», recuerda. La misa 'pastorela', en latín de su pueblo, las 'quedadas' en la lumbre mientras asaban y compartían vivencias.

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Todas estas reuniones familiares siempre se realizaban en casa de sus padres hasta que fallecieron. «Ahora como hermano mayor, soy yo el que acojo a mis hermanos pequeños para que nos sigamos juntando».

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