En su colección de cantes flamencos Antonio Machado escribió aquello de que este arte «no es patrimonio del pueblo, sino vivencias del cantaor... se podía poner al pie de cada copla el autor». A Farina se le fue la vida entre fandangos, que siempre fue ... su debilidad aunque la copla le diera mayor proyección y lo llevara hasta situarlo como un personaje inmortal: «Soy hombre de pocas palabras, prefiero cantar a hablar», dijo en una ocasión. Orgullo de Salamanca, de la que presumió en los mejores tablaos. El fandango fue su vida y con ellos entró en la historia; no le faltó personalidad aquel día en el que manifestó: «Yo se cantar de verdad, pero el día que yo cante el jondo como sé, ¿a qué se van a dedicar los demás? Hoy se cumple un siglo de su nacimiento. El 21 de noviembre de 1995 viajó a la eternidad, pero su cante se quedó para siempre. Entre la copla y el flamenco. Su voz limpia y clara, templada, poderosa no necesitaba micrófonos para llegar al corazón del público, para despertar los sentimientos, para acariciar el alma.
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Sandalio Alonso Bullón, bejarano de nacimiento, y dueño desde 1939 de Los Limoneros, bar situado en Salamanca en la plaza del mercado, se convirtió en uno de los principales focos del flamenco. Allí se cimentó la fama de los cantaores de Salamanca y a él llegaban los flamencos que pasaban por la ciudad.Desde el principio Sandalio (en la imagen junto a Rafael) fue uno de los principales valedores de Farina.
Rafael Farina nació en Martinamor. Pudo haber nacido en otro sitio cualquiera, dada la vida errante de su familia. Era hijo de nómadas gitanos que viajaban por la geografía de feria en feria ofreciendo su trabajo en las cuadras y como tratantes de ganados. De la de San Mateo en Salamanca a la de Ciudad Rodrigo, pasando por Béjar, Vitigudino, Benavente o Fuentesaúco. A la vuelta de Alba de Tormes, de manera inesperada, encontraron en el «pajar de los pobres» de Martinamor su belén particular para dar a luz a una voz prodigiosa. Farina puso en el mapa a una pequeña localidad que hoy tiene censados 77 habitantes. Allí nació Rafael Salazar Motos. El apodo de Farina llegó tomado de «La pandilla», una serie americana de los años 30 que, con éxito, fue emitida en España en los cines. Farina era un niño afroamericano interpretado por Allen Hoskins. Sus amigos consideraron que su oscura tez era similar a la del pequeño Rafael. El sobrenombre se impuso a los apellidos.
En la imagen aparece Rafael Farina en primer término, a su izquierda Juanito Valderrama, otro de los grandes del cante flamenco; Lauren Postigo y Fernando Velasco. Este último fue su representante durante 25 años firmándole más de un millar de contratos desde el año 1970, cuando dejó de llevarlo Antonio «El Pillín».
«Por un real un fandango, señorito, que soy 'probe' y no tengo 'pa' comer», como antes lo había hecho Calderas, se ofrecía después Rafael de niño cuando cantaba «al plato» por los soportales de la Plaza Mayor o en las puertas de los cafés a los que acudían los tratantes a cerrar sus ventas hace casi un siglo. En un mar de astucia natural, estaban también pendientes de las bodas y, en las puertas de las iglesias, cantaban y bailaban para los novios e invitados que llevados del ambiente festivo les soltaban unos reales a los gitanitos. Entonces también, con apenas la quincena cumplida, se desenvolvía ya con descaro por el desaparecido Barrio Chino de la capital donde se curtió, se desmierdó y creció. Donde encontró el amparo de La Margot, una mujer que regentaba una casa de citas entre los humildes inmuebles de la zona. Las cinco estrellas, La Merche, la casa del nº 4, El Columba, La Pitecos… eran bares de aquella zona de la época previa y posterior a la Guerra Civil. Y allí se desenvolvió Farina, al que llamaban para cantar y darle fiesta a los que venían a gastarse los cuartos, al amparo del cante, el vino y la cama. La Margot le abrió su casa, le dio de comer, lo vistió y le enseñó todo lo que necesitaba para su oficio de artista. Allí, en aquellos pequeños cuartos llenos de humo, de tabaco, de copas, de putas y de hombres ávidos de fiesta y juerga en tardes que se fundían con las noches y se prolongaban la madrugada, donde se dictaban las lecciones más crueles y reales de la escuela de la vida. Del barrio Chino se salía juerguista, delincuente o artista… Lógicamente allí no salía ni notarios ni abogados del Estado, allí se vivía entre putas y pobres que no sabían lo que era una escuela.
Allí creció y de allí salió Farina hasta que mediada la década de los 40 comenzó a hacer incursiones en los tablaos de Madrid de la mano de su compadre Florencio Castellanos 'El Chaval' y de Sandalio Alonso, que lo llevaron a los ambientes flamencos y a las juergas de los colmaos, donde fue conociendo más matices del cante y descubriendo los palos que prodigaba con su interpretación innata. Allí daría el salto definitivo, una vez ganada su «plaza» en Villa Rosa o en Los Gabrieles... en pleno centro de Madrid, casi a la vera de la plaza de SantaAna. Atrás quedaría ya el Barrio Chino y su casa de Los Limoneros para convertirse en un emblema charro por todo el mundo.
En este cartel anunciador del festival flamenco de 1978 en el teatro de La Latina de Madrid aparece la actuación estelar de Rafael Farina en duelo de fandangos entre otros con la actuación especial de la Paquera de Jerez.
Su presencia nacional llegó de la mano de Concha Piquer, que ahormó su estilo, y su compañía, a la que se incorporó tras darse a conocer en Madrid. En 1952 su carrera se relanza en el Teatro Pavón con el espectáculo «La copla andaluza» y más tarde, en 1968, junto a Lola Flores. Los años 60 y 70 fueron los de su esplendor. En los 60 Juanito Valderrama, Antonio Molina y Farina eran capaces de llenar las plazas de toros y los campos de fútbol. La copla y el cante como sus aliados. Estos junto a Pepe Marchena, Caracol, Pepe Pinto, La Paquera de Jerez… los más grandes, se rindieron a su voz. Era el cante que estaba de moda. Y con él se convirtió en uno de los nombres propios del país. Del flamenco a la copla y de esta a una fusión tan personal que lo hizo diferente. «Marcó un estilo propio, de ahí su éxito», matiza Pedro Mari Azofra, su único biógrafo («Mi Salamanca», 1996).
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Hombre malpensado y desconfiado, fruto de su analfabetismo con el que murió sin saber leer ni escribir. Como no sabía ninguna de las dos cosas aprendía las letras de las canciones a base de repetirlas. Incluso las que creaba improvisando pedía a su entorno que se las transcribieran para perpetuarlas a base de repetir.
En su última etapa, junto a Pepe Blanco y Antonio Molina, crearon un espectáculo que deambuló por las plazas de toros de España con éxito. La última vez que cantó para los salmantinos fue desde el balcón del Ayuntamiento cuando pregonó las fiestas de 1995, apenas unos meses antes de morir.
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«Todo el que no se pone triste cantando es que no siente nada», afirmó Rafael Farina. La tristeza invadió la ciudad, al flamenco y la copla el día de su partida. Con Farina muerto, Valderrama declaró a LA GACETA que España perdía «un puntal importante del teatro, del arte, del cante y del flamenco… el mejor cancionero que teníamos. Su voz era prodigiosa». «Nadie se atrevió a cantarle el día de su entierro. Nadie quiso imitar su voz. En su despedida imperó el silencio y el respeto. Se iba uno de los grandes, quedaba el legado inmortal de su voz. Antes había dejado otra de sus sentencias eternas: «Para cantar bien hay que tener duende y estrumento en la garganta».
El flamenco y el toreo unió a dos genios, cada uno en los suyo. A Farina y a Santiago Martín 'El Viti', que reinaron en los 60 y 70 en los tablaos y en los ruedos. Admiración recíproca. Orgullo charro. Rafael le cantaba a Santiago, El Viti se sigue deshaciendo con Farina: «No he conocido a un hombre que tuviera siempre tan abierta la puerta del agradecimiento a su tierra como Farina. Era más que pasión lo que expresaba hacia su cuna. Más que hacer de ella una bandera hizo un himno cuya ideología, fue un amor desinteresado», escribió El Viti en 'Mi Salamanca', el libro de Azofra antes de inmortalizarlo con una frase contundente: «La naturaleza lo escogió para realzarlo con una voz timbrada y hechicera que adornó con peculiar personalidad y engrandeció con duende universal y castellana gitanería. Por eso se hizo grande en tiempos difíciles, arrancando desde la nada. Desde el estrato más humilde de la sociedad que ubicado en Italia nos hubiera dado un gran tenor y en Estados Unidos un rockero mundial». Ese fue Farina;el genio del flamenco cuya voz sigue inmarchitable cuando se cumple un siglo de su nacimiento.
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