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Lunes, 26 de abril 2021, 19:16
Estefanía se dio cuenta enseguida de que su hijo estaba perdiendo peso, pero confiesa que era imposible de parar. “Cada dos días perdía kilo y medio y se nos iba de las manos. No son ellos. Es su enfermedad”, relata esta madre de un niño ... de 14 años, con un peso normal, que comenzó en el confinamiento domiciliario de 2020 a desarrollar el trastorno alimentario. “Las redes sociales y los ‘youtubers’ tienen muchísima culpa. Se decía esos meses que estábamos en casa que había que hacer deporte y ahí empezaron los pensamientos de mi hijo de que quería adelgazar. Su obsesión empezó por el deporte y cada vez iba a más. Salía a correr, hacía bicicleta, cinta eléctrica y no dormía por las noches porque se dedicaba a hacer flexiones. Comía menos para cuidarse, tenía obsesión por las calorías. Decía que se veía con barriga. Se volvió hiperactivo, hacía los deberes de pie y dormía incorporado porque pensaba que tumbado engordaba. Como madre, todo se confunde con la adolescencia y el cambio al crecer. Hay un desconocimiento total de esta enfermedad”, admite esta madre, que ha vivido momentos muy duros y todavía sigue atravesando los “altibajos” de una enfermedad tan “cruel” como es la anorexia.
Ella incide en que la enfermedad también afecta al sexo masculino, aunque pasa más desapercibido porque no se detecta como en las niñas cuando se les corta la regla y si un niño hace mucho deporte, se piensa: “mira que bien, que ha adelgazado y ha crecido”. En dos meses, su hijo perdió 18 kilos y aunque acudió a un psicólogo particular, finalmente acabó ingresado muy grave en el hospital por desnutrición, con una sonda.
“Son niños trabajadores, listos y responsables que luchan y sufren muchísimo. Son ejemplares pero no se valoran y no quieren vivir. Es horrible. Tienen un miedo atroz a las comidas y a los alimentos. Es una enfermedad muy cruel para ellos y muy dura porque es la cabeza la que les dice que no coman. Tienen su imagen corporal totalmente distorsionada. Y les afecta a la masa muscular, a los huesos... y cuando el cuerpo no tiene de donde tirar, les afecta a los órganos vitales”, explica Estefanía, que critica que la anorexia aún sea una enfermedad “tabú” pese a su extrema gravedad.
Por todo ello, esta madre reclama que se incremente de forma exponencial la información y sensibilización social con las familias para que “estén en alerta”, así como la prevención y detección, tanto en ámbitos escolares como en las consultas de pediatría. También reclama más apoyo para aquellos padres y madres que necesitan saber cómo actuar y tratar a sus hijos ya enfermos. “Las horas de la comida son un estrés. Es un cambio total. No sabes si obligarle o no. La vida gira en torno a la comida y a las 24 horas controlando. Es un agotamiento para él y para los padres físico y psicológico”, confiesa Estefanía, que comparte su experiencia con otras familias en la nueva Asociación de trastornos alimenticios y obesidad de Salamanca (ATRA y obesidad).
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