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Pedro Cátedra, en la biblioteca de su casa. LAYA
Pedro Cátedra, silla «A» de la RAE: «Hay que preservar la lengua para evitar que por el uso arbitrario empecemos a no entendernos»

Pedro Cátedra, silla «A» de la RAE: «Hay que preservar la lengua para evitar que por el uso arbitrario empecemos a no entendernos»

«Buena parte de las faltas de ortografía dependen de las dudas de los jóvenes por la ortografía alternativa que usan en los sistemas de mensajería» | «La tilde de solo no tiene importancia mientras nos entendamos. Yo no la uso porque siempre he tendido a respetar las reglas académicas»

Miércoles, 14 de junio 2023, 17:30

Pedro Cátedra García (Gabia Grande, Granada, 1954), catedrático del Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca, sucederá a Manuel Seco Reymundo en la silla A de la Real Academia Española. Los académicos Francisco Rico, Inés Fernández-Ordóñez y Juan Gil defendieron su candidatura en el Pleno de la RAE y finalmente su nombre se impuso al de Alberto Montaner, engrandeciendo así la presencia de Salamanca en la RAE. El próximo curso compatibilizará las sesiones en la Academia con sus clases de Historia del Libro.

¿Qué siente al ser elegido académico de la RAE?

—Satisfacción, cierto deber cumplido profesional y preocupación por la responsabilidad, por lo que esperarán de mí en la institución que me acoge.

¿Cuándo será el acto de entrada?

—No lo sé, depende del calendario de la Academia.

Su elección engrandece la tradición de humanistas vinculados a la Universidad de Salamanca que forman parte de la RAE.

—Sí, ahora hay dos personalidades como José Antonio Pascual y Víctor García de la Concha, y permanecen en la memoria otros que fueron profesores por mucho tiempo, y que ahora ya están desaparecidos, como Fernando Lázaro Carreter, cuyo centenario se está conmemorando este año.

También hay otros salmantinos, aunque no son profesores de la Universidad, como Paz Battaner.

—Efectivamente. Yo tuve la suerte de ser profesor joven al lado de Paz Battaner, e incluso hemos llegado a compartir durante algún tiempo despacho en la Universidad Autónoma de Barcelona. Y luego están los académicos correspondientes, así que hay muchos que han sido mantillo, es decir, que han sido la base de la presencia de Salamanca en la Academia Española.

Nació en un pueblo de Granada y luego recorrió varias ciudades, pero lleva muchos años ya en Salamanca, ¿se siente charro?

—A los 32 años llegué a la Universidad de Salamanca, pero uno no tiene los galones suficientes para llegar a tener esa naturaleza. Sí digo que soy salmantino, porque es donde más años he pasado. En las notas de prensa se declara mi naturaleza granadina, pero debí pasar un año y medio en Granada en las vacaciones de mi infancia y desde los 14 años estuve en Cataluña y a partir de los 32 en Salamanca, así que donde he pasado mayor tiempo es aquí, la balanza cae por el lado salmantino.

Su nombramiento también servirá para poner en valor los estudios medievales, su especialidad ¿no?

—Sí, soy medievalista y también historiador del libro, además he estudiado la literatura del Siglo de Oro. Lo que yo pretendo aportar a la institución es el interés general por la cultura y la lengua española a partir, obviamente, de mi especialidad. Hay que mirar el aspecto cultural y lo que representa la cultura de España, al igual que la lengua, que es el principal argumento para defender muchas cosas en la actualidad. Antes las lenguas no estaban sujetas a una especie de marca, como sucede ahora, una marca política, a veces ideológica porque todo el mundo se cree con derecho para valerse de la lengua para cualquier argumento, lo cual está bien a título individual porque la lengua no es de una institución o de un país, sino que sobre todo es mía, que la hablo, y cada cual tiene ese derecho a reivindicar, pero lo peor es cuando se marca con una inevitable tendenciosidad de carácter político o ideológico. Miro las cosas, no desde la mitad del bocadillo, sino desde la parte más alta, como cultura representativa, sincronizada en sus distintas variedades y como elemento que hay que preservar por muchas razones, porque también es un argumento económico, o como dicen ahora los modernos, también es negocio, y eso tiene que preservarse.

Precisamente, el actual director de la RAE está trabajando en nuevos aspectos relacionados con la certificación, ¿la Academia tiene que adaptarse a los tiempos?

—La Academia tiene mucho que hacer con estas cosas nuevas, pero también con lo anterior. El lema de la Academia «Limpia, fija y da esplendor», con el que todos hemos tenido la tentación de hacer la broma, es realmente así. Podríamos expresarlo con otras palabras distintas de esas anticuadas y pactarlas por la responsabilidad nacional para que la lengua española no sea un argumento más de carácter ideológico, sino que se preserve, se mantenga y sea lo suficientemente estable como para que sea un instrumento de comunicación y que no lleguemos al punto de que un día, simplemente por el uso arbitrario, empecemos a no entendernos y haga falta un especialista en semántica en un juzgado.

Eso por no hablar de lo que supone el uso de las nuevas tecnologías.

—Sí, se tiende a la economía lingüística y, además, todo eso está muy marcado por los modelos lingüísticos en el ámbito del cual se han desarrollado esas innovaciones tecnológicas, como la tendencia a utilizar abreviaciones o caprichosos sistemas consonánticos, es inherente al proceso y a la propia lengua que se ha generado. No digo que sea así la lengua inglesa, pero sí que es verdad que el uso económico en el grupo de Whatsapp o de cualquier otro tipo de mensajería acaba contaminando lo español. No es extraño que los profesores de instituto vean que buena parte de las faltas de ortografía o errores ortográficos dependen precisamente de las dudas que les surgen a los jóvenes en relación con la ortografía alternativa que usan.

¿Es de los que defiende solo con tilde o sin ella?

—Creo que no tiene la menor importancia mientras nos entendamos. Yo no la uso porque siempre he tendido a respetar las reglas académicas. Como lector de textos antiguos y, por otro lado, de ediciones de autores clásicos del siglo XVIII y parte del XX, me produce una extraña sensación cuando leo buenas ediciones de clásicos del siglo XIX y me encuentro los monosílabos acentuados y una serie de reglas ortográficas que a esas personas les parecían respetables y hoy no se mantienen. En el caso de solo, en la mayor parte de los casos no hay una ambigüedad que requiera una tilde, y yo me encuentro perfectamente bien con las normas dictadas por la Academia, no soy partidario de que se compliquen las cosas, pero entiendo que hay gente arraigada a la singularidad y a la grafía, más que al sentido. A mí me costó trabajo deshacerme de la costumbre de poner la tilde, pero creo la institución intenta siempre generar los menores conflictos.

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