M. Á. V. / C. R.
Salamanca
Lunes, 23 de diciembre 2024, 06:30
Pablo, nombre ficticio, lleva 16 meses en Proyecto Hombre, sin consumir un gramo de droga. Asegura que está muy satisfecho, pero todavía con muchas dudas sobre el futuro.
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Tocó fondo hace 18 meses, después de fundirse 160.000 euros en dos años y medio en coca y heroína. Entonces decidió pedir ayuda y fue su madre quien se puso en contacto con los responsables de Proyecto Hombre. Había empezado a delinquir, cometer pequeños hurtos para seguir consumiendo y ya había vendido todo lo que estaba a su alcance. «Llegó un momento que era o la cárcel o una cuneta», dice.
Empezó a «coquetear» con las drogas con 16 o 18 años: porros de vez en cuando y ya a los 20 probó la cocaína. «Recuerdo que me gasté las primeras 1.000 pesetas una o dos veces al mes y me pegó tal subidón que me encantó, hasta que poco a poco el consumo se hizo más frecuente».
El dinero, en principio, no era un problema porque primero trabajaba en el campo y después se fue a Asturias como comercial en una multinacional: «Tenía mucho estrés, mucha presión, soledad...Bueno, en realidad todo eran excusas porque yo empecé con el consumo mucho antes de tener un trabajo estable», explica Pablo, quien en sus peores momentos llegó a estar 7 días enteros sin dormir y luego se tiraba un día entero en la cama. Era el momento álgido de la cocaína. Perdió a dos parejas por el consumo. «Yo era bastante egoísta y elegía las que no consumían. Conmigo ya tenía bastante y por eso tampoco me vi capacitado para tener hijos», cuenta.
Hace 7 u 8 años comenzó la espiral de destrucción personal. La cocaína ya no era suficiente porque se ponía demasiado eufórico y empezó el consumo de heroína, «siempre esnifada», para tener un poco de sosiego. La mezcla le provocó la ruptura total. Se rompió su vida familiar, su vida sentimental y su vida laboral saltó por los aires. Dejó la empresa en la que había trabajado los últimos años».
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Recuerda con horror los primeros días de ingreso, «sobre todo el tercer día es brutal, aunque ya había decidido pasar «el mono» en casa a palo seco, sin medicación ni nada, pero con el riesgo de volver a caer.
Su familia, al principio, no advirtió el problema. »Posiblemente tampoco lo quisieron ver por miedo. Fue cuando empecé a dejar de ir a reuniones familiares, a visitar a mis padres cuando mis hermanos se dieron cuenta de que tenía un problema».
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Está agradecido especialmente a su madre, que con 89 años ha sufrido con la «caída a los infiernos» de su hijo y a su hermana, que nunca le ha dejado solo a pesar de lo difícil que se lo ponía.
Ahora ya empieza a disfrutar de pequeñas salidas y de cierta independencia dentro del programa de rehabilitación de Proyecto Hombre. Participa en un curso de cocina y su anhelo es poder normalizar su vida, lejos de la droga con la que llevaba tanto tiempo conviviendo, con un trabajo y ver el futuro», dice y advierte con insistencia sobre la necesidad de que quien caiga en las drogas sepa pedir ayuda a tiempo. «Que no sea demasiado tarde, como me ha ocurrido a mí».
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