
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Más que una noticia podría ser parte de una escena de novela negra e intriga policiaca propia de libros de Dan Brown como 'El Código da Vinci'. Las monjas de clausura de Orduña y Belorado rompiendo con Roma, un 'falso obispo' de Bilbao excomulgado de la Pía Unión de San Pablo Apóstol, calificado por la Iglesia Católica como secta, trasladándose a Burgos para dar su apoyo a las monjas de clausura. Todos ellos son ingredientes de corrientes contrarias a la Iglesia Católica y que pasaban más o menos desapercibidas hasta que han provocado el actual terremoto religioso.
Similar situación ocurrió en Salamanca hace 42 años cuando el autoproclamado Papa Clemente del Palmar de Troya acudió a Alba de Tormes para admirar las reliquias, tal y como recogen las crónicas de LA GACETA de la época. Un personaje histriónico que comparte muchas características con Pablo de Rojas, el falso obispo de Bilbao excomulgado por Iceta que vive en un piso lujoso de Bilbao sin reconocer nada posterior al Concilio Vaticano II. Todo ocurrió en Alba de Tormes el 17 de mayo de 1982. No era la primera vez que el polémico personaje del Palmar de Troya visitaba la villa ducal, donde se le había visto en alguna ocasión orando ante las reliquias de Santa Teresa. Aquella mañana, el Papa Clemente y sus cardenales se encontraban de nuevo frente al altar mayor de la Anunciación. Su presencia, con su llamativa túnica, no había pasado desapercibida para nadie, ni siquiera para el padre carmelita Ursicinio Fernández que a aquella hora explicaba a un grupo de peregrinos la próxima visita de Juan Pablo II a la villa.
El entusiasmo con el que contaba lo que significaría para Alba la presencia del pontífice molestó al Papa Clemente. Dejó de orar, se volvió hacia ellos y en voz alta llamó «impostor» a Juan Pablo II y aseguró que el único Papa verdadero era él. La soberbia de Clemente y sus obispos alteró a los peregrinos que rápidamente se encararon con él, protagonizando una violenta discusión. Entre zarandeos, el papa de El Palmar de Troya continuó vociferando que todos los que creían en Juan Pablo II estaban automáticamente excomulgados, además de llamar «rameras» a unas jóvenes que se encontraban en el templo.
Tras cerrar las puertas de la iglesia ante el cariz que empezaba a tomar todo, se llamó a la Guardia Civil, pero al tardar en aparecer se ordenó tocar las campanas a rebato para avisar al pueblo. La famosa paz carmelitana desapareció cuando una avalancha de albenses acudió hasta la plaza de las madres al grito de «¡Nos quieren robar a la Santa!«. La alarma desatada hizo que cientos de vecinos -se habla de hasta 2.000 personas- corrieran a salvar las reliquias de la Santa Andariega. Y comenzaron los empujones al séquito de Clemente, a los que siguieron las patadas y puñetazos que recibieron mientras intentaban de llegar a los coches que habían aparcado frente a la entrada de la iglesia. La furia de los albenses iba cada vez a más ante la idea de que alguien se llevara los restos de su Santa, hasta el punto de voltear los coches con ellos dentro.
Un pequeño grupo de hombres, entre los que se encontraba el entonces alcalde de la villa Eladio Briones, trataba en vano de calmar los ánimos de la gente. Incluso el regidor llegó a subirse a uno de los coches de El Palmar de Troya para tranquilizar a sus vecinos. «¿Decís que han venido a llevarse a la Santa? ¿Y se la han llevado? Pues aquí no ha pasado nada», cuentan que repetía una y otra vez. Con el papa Clemente y sus ocho obispos refugiados, los vecinos cogieron los lujosos vehículos hasta llevarlos al puente de la villa, desde donde trataron de arrojarlos al río.
Al caer en la orilla, los albenses optaron finalmente por prenderles fuego. Los nueve miembros del Palmar del Troya fueron conducidos por la Guardia Civil hasta Salamanca, donde Clemente prestó declaración durante más de dos horas, además de interponer una denuncia por las agresiones sufridas. Fueron puestos en libertad a las once de la noche y regresaron para siempre a la aldea sevillana de El Palmar.
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