Montserrat Torrent, natural de Barcelona, es considerada una leyenda del órgano en todo el mundo. Comenzó su andadura en la música con tan solo cinco años, y ahora, con 97, continúa su andar musical, más despacio, con ayuda en sus desplazamientos y con el oído ... derecho impedido a causa de una rotura del tímpano tras forzar un acorde en uno de sus ensayos.
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Ayer, la Catedral Vieja recibió a esta organista, que presentó el disco «Los órganos de la Catedral de Salamanca», el segundo del sello Cathedralis. Para culminar, obsequió a los presentes con tres piezas en directo en diferentes órganos de la Catedral.
¿Considera que ha sido una tarea fácil grabar este disco?
—No fue fácil. No, porque era un repertorio muy extenso, y además cada órgano es distinto. Esta era la gran dificultad. Además, tenía que tocar con una soledad extrema, de otra manera no sonaría bonito. En los órganos grandes tenía que tocar fuerte, de otra manera no hubieran sonado, no hubieran tenido aire suficiente. Una dificultad añadida fue el frío de Salamanca en marzo, yo llevaba cuatro jerséis y una bufanda y, además, me pusieron una estufa en los pies.
¿Cree que este disco es el final de su carrera como organista?
—El final definitivo, no. Aún tengo algunos proyectos en mente que afronto con ganas. Sin embargo, para mí este disco es como una culminación de mi carrera. Nunca había encontrado tanta plenitud, ni tampoco con un programa tan extenso y de duración tan grande, porque 73 minutos de música es mucha música.
¿Cómo se siente al verse capaz de tocar un órgano a su edad?
—Tocando me siento contenta y joven y cuando dejo de tocar me siento vieja, y pienso en mi incapacidad de andar sola. Cuando toco, no me acuerdo de nada, me siento joven, para mí es como un regalo del cielo.
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¿En algún momento ha creído que no podía dedicarse más a ser organista?
—No sabría qué decir. Lo sentí cuando me rompí el fémur. Pensé, 'cruz y raya', y que esto se acabaría. Después estuve dos meses intentando volver a andar, que fue muy difícil. Pensaba que nunca volvería a caminar, ni a tocar, pero el traumatólogo me dijo que tenía que tocar, porque mi cerebro estaba desde niño acostumbrado al movimiento de mis dedos y sufriría mucho. Me recomendó que me olvidase de tocar para el público pero que siguiera tocando para mí.
¿Qué siente al tocar en una Catedral como la de Salamanca?
—Tengo mucho cariño a la Catedral de esta ciudad. He estado muchos años viniendo todos los veranos, dando clase con otro organista. Era una de las cosas más deseadas, llegar aquí y utilizar los órganos. Además, mi oído entonces estaba fenomenal. Cuando vengo siento que Salamanca es mi casa. En realidad soy catalana de nacimiento y salmantina de adopción.
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¿Siente que la música de órgano está valorada?
—Creo que cada día más, hay muchos jóvenes organistas muy buenos, fantásticos. Antes salías de España y te asombraba el virtuosismo del mundo, ahora no, aquí hay buenos organistas y la exigencia de nuestros Conservatorios es máxima.
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