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Representación de La Bohème en el festival de Salzburgo
Oportunidad única para disfrutar de ‘La flauta mágica’ y ‘La Bohème’ en Cines Van Dyck

Oportunidad única para disfrutar de ‘La flauta mágica’ y ‘La Bohème’ en Cines Van Dyck

En su centenario, el festival de Salzburgo da voz a las mujeres con estas dos producciones

Sábado, 28 de noviembre 2020, 10:51

Uno de los festivales de ópera más importantes del mundo, el de Salzburgo, cumple en 2020 cien años desde que lo fundasen Richard Strauss y sus amigos el poeta Hugo von Hofmannsthal y el director Max Reinhardt. Como homenaje, Cines Van Dyck organiza un ciclo especial que reunirá algunas de las mejores producciones desde la ciudad natal de Mozart. Se extenderá hasta 2021, y de momento arranca en diciembre conLa flauta mágica (jueves 3 a las 19.00) y con La Bohème (jueves 10 a las 19.00).

Cuando el genio austriaco compuso su última ópera, las logias masónicas a las que pertenecía tenían prohibido el acceso a las mujeres. Dos siglos más tarde, en 2018, Lydia Steier se convertía en la primera directora que llevaba a escena La flauta mágica en Salzburgo. La estadounidense (1979) debutaba en el Festival con una lectura fresca y personal de este singspiel. En vez de enfocarse en sus aspectos filosóficos, interpreta su argumento como una metáfora sobre un mundo a punto de cambiar. Y tiene sentido: se estrenó en plena Revolución Francesa, en 1791. Este montaje sitúa la acción en los albores de la I Guerra Mundial, “tiempos inestables y aterradores, como los de hoy”, señala la regista, premiada por la revista Opernwelt. Los coros sobre la fraternidad cobran nuevo sentido, igual que los retos del fuego y el agua.

La acción comienza en una Viena burguesa, donde un abuelo -como en La princesa prometida- lee a sus nietos una historia de fantasía, situada en un enorme circo en el que Sarastro no es un sacerdote, sino un mago. Al anciano lo interpreta Klaus Maria Brandauer, veterano actor recordado como villano de 007 y marido de Meryl Streep en Memorias de África. Al incorporar la figura del narrador, Steier acorta los diálogos hablados en alemán, siempre problemáticos en esta ópera.

En el elenco, jóvenes en alza como el tenor suizo Mauro Peter (1988), que como Tamino ha convencido en Londres o París; la soprano rusa Shagimuratova (1979), Reina de la Noche en el MET; o la alemana Christiane Karg (1980), premio Echo Classic 2010 y Opernwelt 2009, y habitual de Salzburgo desde 2006. Su compatriota Matthias Goerne (1967), uno de los grandes barítonos de este siglo, deslumbró en sus recientes visitas al Real y la Zarzuela. La infalible Filarmónica de Viena lleva a buen puerto una partitura muy audaz: mezcla personajes serios y cómicos, números bufos con corales de misa y arias de coloratura, y hasta da uso simbólico a la armonía. Mozart enhebra toda esa riqueza de ideas con naturalidad y equilibrio.

La siguiente semana, el 10 de diciembre, será el turno de La Bohème, en una grabación de 2012 que todavía no se ha superado. Si incluso los pequeños papeles recaen en voces de nivel -Carlo Colombara, Nino Machaidze, Alessio Arduini-, qué decir de la pareja protagonista: el tenor polaco Piotr Beczala, elegante y firme en los agudos, y la soprano rusa Anna Netrebko, todo entrega, emoción, presencia y belleza de línea.

A la naturalidad de sus interpretaciones ayuda una dirección escénica detallada y sensible de Damiano Michieletto. El veneciano opta por el realismo en su montaje, desarrollado en el presente -de la buhardilla de unos okupas a una carretera desolada- y rico en imágenes poderosas, entre ellas un cristal empañado donde se escribe un nombre.

Salzburgo merecía reconciliarse con Puccini, a quien apenas había programado dos veces en todo un siglo (Tosca en 1989, Turandot en 2002). Los responsables del festival desdeñaron al compositor italiano (1858-1924) por sentimental; el público, en cambio, lo adora. La Bohème es la más representada de todo el repertorio desde su estreno en Turín en 1896. Y eso que carece de un argumento propiamente dicho: el romance entre Rodolfo y Mimì se narra mediante pinceladas, como los artículos de Henri Murger en que se basaron los libretistas Ilica y Giacosa. Pero ahí reside su encanto: nos identificamos con esos bohemios, humildes soñadores con los bolsillos vacíos y una efímera felicidad. También ayuda que la partitura contenga algunas de las páginas más bellas jamás escritas, del aria Che gelida manina al dúo O soave fanciulla, la funesta Sono andati o la original Vecchia Zimarra, en la cual el barítono se despide de su abrigo antes de empeñarlo para pagar sus deudas; exactamente como tuvo que hacer el propio Puccini en su época de penuria como estudiante en Milán.

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