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Jorge Pardo, durante uno de sus conciertos.
«Ojalá se me recuerde como un poeta de la música que quiso hacer feliz a la gente»

«Ojalá se me recuerde como un poeta de la música que quiso hacer feliz a la gente»

El Juan del Enzina recibe este sábado con honores al aclamado flautista y saxofonista madrileño Jorge Pardo

Roberto Zamarbide

Salamanca

Viernes, 28 de marzo 2025, 12:43

Leyenda del flamenco jazz, Premio Nacional de Músicas Actuales, ganador de un Grammy junto al pianista Chick Corea y único español en ser declarado Mejor Músico de Jazz Europeo, el saxofonista y flautista Jorge Pardo (Madrid, 1956) sigue exhibiendo por los escenarios del mundo su incombustible pasión por la música, más allá de los géneros y las etiquetas.

Su relación con Salamanca viene de lejos.

—Recuerdo perfectamente a un grupo de universitarios salmantinos, mayores que yo, que conocí en los colegios mayores de Madrid. Se llamaban Play Hot Jazz. Llegaron a concursar en los 70 en el Festival de San Sebastián y en alguna ocasión me invitaron a tocar con ellos. Allí estaba Fernando Viñals, prestigioso cirujano infantil. Desde entonces he mantenido contacto con él y otros músicos salmantinos . Y entre los artistas más jóvenes, he trabajado con Begoña Salazar y otros flamencos de allí.

En esta ocasión se presenta en formación de trío, con novedad de última hora.

—Si, voy con Bandolero, un percusionista muy prestigioso, y esta vez con Antonio Sánchez a la guitarra, ni más ni menos que sobrino de Paco de Lucia y que estuvo en sus bandas los últimos años. Me gusta contar con distintos músicos que me dan diferente inspiración. Se dice que la música es el arte de combinar sonidos y silencios , pero yo diría que es el arte de combinar fechas y locales. Por suerte, conocen mis repertorios y así los cambios no son un problema, sino todo lo contrario.

Con su larga trayectoria y sus intensas giras, debe ser usted de los músicos en España que acumula más horas sobre un escenario. ¿Qué sensaciones le siguen dejando los directos?

—Es una maravilla. La película «Trance», que me hizo una productora francesa hace cuatro años, narra precisamente ese estado que se experimenta cuando en un escenario te entregas a la música y no hay otra cosa. Esa sensación es lo que te mantiene enganchado a lo que estas haciendo. Por eso no contemplo ahora dejar de tocar.

Ha dicho que la música es un lenguaje mas puro que la palabra. Y menos tergiversable.

—Que me perdone si me lee algún literato, pero ese punto de abstracción al que te lleva la música instrumental no lo tiene la palabra. Tal vez la poesía, pero conlleva siempre alguna connotación cultural o local. La música traspasa barreras. En una gira por Sudamérica, yo acabé tocando mi música en el Amazonas ante la tribu nativa de los Boras en la selva de Iquitos (Perú). Esa gente flipaba con la música y yo flipaba más. Me acogieron una semana. Tengo más experiencias: en Etiopía, en la India... El lenguaje musical atraviesa generaciones y culturas.

Volvamos la vista hacia atrás. ¿Es cierto que vendió jabones por las casas para poderse comprar su primera flauta?

—Pues sí, tenia 13 o 14 años, nuestra familia era modesta y vi que era la única manera de conseguirlo. Vendí los suficientes para pagarme media flauta y mi padre me pagó la otra media.

En sus inicios como intérprete tocó junto a figuras del pop como Hilario Camacho y Las Grecas que se truncaron demasiado pronto.

—Sí, a Hilario lo conocí muy de jovencito y siempre estuve muy próximo a él. Lo de Las Grecas, visto ahora, fue un pequeño 'accidente' pero tal vez premonitorio de mi aproximación al flamenco que luego se confirmó con Paco de Lucía.

Tras formar el grupo Dolores junto a Pedro Ruy-Blas y abrir caminos en el jazz fusión, llega al flamenco grabando y girando con Camarón de la Isla un disco histórico, «La leyenda del tiempo». ¿Cómo era Camarón de cerca?

—Es difícil retratar a una persona con un perfil tan complejo como el de este gran artista, pero resaltaría que era una persona introvertida, algo poco común en este mundillo. Llegaba a un bar y se sentaba en una esquina. Rehuía el contacto hasta el momento en que abría la boca para cantar. Y ahí, claro, se callaba todo el mundo porque tenía ese timbre de voz, esa llamada que encantaba a las fieras. Se le ha descrito como un artista poco ilustrado, casi analfabeto, pero yo vi siempre a un hombre con una sabiduría interna y unas ganas brutales de aprender siempre cosas nuevas. Le podías ver con los walkman de la época escuchando de todo, desde Duke Ellington a Om Kalsoum, la gran cantante egipcia. No había tenido acceso a la cultura, pero era un tipo culto de corazón.

Aquel trabajo no acabó cuajar entre el público de entonces. ¿España no estaba preparada para aquella propuesta?

—Debió de ser así, aunque no quiera que sonase peyorativo hacia el público. Tampoco la el público de la época de Bach estaba «preparado» para su música ni el de Van Gogh para su arte. Tampoco Charlie Parker fue aclamado en su momento. Hay cientos de ejemplos de artistas que no han sido valorados hasta varias generaciones después. Pero el arte es aleatorio y eso a otros no les pasa, como Paco de Lucía, que fue aclamado en vida, aunque no siempre suficientemente, sobre todo en su país.

¿Qué aprendió de sus años de gira junto a Paco de Lucía?

—Más allá de su tremendo virtuosismo con la guitarra y su apuesta musical, de Paco aprendí, como de Chick Corea, su vehemencia y su constancia en su apuesta artística. No había bolo pequeño ni mal pagado. Cada actuación era un reto personal, daba igual que llevara 100 conciertos de gira o que estuviera hasta las narices en Alemania, Japón o América. Eso fue un gran aprendizaje, el respeto por uno mismo y lo que has elegido hacer con tu vida.

Y a cambio, ¿diría que le influyó a él en algún aspecto?

—Pues sí, sí, aunque no esté él para desmentirlo (ríe), pero antes de que llegáramos la banda y formásemos su primer sexteto, aquel exceso de compromiso con su virtuosismo le hacía salir al escenario muchas veces con el rictus demasiado serio y tenso, como él mismo reconoció. Con nosotros Paco empezó a divertirse más en el escenario. Yo soy un músico improvisador, y eso a él le fascinaba. En el mar inestable de la improvisación, él, digamos, se mantenía a flote. Hasta que empezó a adentrarse en ese mundo y a sonreír y a comunicarse visualmente con nosotros, algo que antes no hacía.

¿Qué es para usted el éxito?

—Es algo complejo. Aunque a nivel popular se identifique con más ventas o más visualización, para mi el éxito en lo artístico es el punto medio entre expresar lo que deseas con tu música y tener cierta aceptación popular.

¿Se ve disfrutando sobre los escenarios muchos años más?

—Se que tengo ya algunos años encima (ríe) pero estoy hasta, entre comillas, asustado de no tener ninguna merma en mis condiciones para poder seguir haciendo música. Esto tendrá que acabar algún día, pero estoy como cuando tenía 20 años.

¿Como le gustaría que se le recuerde en las enciclopedias musicales que pueda haber en el futuro?

—Todo lo que se me ocurra va a ser muy trascendental , y no me gusta serlo. Pero sería algo así como un músico entregado a su arte, una persona entregada a su vida, un poeta de la música, un artista que quiso hacer feliz a la gente que le escuchaba.

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