Ousman se cubre la cabeza con la capucha para evitar la pequeña llovizna que cae sobre su cabeza en el paseo de la Estación. Lleva puesta una sudadera azul, una de las prendas que le dieron los voluntarios humanitarios tras llegar a Canarias ... . Es la primera vez que se pone prendas de abrigo acostumbrado a los 40 grados habituales de Gambia. Es uno de los rostros que se esconden detrás de las cifras y números que durante los últimos días han martilleado el panorama nacional con los repartos. No sabe castellano pero tiene un inglés fluido que resuelve a través del móvil.
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Si alguien quiere ver tristeza en el rostro de Ousman, no la va a encontrar a pesar de que tiene 16 años y ya sabe lo que es jugarse la vida. «¿Has pasado miedo en el viaje?» No. Es la respuesta contundente. Piensa y vuelve a servirse del móvil para plasmar sus sentimientos de la manera más certera posible. «No tenía miedo a morir ahogado, ni al viaje, lo que verdaderamente me daba miedo era quedarme en Gambia. Es muy difícil vivir allí».
En su país natal tan solo queda su hermana pequeña ya que sus padres fallecieron y a la que ayudará desde la distancia con el objetivo de que coja el relevo cuando crezca. Para llegar hasta España tuvo que hacer decenas de pequeños trabajos que le permitieran conseguir el montante para lograr una plaza en el cayuco. «Demasiado dinero», solo se atreve a decir aunque confiesa que se llegan a pagar millones de dalasis (la moneda oficial de Gambia).
Ousman sabía que el viaje sería duro, aunque las circunstancias meteorológicas favorecieron que el cayuco no se hundiera. «Hubo un fallecido durante la noche. Solo oímos un ruido y cómo se caía al mar», confiesa con una serenidad que estremece, propia del que es consciente de los peligros que corría. «Sé que otros han tenido peor suerte», subraya aunque prefiere no dar más detalles sobre un viaje que está considerado como una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo.
La llegada a la costa canaria supuso un alivio. «Teníamos hambre y sed pero el personal de la marina y los voluntarios nos dieron de comer y ropa nueva», confiesa. Conserva el móvil con el que mantiene el contacto con su hermana. Es el único cordón umbilical que le mantiene unido a Gambia ya que no tiene perspectiva de regresar. «Salamanca me gusta. Toda la gente ha sido muy hospitalaria desde el primer día. Quiero aprender el idioma, ir a la escuela y aprender un oficio con el que ganarme la vida», resume sobre un futuro a largo plazo que resume con una sonrisa. En la actualidad, está alojado junto a otros quince inmigrantes procedentes de Senegal y Gambia y ayudados por Accem, ONG especializada en el mantenimiento de recursos de acogida, alojamiento alternativo y de emergencia social y que es una de las entidades avaladas por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones para gestionar la llegada de los inmigrantes.
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Osmane desconoce el tiempo que pasará en Salamanca, aunque ya avanza que hay otros compañeros que están siendo trasladados a Madrid donde hay más plazas. No pierde la sonrisa. Y ha dejado de ser un número. Es Ousman.
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