Ocurrió hace ocho años, pero los vecinos lo siguen teniendo presente. Desde aquel día a muchos les marcó la vida para siempre. Nueve personas resultaron heridasal volar por los aires un piso en el bloque situado en el número 1 de la calle Príncipe, junto a la plaza del barrio Vidal. Una explosión de gas propano provocó el brutal estruendo que desencadenó la alarma en todo el barrio e incluso en otras zonas de la ciudad, donde se sintió un gran impacto que movilizó de inmediato a los servicios de emergencia al lugar de los hechos.
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Tal y como publicó este medio, desde el principio todos los indicios apuntaban a que un descuido del morador de la vivienda, un anciano a punto de cumplir por aquel entonces los 91 años y que residía solo en el piso, fue el causante del siniestro.
Actualmente LA GACETA se ha trasladado hasta el edificio-de aspecto moderno, con un ladrillo caravista en tonos beige y gris-para conversar con algunos de los vecinos que ese día vivieron el suceso en primera persona. Así como para saber cómo son sus vidas ocho años después.
Los hechos tuvieron lugar pasadas las cinco de la tarde del día 21 de diciembre de 2016. Cuando los primeros efectivos llegaron al lugar se encontraron con una gran lengua de fuego que salía del segundo piso. «La calle estaba llena de cascotes como consecuencia de la caída de parte de la fachada hacia la vía pública. La explosión fue de tal magnitud que las cortinas de la vivienda llegaron a la fachada de enfrente. La escalera estaba medio rota y había mucho humo», señaló uno de ellos.
Rápidamente la zona se fue llenando de patrullas de la Policía Local, Policía Nacional, vehículos de Bomberos y ambulancias de emergencia, al tiempo que vecinos y curiosos se arremolinaban en la plaza temerosos del resultado final.
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Dos vecinas de avanzada edad tuvieron que ser rescatadas a través de sus ventanas con el vehículo escala. El hijo de una de ellas, Araceli García de casi 80 años, que fue alertado por una vecina de un edificio próximo, observaba con gran estupor cómo los sanitarios introducían a su madre en una de las ambulancias.
«Cuando ocurrió vivía con mi hijo. Fue un disgusto tremendo pero gracias a Dios no falleció nadie. Creo que nos fuimos a vivir a mi pueblo, Monterrubio de la Sierra, hasta que rehabilitaron las viviendas, pero no recuerdo exactamente...», expresa actualmente a este diario la vecina Araceli García. Aún con el mono azul puesto, Eliodoro relató que se encontraba solo en el local de abajo del edificio, cuando picó el edificio y la explosión le tiró bruscamente de la escalera. «No veáis que explosión, me caí para atrás contra la pared», contaba a otros propietarios de viviendas del edificio que poco a poco iban llegando al lugar.
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El balance final dejó nueve personas con heridas de diversa consideración, entre ellas dos niños y un anciano, el residente de la vivienda donde se produjo la explosión, J.M.M.G., que sufrió quemaduras graves y que a última hora de ese día se debatía entre la vida y la muerte. «Él resultó con quemaduras en la cara y en las manos. No lo volvimos a ver porque ingresó en una residencia. Yo lo intuí en verano y esto ocurrió en diciembre, les dije a los vecinos que íbamos a tener un disgusto porque al hombre se le había muerto la mujer, vivía solo, estaba muy triste...», explica una de las vecinas sobre las causas de aquel «fatídico» estallido.
«Esa fecha marcó mi vida para siempre, han sido ocho años fatídicos, horrorosos», explica con lágrimas en los ojos María Jesús Casado, una de las vecinas del bloque número 1 de la calle Príncipe, junto a la plaza del barrio Vidal, que desde el 21 de diciembre de 2016 sufre los efectos colaterales que dejó aquella explosión de gas que 'voló' uno de los pisos y derrumbó el edificio entero.
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«Perdí mi casa y a mi hermano. Lo único que conservo son estos pendientes y porque los llevaba puestos aquel día», detalla a LA GACETA mientras señala los complementos de oro. Cuando ocurrió la detonación vivía con su hermano justo encima del piso donde fue el estallido: «Mi hermano estaba en un local que tenemos a pie de calle. Después del disgusto sufrió un ictus, fue sometido a una operación de corazón y este verano ha fallecido. Todo ha sido malo desde ese día», cuenta emocionada.
Además de todo ello, sus recuerdos quedaron clausurados y machacados entre los escombros: «No pudimos recuperar nada. Ni ropa, ni sábanas, ni mantelería... tuvimos que empezar de cero». Y es que, según María Jesús jamás pudieron volver a entrar en sus viviendas por temas de seguridad: «Tan solo entraron los bomberos al día siguiente y para rescatarnos los documentos -las escrituras y demás-, pues desde el Ayuntamiento nos comunicaron que podíamos acceder por peligro de derrumbe. Así que machacaron todo y ya...», apunta mientras realiza con sus brazos un gesto hacia abajo para escenificar el derrumbe del bloque.
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Asegura que el estruendo fue «tremendo»: «Mucha gente pensó que era una bomba de ETA, que había explotado algún vehículo... Se oyó por muchas partes de Salamanca. A la carnicería de al lado se le abrieron las puertas de cristal y los clientes saliendo corriendo, un señora que paseaba por debajo se cayó al suelo del temblor...».
Esos momentos los recuerda entre lágrimas y sin duda lo que más pena le dio, y le da, son los álbumes llenos de fotografías que perdió. «No se me olvida el día 23 de aquel mes... cuando nos notificaron que no podíamos entrar a los domicilios. Me entró un ataque de nervios», detalla mientras suspira y añade que la trágica DANA que ha arrasado parte de Valencia, o desgracias similares, le trasladan a aquel día: «Nunca se te pasa por la cabeza que una cosa así te va a pasar a ti, pero nadie está exento. Por lo menos hay personas que continúan teniendo casa porque han podido limpiar el agua y el barro que les entró, o recuperar los muebles, que a fin de cuentas es lo de menos..., pero a todos aquellos que se han quedado sin hogar y que les dicen que les van a ayudar..., con nosotros no lo hicieron», lamenta la vecina.
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Meses más tarde, en febrero de 2017 máquinas especializadas inundaron la plaza para comenzar con las labores de demolición antes miradas de curiosos que se aproximaron a la zona: «Reformamos el edificio, pero a costa de nuestro dinero. Todo lo tuvimos que hacer los vecinos: desde buscar un arquitecto, un constructor, un abogado... Porque teníamos el seguro del edificio, ¿si no qué?», manifiesta María Jesús.
La noche de los hechos, ella y su hermano durmieron en casa de otra hermana, cercana a la desgracia: «Esa Navidad fue rara, la celebramos de otra manera, con mucha tristeza, pero por lo menos con vida». Después alquilaron un piso juntos: «Estuvimos cuatro años fuera porque se metió la pandemia de la covid y se retrasó todo el proceso».
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Menciona con una sonrisa en la cara el día que volvieron a entrar de nuevo: «Teníamos muchísimas ganas de volver, pues no pudimos ver las casas hasta que nos las entregaron. Todos los vecinos seguimos teniendo el mismo piso y letra que antes, lo único que ha cambiado un poco es la orientación. Y que ganamos el ascensor del que carecíamos previamente».
Julio Martínez Heredia se convirtió en el héroe de la Navidad de 2016, en el 'ángel' que sin pensarlo se metió en uno de los pisos del edificio afectado para ayudar a las víctimas. Allí se topó con el caos y rescató a una pequeña de 8 años enterrada en un montón de escombros. Actualmente la niña tiene 16 años, pero no reside en el bloque. En el momento de los hechos vivía junto a sus padres, su hermano mellizo y otra familiar, detalla una vecina.
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Una bombona de gas propano provocó la brutal explosión que desencadenó la alarma en el barrio e incluso en otras zonas de la ciudad. «Estaba en casa, en el salón, en pijama y zapatillas, con mi bicha-su mascota, un dragón barbudo-, entonces escuché la explosión. Me vestí rápidamente y mi primera reacción fue salir corriendo a la calle», recordaba Julio tras el suceso, además de destacar que aunque el estruendo se escuchó en toda la zona e incluso en otras próximas, sabía que se trataba de una bombona, porque ya había vivido situaciones similares en el Ejército y como voluntario de bomberos y forestales.
«La gente se quedaba mirando, pero nadie hacía nada, hasta que junto a otros tres hombres, de cuya cara ni me acuerdo porque en ese momento no estaba para nada, comenzamos a llamar a todos los pisos y alguien nos abrió, entonces nos encontramos con aquello, parecía Siria», señalaba tras lo que continuaba explicando que fue entonces cuando subieron escaleras arriba hasta el primer piso.
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«Estaba todo obstruido por los escombros e íbamos haciendo camino por si había que bajar a algún herido. Entonces vimos al señor mayor, estaba de pie, consciente, como una estatua. Tenía toda la cabeza quemada y llena de rajas, nunca se me olvidará esa imagen. Una señora salió y angustiada me dijo: «Mi hija, mi hija». Entonces le pregunté dónde estaba la niña, mientras dos de los hombres que entraron conmigo bajaban al anciano, el otro compañero y yo nos quedamos con la mujer, subimos al segundo piso y le volví a preguntar dónde estaba la niña y allí estaba, enterrada entre los escombros. Tuve que ir saltando por encima y me tiré con el otro hombre y seguí quitando restos de la explosión». Al fin y después de tragar un montón de humo, sacaron a la niña en brazos, mientras lloraba y llamaba a su madre.
Cuando salió a la calle, fue atendido por los servicios de emergencia y trasladado al hospital, donde permaneció en Observación intoxicado por el humo. Horas después se encontró al padre en un supermercado, se le acercó y le dio las gracias por salvar a su hija.
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