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En un mundo donde la inmediatez y el ritmo acelerado marcan el día a día y se consume sin pausa, a menudo se termina olvidando todas las manos por las que ha pasado un producto antes de llegar a nuestros hogares.
Aun así, hay pequeños espacios donde los oficios tradicionales vuelven a la vida, no solo para rescatar antiguas costumbres, sino con un propósito mayor: reivindicar el valor de lo que compramos y reconectar con los procesos de fabricación.
Ese es el caso de 'Elegante Conciencia', una academia situada en el número 41 de la calle Bólivar, donde hasta 80 personas aprenden a coser en Salamanca. Un proyecto impulsado con esfuerzo, pasión e ilusión por Ángela Cacho, quien ha luchado durante años por hacer realidad su sueño: lograr un mundo más concienciado con la moda sostenible.
Aunque, lejos de lo que se pueda pensar, Ángela no estudió ni se crió para dedicarse a ello, sino que esta idea y este proyecto surgieron de un cambio radical: en 2011, como consecuencia de la crisis inmobiliaria que se vivía en España, el estudio donde esta salmantina trabajó durante 15 años como delineante cerró y Ángela tuvo que replantearse el rumbo de su vida.
Como tenía un hijo pequeño, al principio se centró en su familia y en descubrir a qué quería dedicarse en el futuro. Amante de la ropa, siempre concibió a muchas multinacionales del sector como las impulsoras de «la democratización de la moda», hasta que en 2016 vio un documental sobre cómo se producía la ropa en estas fábricas de 'fast fashion' y algo en su interior «hizo clic».
«En ese momento estaba buscando hacia dónde encaminarme, porque no quería seguir en delineación y, además, tampoco había trabajo. A partir de ahí, pasé por un proceso de reflexión y el proyecto dio muchas vueltas hasta convertirse en lo que es hoy», relata la emprendedora sobre cómo fue el inicio de esta idea.
Tras intentar abrir una plataforma de venta de vestidos de fiesta de marca al estilo 'Vinted' sin éxito, pensó en trasladar a Salamanca la idea de moda sostenible de un espacio con el que colaboraba en Madrid, pero era «imposible competir con los grandes negocios que hay en la calle Toro», algo que entiende porque allí la ropa es «bonita y barata».
Fue entonces cuando, revisando la historia de su familia, dio con la clave: «Recordé la historia de mi madre. Ella siempre ha cosido y trabajó en las fábricas textiles que hubo en Salamanca hasta que comenzaron a deslocalizar la producción. Montó su propia empresa con sus trabajadoras y, un día, le dijeron: «En China nos lo hacen a este precio, ¿tú puedes hacerlo por lo mismo?». Y ella dijo que no. Analizando todo eso años después, llegué a la conclusión de que la clave era volver a la esencia: volver a coser y entender el trabajo que hay detrás de la ropa».
Con un objetivo claro y muchas ganas, Ángela se embarcó en esta aventura, que ha conllevado no pocas dificultades. La primera de ellas, encontrar un local:
«La burocracia es muy complicada, el precio de los alquileres es altísimo. Encontré este local casi de rebote. Aquí llevo dos cursos, pero empecé en un local muy pequeño en el Camino de las Aguas. Luego me asocié con una de mis profesoras, pero ella se marchó, cambiamos de local... En definitiva, los precios de los alquileres son un problema muy grande. Eso te come gran parte de los ingresos», explica la dueña de la academia.
Para ella, lo más duro de mantener un negocio pequeño es vivir en una «incertidumbre constante», ya que los beneficios no están asegurados todos los meses, por no hablar de que en agosto se ven obligadas a cerrar por la baja demanda: «Para una franquicia puede ser asumible, pero para alguien que quiere montar un pequeño negocio y salir adelante, es durísimo», relata.
No obstante, no todo son sinsabores. Ángela se siente satisfecha y realizada al ver que «la gente toma conciencia» y que en su negocio se respira un buen ambiente entre clase y clase. Y es que la salmantina no abrió su negocio con la intención de ganar ingentes ingresos: «Mi objetivo nunca fue hacerme rica. Para mí, lo más importante es intentar concienciar a la gente. Si no hubiera tenido ese objetivo, ya lo habría dejado», sentencia.
Ángela busca dedicarse a su pasión con un sueldo que le permita vivir y, a pesar de lo difícil que es mantener un negocio, también da trabajo a tres mujeres que imparten clases de iniciación, confección y ganchillo. Aunque, para la emprendedora son algo más que empleadas, son, junto a ella, «un engranaje, un equipo» en el que ella es quien organiza y filtra todo.
Además, las clases no solo generan empleo y un espacio donde aprender a coser, sino que, para muchos de sus estudiantes, suponen una «terapia»: «Mucha gente usa la costura como terapia. Salen de su rutina, conocen a personas fuera de su círculo habitual. Es común ver a gente mayor relacionándose con jóvenes y aprendiendo juntas. Eso es muy enriquecedor. En un mundo donde todo tiene que ser inmediato, aquí las cosas llevan su tiempo, ya que en confeccionar tu primera falda, por ejemplo se pueden tardar dos meses y medio».
Ángela fue la primera en Salamanca en abrir un negocio de este tipo. Aunque siempre ha habido modistas, mercerías y asociaciones en las que se ha enseñado a coser, esta es la primera academia en la que se hace de forma exclusiva y de manera estructurada, impartiendo cursos regulares según el nivel, y centrada en la idea de promover la moda sostenible.
Con el éxito cosechado después de mucho esfuerzo y «años de amor al arte», Ángela parece haber conseguido consolidar su negocio y, si nada se tuerce, seguirá ofreciendo un espacio que invita a generar conciencia y a trabajar la paciencia a través del aprendizaje de un oficio de toda la vida en un ambiente diverso y familiar.
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