I. G. pasea con mirada serena por el Centro de Día de atención a las Drogodependencias de Cáritas Salamanca. Por su mente viaja el recuerdo de aquellos momentos duros que ha vivido a causa de sus adicciones. Su hija de cinco años se ha convertido en el motivo por el que 'dejar de tocar fondo'. Después de media vida, confiesa haber encontrado una 'familia' de profesionales que le están ayudando ser el orgullo de la suya propia.
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«Comencé a consumir hachís muy joven, con 12 años. Mi círculo no era problemático y no sé muy bien porque empecé. En el colegio perdí un curso entero porque dejé de ir a clase a causa de mi adicción y después fui a la Universidad», explica el usuario. Su 'coqueteo' con las drogas no terminó ahí y entraron en su vida sustancias más agresivas. «Fui pasando de unas drogas a otras y, con veintipico años, comienzo a consumir cocaína y heroína. Esta última, la reina de las drogas, me impedía todo lo demás, hasta vivir y me doy cuenta de que necesito ayuda», narra.
Con casi treinta años de vida, I. G. se dirige por primera vez a un recurso de ayuda. «La primera vez que tocas fondo piensas que no hay más, pero después te das cuenta de que hay muchos más fondos. Te das cuenta de que económicamente no llegas, que no puedes mantener tu trabajo y la situación te supera de verdad», afirma el usuario mientras su voz se vuelve temblorosa.
«Ese fue para mi el primer grito de ayuda. Dejar las drogas requiere de mucho trabajo, tropezar una y otra vez, implicar a tu familia, sufrimiento, pasar por diferentes recursos y mucho tiempo. Tanto que la vida te atropella.Yo perdí mi casa, mi trabajo y mi familia pasaba de mi». A mitad del relato, una sonrisa se dibuja en su rostro: «Hace cinco años tuve una niña y era la situación más adecuada para dejar el consumo. Lo más importante es que aproveches ese momento y que cuentes con mucha ayuda profesional», afirma I. G.
I.G.
Usuario del Centro de Día de Cáritas Salamanca
Su pareja actual también ha sido un factor determinante en el proceso: «Habíamos estado juntos hace mucho tiempo, pero pasaron los años. Yo he estado en multitud de recursos y en proyectos aislados en los que perdí mi núcleo social, pero terminaba recayendo. Cuando nos volvimos a encontrar, fui muy honesto con ella y le informé de que mis adicciones habían avanzado. Me ayudó a que mis consumos fuesen menores, a tener más estabilidad y a llegar al punto en el que estoy a día de hoy», asegura.
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Después de ser usuario de recursos muy diferentes, I.G. depositó su confianza en el Centro de Día de Cáritas. «El trato es de igual a igual. La atención es individualizada, directa, personal y cercana. A mi me conocen aquí desde hace una década y yo los considero mi familia. Cuando vengo a visitar a mi psicólogo, siempre digo que vengo a ver a mi tío Fran», explica.
I.G. tuvo la experiencia de pertenecer a una comunidad para dejar las adicciones durante catorce meses. El punto negativo, que se mantuvo aislado de la sociedad. «Te desvinculas mucho de tu vida, de tu entorno, de tu núcleo social y familiar. Ahora, en este Centro de Día de Cáritas he encontrado la forma de combinar el proceso en el que me alejo de las adicciones y acudo al recurso de ambulatorio, mientras estoy cerca de las personas a las que quiero. Cuando salgo de aquí, voy a casa con mi familia y comienzo a poner en práctica todo lo que me han dicho», concluye.
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