Las motivos por los que los salmantinos llaman con orgullo a su ciudad 'Roma la chica'

En 1836 el norteamericano Alexander S. Mackenzie, en su obra «Otra visita a Salamanca», recoge que los salmantinos llamaban orgullosamente a su ciudad «Roma la Chica». También la llama así Pedro Antonio de Alarcón en su obra escrita en 1883 titulada «Dos días en Salamanca».

Probablemente se debiera a los numerosos estudiantes vestidos con hábitos que recorrían sus calles, o a la similitud de los estudios eclesiásticos que se podían cursar en ambas urbes, o a los seminarios que la mayoría de las órdenes religiosas mantenían abiertos en Salamanca, o al gran número de iglesias y conventos.

Si el suelo del casco antiguo salmantino está ocupado en notable porcentaje por entidades eclesiales, también en el siglo XX, a raíz de la fundación de la Universidad Pontificia, fueron muchas las congregaciones que asentaron en Salamanca sus noviciados o teologados, hasta conformar en los extrarradios lo que se dio en llamar «el cinturón de incienso». Salesianos, paúles, agustinos, escolapios, jesuitas, claretianos, legionarios de Cristo... apostaron por Salamanca para establecer sus centros formativos.

Porque si en Roma se dice: «El asno que fue a Roma, asno se torna«, Salamanca no se queda atrás y asegura: »Quod natura non dat, Salmantica non praestat«.

Otros recuerdan que si Roma se levantó sobre siete colinas, Salamanca lo hizo sobre tres: San Cristóbal, San Isidro y San Vicente.

Lo que terminó de popularizar el dicho fueron unas pegatinas para las lunas traseras de los automóviles que se pusieron de moda en nuestra ciudad hace algunos años.

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