En la Avenida Filiberto Villalobos, entre el ir y venir de peatones y el bullicio de la ciudad, hay un pequeño comercio que guarda el alma de otro tiempo. No tiene escaparates llamativos ni grandes rótulos, pero quienes lo conocen saben que allí se obra casi un milagro: bolsos desgastados recuperan su esplendor, maletas heridas por los viajes vuelven a rodar y cada reparación lleva el sello de un trabajo minucioso y honesto. Detrás del mostrador, Antonio Sánchez ha pasado 47 años cosiendo, remendando y devolviendo a la vida objetos que parecían condenados al olvido. Su taller es más que un negocio; es un rincón donde la tradición resiste y donde cada puntada cuenta una historia.
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Cada mañana, Antonio abre la puerta de su taller con la misma dedicación con la que lo hacía cuando su mujer aún estaba a su lado. Hace ya 12 años que ella se fue, pero, a día de hoy, sigue presente en cada rincón de su negocio, en cada maleta restaurada con esmero y en cada bolso que vuelve a la vida gracias a sus manos.
Y es que su taller no es tan solo eso. Es un homenaje silencioso al amor de su vida. De hecho, lo abrió pensando en ella después de darle «el mayor disgusto de su vida» cerrando el negocio que precedió a la tienda que ahora regenta y que ahora casi va a cumplir medio siglo. «Yo puse el comercio por mi mujer. Teníamos un negocio en la calle José Antonio a medias con otro señor. Mi mujer iba por las tardes y la mujer de él por las mañanas. Un día, él me dijo que su mujer no podía ir y que tenía que contratar a una chica. Yo no quería contratar a nadie, así que lo hablamos y me quedé yo con el comercio. Entonces, decidí cerrar sin decirle nada a mi mujer. Ese fue el mayor disgusto que le he dado en mi vida», reconoce Antonio, que, desde que abrió las puertas de su local en la Avenida Filiberto Villalobos, no ha cambiado su rutina pese a que sus hijos le preguntan constantemente cuándo dejará de trabajar, siendo algo a lo que responde tajantemente: «Cuando me muera».
«Cada mañana, llego a las 9:30 y sigo con lo que dejé el día anterior. Si es una maleta, sigo con la maleta. Si es un bolso, sigo con el bolso. Por la tarde, vuelvo a las 16:30 y me voy a las 19:30. He de decir que a mí ya no me hace falta el dinero. Hago esto porque me entretengo. La cantidad de maletas que tendré arregladas y nadie viene a recogerlas...», reconoce Sánchez, que recalca que «no me imagino una vida sin trabajar»: «¿Qué haría yo en casa? ¿Qué haría yo solo? ¡Morirme! Todavía recuerdo cómo empecé... Fui adquiriendo conocimientos y conocimientos y hasta ahora... Uno nunca se imagina que puede llegar hasta donde estoy ahora».
'Bol-Plax' evidencia que el pequeño comercio no es tan solo una opción de compra. También es identidad, tradición y cercanía porque cada tienda, cada mercado y cada negocio familiar cuenta una historia de esfuerzo y dedicación y ofrece un trato que difícilmente se encuentra en las grandes superficies. Así mismo lo señala Antonio Sánchez tras 47 años detrás del mostrador de su negocio, del que dice que «creo que no tendré sucesor». «Cada día es más difícil salir adelante si tienes un comercio pequeño. Nos encontramos en una situación crítica porque no podemos competir con los grandes almacenes», sentencia.
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