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Miércoles, 26 de julio 2023, 07:39
Casi medio siglo dedicado a la Medicina y los últimos seis años gestionando el servicio más importante de Castilla y León. Esta semana cuelga la bata con un imponente currículo investigador y dejando a Hematología en el top3 nacional.
Cuando apague el ordenador y salga de su despacho por última vez ¿estará donde soñaba a finales de los años 70?
—Es que no lo soñaba. Yo era un médico de Cáceres, que hizo Medicina, que después se especializó en Hematología y para el que llegar hasta aquí era impensable. No lo soñaba, pero me siento afortunado porque hemos podido hacer muchas cosas gracias a la gente que durante todo este tiempo ha estado conmigo y siempre me he sentido muy respaldado. He visto nacer este servicio con don Antonio Borrasca, porque en 1979 había una Hematología que era un pequeño embrión. También estaba alguien muy importante como don Agustín Ríos. Consiguieron aglutinar gente joven e ilusionarla para conseguir todo lo logrado. Una de mis funciones cuando hacía guardias como residente de Interna era identificar a todos los pacientes que pudieran ser hematológicos para llevarlos a nuestro servicio, porque en aquel momento Hematología no tenía apenas pacientes: alguno con leucemia linfática crónica y poco más.
¿Cómo era la Hematología de los 80?
—Evidentemente, el desarrollo ha sido extraordinario. Creo que tiene un aspecto muy peculiar y es que es una especialidad 'bilingüe' porque tiene una parte de laboratorio totalmente unida a la parte clínica. El conocimiento de las enfermedades hematológicas y el diagnóstico lo hacen los propios hematólogos. El especialista es capaz de hacer un diagnóstico de precisión y luego verlo en los pacientes que tienen esas patologías. Esa simbiosis es fundamental en el desarrollo de la Hematología y, concretamente, en nuestro hospital, donde gente muy importante ha dejado su impronta.
¿Qué llevan en la sangre los hematólogos de Salamanca, que siempre se mueven en la excelencia?
—Si me preguntas qué es lo más importante para mí de mis años como jefe de servicio es el haber mantenido el espíritu de la Hematología intacto. Hablo de la capacidad de colaborar entre nosotros. La capacidad de poner al paciente en el centro de todo y también la relación de los profesionales, que anteponen el servicio a su carrera profesional concreta. Los médicos debemos mirar por nuestra carrera individual, pero hemos puesto a este servicio como el referente al que dedicarnos. Eso es lo que ha conseguido alcanzar el grado de excelencia del que hablas. Recuerdo cuando Jesús San Miguel se marchó, hace más de diez años, y había quien decía que Hematología se iba a venir abajo, que ya no iba a ser lo que era o que los proyectos de investigación iban a desaparecer. No sucedió en absoluto, ni con la doctora Del Cañizo ni en mis años. No me atrevo a decirlo, pero creo que hemos crecido de forma exponencial. Yo solo soy una pieza más, que se ha dedicado a coordinar, pero la clave es que no le tengo que decir a la gente cuándo se marcha, o cuánto debe trabajar por la tarde, o que llame a estos pacientes... No he tenido que hacerlo y siempre me he sentido apoyado y querido. Quizás soy un poco iluso y es una ilusión mía, pero así me he sentido y es gracias a la calidad humana del profesional que considera al paciente como la clave. Tendría que citar a mucha gente, pero sabéis que hay profesionales de talla mundial, que han sido médico Forbes, que han recibido los mejores premios internacionales y quiero decir que si han podido lograr todo eso en Salamanca es porque también hay otros médicos comprometidos y haciendo labores clave del servicio en la clínica, los laboratorios, etc.
Logró la atención domiciliaria, la puesta en marcha de las CAR-T, el auge de la terapia celular… ¿Si la jubilación fuera a los 80, cuáles habrían sido sus retos de los próximos diez años?
—Con casi 70 años llevo trabajando 45 años, 10 meses y no sé cuántos días. Me ha llegado el momento del relevo y dejar paso a gente que desarrollará esos próximos retos. La terapia celular, sin duda será un aspecto importantísimo de lo que puede hacer nuestro servicio. También las CAR-T, anticuerpos biespecíficos… En definitiva, intentar que la medicina facilite la vida de los pacientes. Siempre digo que al paciente hay que mimarlo porque si encima de estar enfermo, se le trata mal no sabría cómo calificarlo.
¿Con qué ha disfrutado más: con la clínica, la investigación o la docencia?
—Aunque suene a tópico, es muy difícil separar las tres cosas. Cuando estás viendo a un paciente y luego registras toda su información ya estás haciendo investigación, aunque no esté en un ensayo clínico, pero si registras que le diste un antibiótico y que le fue mejor que otro, ya aportas algo. Por suerte, en Hematología hemos podido desarrollar grandes cosas con una Unidad de Ensayos Clínicos que tienen 221 ensayos, de los que más de 40 son fase 1. Eso es crear ciencia. He trabajado mucho en laboratorio. Cuando empecé desarrollamos el laboratorio de citometría y estuvimos con un doctor tan importante como Alberto Orfao, que es una figura mundial. Por su puesto, la docencia: cuando describes con pasión a los estudiantes lo que tú estás haciendo en el día a día, verles los ojos y la cara de embeleso que tienen es muy gratificante.
Le tocó ser jefe, reivindicar y sentir a veces que no se tomaba en serio a Salamanca.
—He sido capaz de llevar la administración, teníamos necesidad de personal y hemos podido aumentar la plantilla orgánica. Ha costado, pero es la función del coordinador. También la de mejorar las condiciones laborales y entender que la comunicación con el IBSAL y el CIC es una herramienta fundamental para seguir avanzando.
¿Qué va a hacer el 1 de agosto cuando despierte y no tenga que ir a trabajar?
—Tengo muchas cosas que hacer a nivel personal. Mi intención es no cerrar página, pero considero importante que las personas que se queden aquí sean las que tomen las decisiones y no tengan ningún tipo de mochila por mi parte. Evidentemente, voy a estar siempre dispuesto por si me piden algo y daré mi opinión, pero no voy a estar mezuqueando. En Extremadura se dice que 'el mezuquear es muy malo'. El profesor Agustín Ríos decía que cuando te vas de los sitios «es mucho mejor que te echen de menos a que estés de más».
¿Fue la pandemia el momento más complicado de su jefatura?
—Y también el traslado al nuevo Hospital porque este es un servicio muy complejo. Tenemos nuestro laboratorio propio de Hematología, pero en el general tenemos la clínica específica de Hematología, tenemos la Unidad de Ensayos Clínicos, el Hospital de Día la Unidad de Trasplante, las terapias Car-T, servicio de transfusión, Unidad de Terapia Celular. Había que coordinar muchas unidades y en ese momento todos los servicios piden y piden. Tenía que hacer ver las necesidades específicas. Es decir tenemos más de 220 ensayos clínicos activos. En este hospital, el siguiente servicio con más ensayos tiene más de 30. Nunca hemos querido acaparar medios, pero sí que la distribución de recursos sea correcta. Además, nosotros colaboramos en el desarrollo de otros servicios a través del IBSAL. Nuestros ensayos clínicos dotan de recursos al IBSAL que luego puede utilizar para desarrollar otros servicios. Y estamos encantados porque, a diferencia de lo que decía un político, creemos que cuanto mejor esté el Hospital, mejor estará Hematología. Pero sí nos gustaría que una parte importante de los recursos que generamos, seamos nosotros los que lo administremos.
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