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Con sus manos moldea una delicada pieza de barro en un acogedor taller del barrio de La Vega, así recibe a LA GACETA el artesano Gerardo Cambronero, un salmantino que da forma a la arcilla desde el corazón y que crea una atmósfera llena de magia. Su voz es hipnótica y sus experiencias vitales están cargadas de grandes lecciones de vida. Pero este salmantino no solo ha entregado su vida a la producción artística, también lo ha hecho a personas con discapacidad y colectivos en riesgo de exclusión que gracias a él han encontrado en el barro una pasión y una forma de expresión y desahogo.
«Nací en un barrio de Buenos Aires, en Argentina, pero con 12 años vine a vivir a Ciudad Rodrigo. Estaba cerca de un barrio en el que había muchos alfareros y me apasionaba ir allí y ver a la gente trabajar. Desde que probé se convirtió en la gran pasión que ha marcado mi vida y que he perseguido de forma autodidacta», explica. En sus inicios, el salmantino cogía barro en unas huertas del barrio del Puente de Ciudad Rodrigo, una materia prima que le permitió elaborar sus primeras creaciones.
Con 20 años, Cambronero se mudó a Salamanca para trabajar y estudiar Geografía e Historia simultáneamente, pero ni las lecciones universitarias ni su trabajo en el sector de la hostelería saciaban las inquietudes de un joven soñador: «Me lancé y monté un taller, quería vivir de aquello que me llenaba. Me lo tomé mucho más en serio y me discipliné mucho. Me regalaron mi primer torno de pie y cada día me encerraba con él cuatro y cinco horas para aprender», manifiesta. El alfarero recuerda con nostalgia la venta de sus primeras piezas en el rastro salmantino, que se ubicaba entonces en el Barrio del Oeste. «Con treinta años estaba perdidamente enamorado del barro y me despedí de mi trabajo en el sector de la hostelería para dedicarme a esto de forma profesional», asegura. Lo que no sabía Cambronero es que la aventura de su vida solo acababa de comenzar.
Aurelia López, la líder del movimiento vecinal de Chamberí en los años ochenta, fue la primera en proponer al alfarero una colaboración con la asociación. Inmediatamente después, Cambronero comenzó a dar clases a internos de la antigua cárcel provincial, situada en el actual DA2: «En su cafetería estuvo mi taller», asegura. Pasados unos años, en Aspace y en el Centro de Día, tratamiento y prevención de Drogodependencias de Cáritas, el alfarero conoció otras dos duras realidades: la discapacidad y la drogodependencia: «He estado más de veinte años dando clases por la mañana en Aspace y por la tarde en Cáritas», afirma.
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El artesano asegura que trabajar con personas con parálisis cerebral «es un auténtico regalo de la vida»: «Yo me he hecho persona ahí. Fue un reto y se da una simbiosis rara, es un momento en el que ellos te educan a ti. Es gente de la que hay que aprender absolutamente todo. A ellos les apasiona el barro porque les hace válidos y útiles y consiguen piezas realmente espectaculares», asegura.
Recuerda con cariño también su paso por el recurso de Cáritas y su experiencia como maestro de un grupo de personas drogodependientes: «Su primer impulso era el rechazo, ya que el barro y este oficio es algo dulce y ellos, desgraciadamente, están llenos de aristas. Pero cuando sentían que la arcilla les hacía caso, que se podían fundir con ella, se convertían en unos artistas fantásticos, vivían para cada pieza. Era para ellos una forma de terapia», explica el artesano. No obstante, en la actualidad colabora también con Casa Escuela Santiago Uno y Aviva Salamanca.
Gerardo Cambronero, desde la humildad que le caracteriza, se siente afortunado por haber podido vivir de su gran pasión, que le ha regalado experiencias maravillosas y le ha permitido también conocer a su compañera de profesión y sentimental, Reyes, el otro pilar de su vida: «El barro es terapéutico y tiene un mensaje maravilloso. A mí, personalmente, me ha dado la vida. Al barro se lo debo prácticamente todo», concluye.
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