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Mientras muchos jóvenes universitarios pasean las bolsas del botellón por la Gran Vía la noche de los miércoles, otros se dirigen hacia la Iglesia de Nuestra señora de la Merced con la ilusión en los ojos y el termo caliente repleto de café. Son los integrantes del proyecto Pándano, de Cáritas de Salamanca, que emplean unas horas de su tiempo cada semana para buscar a las personas sin hogar que necesitan su ayuda y recordarles que “aun les queda mucho por lo que luchar”. ¿Sus claves? La palabra, la escucha asertiva, la cercanía, la humildad, la empatía y el anhelo de que esos minutos pueda significar para ellos un punto de inflexión.
Elena, Mar, Álvaro, Víctor, Dani, Carlos, Raquel y Álvaro se toman un tiempo para pensar antes de salir a la fría noche salmantina. Se cuestionan qué se encontrarán o cómo se sentirán ante la cruda realidad que “acecha ahí fuera”. Para algunos será su primera experiencia. Recitan a coro una oración, que se ha convertido en su tradición. “Somos buscadores que se guían por una sola razón: Ser cauce de la gratuidad”, concluyen instantes antes de cruzar la puerta de salida. Abrigos, guantes, bufandas y forros polares, se convierten en el uniforme para todos durante unas horas. En las mochilas los termos de café y caldo y los sandwiches calientes, junto a la bollería y los pasteles. Los jóvenes se dividen en dos grupos de cuatro para poder abarcar dos rutas distintas: una más céntrica y otra por la zona de la estación de autobuses. La búsqueda de los “invisibles” acaba de comenzar.
Sobre las once de la noche, a escasos dos grados, el grupo camina por los alrededores de la Plaza Mayor. En ese momento se encuentran con su primera historia. Víctor, de 1º de enfermería, observa perplejo a Soraya en el arco de la Plaza de la calle Prior. Ella está sentada en el suelo y llora desconsoladamente mientras sujeta con sus manos unas monedas. Todos se dirigen hacia ella, Álvaro le ofrece un café caliente y unos bollos. Elena, nada tímida, es capaz de verbalizar lo que todos piensan y se preocupa por su estado. “Mi madre está en una residencia, mi padre falleció y mi hermano tiene su vida”, responde y comienza a narrar. Ante la pregunta más obvia, ella asiente con voz temblorosa y mirada perdida: “Ahora mismo estoy durmiendo en la calle”. El grupo le propone encontrar algún lugar para descansar, pero ella asegura que no puede pagarlo. Ante la solución de dormir en el recurso habilitado por Cáritas, Padre Damián, ella lo deniega motivada por experiencias previas que “no le han gustado mucho”. Desolada reconoce que “no tiene ni una manta”. Álvaro promete facilitársela si se acerca al día siguiente a una dirección concreta. También le propone ayudarla a buscar un trabajo: “Lo tienes que intentar, limpiando o haciendo lo que sea. No puedes seguir durmiendo en la calle”. Los jóvenes se despiden de Soraya y continúan su búsqueda. Los relojes marcan las once y media.
Es el momento de ir en búsqueda de Roberto, un chico sin hogar que suele dormir entre cartones en la puerta de una sucursal bancaria de la calle Zamora. Para llegar a él hay que ascender unas escaleras. Mar y Víctor suben y se asoman entre los cartones, pero no logran ver nada. Otro de los jóvenes logra escuchar una respiración: “Roberto está aquí dentro”, exclama. Elena decide llamarle y él se despierta de su sueño. La felicidad se percibe en su rostro cuando logra ver a los jóvenes que tantas alegrías le han dado durante los últimos años. Su voz aún se percibe cansada y esboza algún que otro bostezo. Sus palabras de agradecimiento no cesan, mientras ellos le ofrecen un café caliente y unos bocadillos. “Es lo primero que meto a mi cuerpo desde anoche”, pronunció ansioso. Con un trato familiar y cercano se dirige a los chicos, mientras entre carcajadas exclama: “Estoy jodido, yo ya no puedo más”.
Su peculiar humor consigue quitar un poco de hierro a la situación, mientras hace referencia a sus cartones como “mi casita”. Álvaro reconoce que durante los últimos días le han tenido muy presente: “Hemos venido varias veces por aquí para ver si podíamos dejarte una manta, pero no estabas y nos daba cosa dejártela y que te la quitasen”, a lo que él responde: “Me parezco a las ratas, aparezco y desaparezco. Hoy estoy aquí pero mañana no sé que será de mi”. Actualmente se encuentra inmerso en un tratamiento de diálisis que “le está comiendo por dentro”. Afirma que la da miedo recibir un transplante. Tras conversar con los chicos, Roberto vuelve a su descanso y se despide. Ellos siguen con su ruta con la esperanza de poder ayudar a alguien más, a pesar de que la noche se vaya echando encima.
La experiencia consigue que los chicos se vayan abriendo. Las conversaciones giran en torno a experiencias propias, sin dejar de lado las propias conversaciones referidas a la vida universitaria. Sobre las doce, los jóvenes cruzan la puerta Zamora y ascienden por el Paseo del Doctor Torres Villarroel. Unos minutos antes de llegar a los cines Van Dyck divisan a un señor sentado en un banco, tapado hasta los ojos con una braga térmica y que aparenta dolorido. Preocupados, se acercan hacia él y le preguntan por su estado.
“Llamen a una ambulancia por favor, me he caído ahí atrás y he venido arrastrándome hasta este banco, tengo una hernia, necesito ir al hospital”, pide Miguel Ángel con urgencia mientras mantiene su mano sobre el abdomen y exhala algunos quejidos. Con su petición en marcha y la ambulancia llegando al lugar, Víctor y Mar le preguntan por su situación. “Estoy divorciado y llevo veinte años viviendo en la calle. Cuando estaba casado tenía mujer, hijos y casa, ahora no tengo nada”, afirma. Elena, bastante afligida, le pregunta como ha podido aguantar tanto tiempo así. Él se lo explica: “La realidad de la noche en calle es la cosa más bonita que hay, nadie roba, nadie mata, todos nos ayudamos y nos preocupamos unos por los otros”.
En ese momento llega la policía al lugar y examina la situación. Reconocen al señor que sentado en el banco sigue retorciéndose de dolor. “Hay noches que está realmente mal, pero otras finge un poco para poder dormir en el hospital”, afirma uno de ellos. Se quedan junto a él esperando e instantes más tarde llega la ambulancia. Los profesionales tendrían la última palabra para determinar si Miguel Ángel dormiría esa noche bajo techo y recuperándose de su dolencia o seguiría descansando sobre el frío banco de hierro.
Los integrantes de Pándano continúan su ruta hasta su lugar de origen y dónde se reencontrarían con el otro grupo de universitarios. Ellos no han podido socorrer a ninguna persona sin hogar durante su ruta. Los chicos vuelven a ocupar sus sillas.
Llega la recapitulación de la noche y el análisis de las tres historias que les han marcado: “Hay un trasfondo en las tres y es siempre la Salud Mental. Esas personas necesitan ayuda y prefieren consumir ciertas sustancias para evadirse o doblegarse ante su desgracia, que es la vía fácil y no piensan lo que podrían conseguir si se recuperan”, reflexiona Elena sentada a la mesa. Mar añade que “todo lo que gira alrededor de la Salud Mental sigue estando súper estigmatizado” y Álvaro cree que la solución es “un cambio de mentalidad y una evolución con los tiempos”. Todos llegan a la conclusión de que muchas veces no se acercan a las personas sin hogar movidos por sus prejuicios o miedos: “No piensas lo mismo antes de hablar con ellos que después y no es lo mismo ir en grupo que cuando vas solo”, afirmó Víctor. Otros añaden también que la vida actual absorbe tanto que en ocasiones no te das cuenta ni de que “esa persona está ahí sufriendo”.
La noche acaba de terminar y todos regresan a sus hogares. No será la primera ni la última vez que ayuden en la noche a los que más lo necesitan: los “invisibles”.
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