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Martes, 2 de febrero 2021, 09:19
César Herrerro y María de Valvaneda son dos caras de una misma realidad. El primero, un madrileño salmantino de adopción, que desde 2017 ocupa su tiempo libre como voluntario en el programa de Protección Civil del Ayuntamiento de Salamanca. La segunda, una riojana de 80 años que reside en la capital del Tormes desde que era una adolescente y, desde hace dos décadas lo hace completamente sola. Una soledad que, aunque confiesa no “llevar mal”, se ha visto atenuada gracias a la compañía y ayuda de voluntarios como César, que en los últimos meses han visto intensificadas sus labores con los más vulnerables a través del departamento de Servicios Sociales municipales. Además de ser un soplo de compañía: “Nos encontramos con mucha gente mayor en soledad que está deseando que vayamos para poder hablar con alguien”, constata César.
Desde el pasado mes de marzo, César y el resto de compañeros -algo menos de 20- han cambiado sus labores de apoyo logístico en partidos de fútbol o de coordinación de autobuses llenos de turistas que antes del COVID llegaban a la capital, a realizar compras, hacer encargos en la farmacia, tirar la basura o sacar a los perros de todos los ciudadanos que no pueden por sí solos, bien porque están en cuarentena, o, como sucede con María, porque una caída a principios del verano le impidió hacerlo por su cuenta - “ahora estoy mucho mejor y ya puedo salir sola”, comenta al otro lado del teléfono-.
“Cada vez que vamos a su casa ya sabemos que no solo es comprarle lo que necesite en el supermercado o en la farmacia, sino echar un parlao con ella”, confiesa César en referencia a cómo es María, que desde hace apenas unos días ya ha anunciado que de momento ya no requiere de la ayuda de los voluntarios. “Son chicos muy majos y muy amables”, afirma la dicharachera María, que en poco más de un mes soplará las velas y ya van 81. “Vi por internet el anuncio del Ayuntamiento y me puse en contacto porque yo no podía salir porque me caí”, relata. Dicho y hecho. A los pocos días ya estaban allí dos de los voluntarios, a veces César y otros días el resto de compañeros -en función de la disponibilidad horaria que tengan y de los turnos que organicen- para hacerle los recados que necesitase. “Había días que nos llamaba tres veces en vez de pedirnos que lo hiciéramos todo junto nos decía de ir primero a la farmacia, luego nos volvía a llamar para ir a la frutería y así”, recuerda Herrero.
Gracias a la encomiable labor de este grupo de personas que dedican su tiempo a los demás, personas como María, vecina del barrio de Pizarrales pueden seguir viviendo solas -su único hijo vive es profesor de español en Francia-, incluso en tiempos de pandemia. Aunque sí es cierto que en el caso de esta riojana de carácter con nombre de la patrona de su Comunidad, ocupar el tiempo no es un problema. “Me gusta mucho sentirme viva y no verme apartada del mundo, por eso en cuanto me he recuperado de la caída he vuelto a salir. El otro día estuve toda la mañana de ‘pingos’ a comprar un libro para pintar. También escribo cuentos infantiles y me manejo con el ordenador”, puntualiza la octogenaria mientras se escucha de fondo el sonido de sus cuatro pajaritos. Pero su colección de mascotas no termina ahí: “Tengo un conejo, cuatro pajaritos, una tortuga y un pez”. Aunque a estos ni César ni sus compañeros tienen que sacarlos a pasear.
Precisamente el paseo de perros se ha convertido en la tarea principal de los casi 20 voluntarios que integran el cuerpo de Protección Civil en estos momentos. “En los primeros meses solían llamarnos para hacer compras grandes, prácticamente mensuales, pero ahora lo que más estamos haciendo es sacar a pasear a perros”, explica César, que es el responsable de voluntarios. Desde el mes de noviembre hasta ahora, se ha prestado apoyo a 81 familias confinadas, según datos facilitados por el Ayuntamiento.
También se han producido cambios en cuanto al perfil de los demandantes: “En esta tercera ola la gente es más joven. Por ejemplo tenemos una familia confinada a la que le sacamos tres perros”. Asimismo, en estos momentos su carga de trabajo es mucho menor que allá por marzo, cuando se llegaron a recibir una decena de nuevos usuarios que requerían de su ayuda. “Ahora estamos dos o tres personas al día”, puntualiza. Pero esta cifra varía en función del número de voluntarios disponibles.
César, de 50 años, ha encontrado en el voluntariado una forma de ocupar todo ese tiempo libre que le queda en las épocas de paro como la actual. “Trabajo en una fábrica de coches haciendo piezas, pero como ahora está todo estancado a cuenta de la pandemia, llevo un tiempo en paro”, explica.
Sobre cómo acabó este madrileño en Salamanca, revela que con apenas 17 años se desplazó a la base de Matacán donde estuvo como militar siete años. Y a partir de aquí, se volvió de lo más polivalente. Con apenas 23 recibió una llamada para trabajar como soldador en las obras de restauración del Teatro Real de Madrid, allá por comienzos de los 90, para después regresar a la capital charra como vigilante de seguridad de una gran superficie y hasta llegar a tener su propio bar en el barrio de Garrido. “Siempre he andado de aquí para allá”, relata este salmantino de adopción que aunque le gusta más la capital de España, confiesa que ya se ha adaptado a la “confortable” Salamanca, entre otras razones gracias a su dedicación a los demás.
En relación a cómo se organizan para atender las peticiones de los ciudadanos, César explica que se distribuyen en dos turnos de tres horas cada uno, uno de mañana y otro de tarde. A partir de aquí, reciben un correo desde Servicios Sociales con los datos de los usuarios a los que tienen que atender y se reparten por la ciudad con su uniforme naranja.
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