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Hace más de un siglo que los vecinos y turistas que pasean por una de las placitas con más encanto de Sitges admiran la preciosa portada gótica de Palau de Maricel, en el edificio que el millonario norteamericano Charles Deering compró en 1910 para reunir una gran colección de piezas artísticas de toda España. La conocida durante décadas como “puerta de Salamanca”, labrada en piedra arenisca, ya tiene denominación de origen: la desaparecida iglesia de San Adrián, una de las más notables construcciones de arte románico y gótico que durante siete siglos ocupó parte de la actual plaza de Colón.
Es la de San Adrián una de las muchas y lamentables historias de desinterés por el patrimonio y pura especulación que condujeron al desmantelamiento y expolio de numerosos monumentos arquitectónicos. La Salamanca de la primera mitad del siglo XIX era una ciudad urbanísticamente herida de muerte por el paso de las tropas francesas durante la guerra, y ante la falta de recursos para reconstruir el arte dañado y la desidia de la administración, iglesias y conventos en ruinas sirvieron de cantera para nuevas construcciones. Pero vayamos al principio de la historia.
Corren principios del siglo XII. Los repobladores bregancianos que llegaron a Salamanca con Raimundo de Borgoña, yerno de Alfonso VI y consorte de la reina Urraca, edificaron, siguiendo las pautas del estilo románico de la época, numerosos templos en la zona en la que se asentaron al sur de la actual Plaza Mayor. Varios historiadores mencionan entre los nombres de aquellos constructores los del italiano Casandro, el francés Florín de Pontuenga y el navarro Alvar García, de quienes se decía que habían construido los muros y muchos edificios de Ávila con “quinientos moros esclavos”. La primera mención a la iglesia de San Adrián data de 1156. Fue erigida por el caudillo breganciano, Pedro de Anaya, con la donación que de la mitad del pueblo de Arcediano hizo al cabildo Martín Franco y su hermana Melina.
A finales del siglo XV, el príncipe Juan, heredero de la Corona y señor de Salamanca, ordenó empedrar la plaza donde estaba situada la iglesia, en la que por entonces se asentaban las casas “principales” de la ciudad: Abrantes, Anaya, Sanchogómez, Sotomayor y Fonseca. Mas tarde llegarían las ordenes de los Clérigos menores y de los Trinitarios. En 1480, don Alfonso Enríquez de Anaya, regidor de Salamanca, y su mujer Isabel Enríquez —nieta de María la Brava— edificaron en San Adrián una capilla para su enterramiento y los de su linaje. La obra seria un derroche de esplendor de la última época del gótico, tanto en su portada Norte como en el altar y los arcos sepulcrales. Ya en 1645, su descendiente Alfonso Enríquez de Sotomayor colocó en la capilla una imagen del Ecce Homo atribuida al escultor Pedro Hernández.
La iglesia de San Adrián constaba de tres naves, cubiertas con techumbre a dos aguas. En el lado este, el ábside tenía ventanas flanqueadas por altas columnas, canecillos de mascarones y cornisa ajedrezada. Al oeste y unida a la cornisa superior del palacio de Orellana se elevaba un campanario de ladrillo con dos pequeñas campanas, ajimeces románicos, miradores en lo alto y coronaba una veleta sobre un elevado arco con dos grifos salientes que daban paso desde la calle de Escuderos (hoy San Pablo) a la plaza de los Menores o de la Yerba (hoy Colón). Desde Orellana podía accederse a la tribuna de la iglesia de San Adrián por medio de un pasadizo de ancha arcada bajo el que pasaba la calle.
La puerta original, con capiteles y dovelas decrecientes de medio punto, daba a la calle de Escuderos. La portada Norte era la más rica arquitectónicamente. Erigida en el periodo de decadencia del gótico, reunía una bella muestra de ornamentos arquitectónicos de esta época, así como el interior de la capilla, con el altar y los arcos sepulcrales, con un gran nicho central apuntado y decorado con un bello relieve de la Anunciación. Era “el mejor de los monumentos ojivales de Salamanca”, escribió Modesto Falcón en el semanario “Álbum Salmantino” (1854).
A mediados del siglo XIX, la iglesia de San Adrian presentaba un notable deterioro, resultado del abandono más absoluto. La bóveda estaba hundida y la torre de ladrillo derruida en parte. “Todavía era fácil restaurarla, pero se prefirió consumar su ruina”, escribió José Quadrado.
El pretexto para el derribo fue el proyecto de ampliación de la travesía por la que pasaría la carretera estatal Vigo-Villacastín. El Ayuntamiento precipitó una declaración de ruina del templo, apoyado por el arquitecto municipal Tomás Fco. Cafranga en mayo de 1852. El fiscal diocesano, que aseguraba la solidez de la construcción, se opuso pidiendo un reconocimiento más exhaustivo y estimó en 7.000 reales la reparación de la parte más afectada, la capilla del Ecce Homo del duque de Abrantes.
Pero San Adrián ya estaba condenada. Los elementos más dañados fueron desmontados. Una expedición de estudiantes de la escuela de Arquitectura de Madrid que visitaba Salamanca para dibujar sus monumentos más notables logró demorar tres días el derribo, del que iban a ocuparse 200 presos traídos desde Valladolid. Acompañaba a los estudiantes el fotógrafo inglés Charles Clifford, que tomó esos días las primeras fotografías existentes de Salamanca, reunidas en álbum titulado “Photographías: Salamanca y Ávila” que permaneció extraviado durante siglo y medio hasta que fue hallado por casualidad en 2004 por Javier Piñar y Carlos Sánchez entre los fondos de la Real Academia de San Fernando.
El obispo Fernando de la Puente y Primo de Rivera ordenó el traslado de la portada Norte al Hospital General de la Santísima Trinidad, donde se colocó como puerta del cementerio interior de las religiosas Hermanas de la Caridad, que cuidaban de los enfermos de esta institución. Allí sería fotografiado y dibujado hasta que el edificio quedó abandonado con la construcción desde 1904 del nuevo edificio del Hospital en el paseo de Carmelitas. Las Siervas de San José adquirieron en 1916 por 65.000 pesetas el edificio que hoy ocupa su colegio en la calle Marquesa de Almarza. Para entonces, de la portada de San Adrián ya no había rastro. La Fundación del Hospital no conserva ningún registro del paradero de la obra de arte, según confirmó a LA GACETA. Su desaparición sigue siendo hoy un misterio.
Un millonario norteamericano enamorado de la localidad costera catalana y apasionado por la cultura española compraba varios edificios históricos en un emplazamiento privilegiado. Charles Deering, que había amasado una gran fortuna en el sector de la maquinaria agrícola, encargó a Miquel Utrillo que buscara por toda España piezas de arte y elementos arquitectónicos a la altura de esta ambiciosa empresa poniendo a su disposición fondos prácticamente ilimitados. Las obras del edificio se prolongarán durante seis años, en los que Utrillo recorrió toda España negociando con intermediarios. En 1914 solicitó los permisos al Ayuntamiento para realizar reformas en la fachada del edificio y a lo largo de ese año se instalaba una nueva portada traída desde Salamanca. La joya arquitectónica en piedra arenisca y de estilo gótico se convirtió en la atractiva puerta principal al Palau de Maricel, inaugurado en 1916.
“No hay información alguna sobre cuándo llega exactamente la portada a Sitges ni su procedencia concreta, salvo la referencia a las obras de la fachada. Cuando llegaba una puerta o una ventana, se adaptaba el edificio. El Palau se construyó por adición, fue creciendo a medida que crecía la colección”, afirma el historiador Sebastià Sánchez Sauleda, uno de los comisarios de la exposición por el reciente centenario de Maricel.
“Deering y Utrillo intentaron salvaguardar el patrimonio que se iba a ir de España reuniendo piezas de edificios afectados por la desamortización de 1833, muchos de ellos en ruina, que Utrillo consiguió traer hasta Sitges con su red de contactos. En este caso parece que conocía Salamanca y no se puede descartar que comprara personalmente la puerta ‘in situ’, Pero no hay constancia”.
De hecho, un error en una anotación de la última foto de la portada salmantina antes de su venta (ver pagina anterior) ha enrevesado durante décadas la información sobre su procedencia. El hijo de Utrillo, que heredó su archivo, escribió “Cadalso de los Vidrios” en el reverso y de ahí que la información turística apuntara a esta localidad madrileña como origen de la obra. La información turística ha sido corregida este verano tras la aclaración de LA GACETA.
“Si existiera aún la iglesia en Salamanca, yo abogaría por restituir la puerta a su sitio original”, sentencia Pere Izquierdo, director en funciones de los Museus de Sitges, organismo del que depende el Palau de Maricel. “En aquella época —añade—las piedras no se valoraban como patrimonio, sino como elementos decorativos”.
Este experto muestra su satisfacción por conocer al fin la procedencia de una de las joyas de Maricel. “Estamos muy contentos de cuidar el patrimonio llegado de otros lugares. Y por eso en este caso la gente de Salamanca estáis especialmente bienvenidos”.
Salamanca cuenta con un notable embajador en Boston, también procedente de la iglesia de San Adrián. En julio de 1906 los herederos de la familia Abrantes vendieron en Madrid, con la ayuda del anticuario francés Émile Parés, la losa sepulcral de uno de los dos caballeros de los sarcófagos que albergaba la capilla al Museo Isabella Stewart Gardner de la capital de Massachusetts.
El aspecto de la talla en su emplazamiento original ha llegado a nuestros días gracias a la foto —imagen superior, en la parte derecha —que tomó en 1853 el inglés Charles Clifford durante su visita junto a la expedición de estudiantes de la Escuela de Arquitectura de Madrid. Esta joya gráfica, que da muestra de la riqueza ornamental de la edificación gótica, forma parte del trabajo que ha pasado a la historia como las primeras fotografías que se conservan de Salamanca.
El Museo bostoniano, que en su día abonó por la joya la nada despreciable cifra de 10.000 pesetas de la época, describe hoy la valiosa pìeza en el catálogo del museo como “una efigie para la tumba de Francisco Maldonado, comunero de Castilla”. Sin embargo, ningún historiador ha podido confirmar que esta talla perteneciera a la tumba original del comunero salmantino, que fue enterrado en la también desaparecida iglesia de San Agustín, sobre los terrenos del antiguo Botánico. Una vez destruido el templo en la Guerra de la Independencia, sus restos fueran trasladados a su ubicación actual en la capilla de Talavera de la Catedral vieja.
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