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La Gaceta
Miércoles, 3 de julio 2024, 13:15
Si pasear por Salamanca en el Siglo XIX fuese como ahora, la primera cosa en común de la que haríamos un nexo sería ¿Dónde puedo encontrar una fuente para beber agua? Sin duda uno puede acercarse a la calle del Pozo Amarillo o al Camino de las aguas con la esperanza que lo haría un paisano de 1886, pero, sin duda, seguirá con la misma preocupación que le hizo llegar hasta allí.
En este mismo año, para suerte de todos los presentes que allí hubiera -unos 25.600 habitantes en la ciudad- se llevó a cabo la primera propuesta para mejorar el abastecimiento de agua. Encabezada por un tal Tomás Rodríguez Pinilla, quien en 1839, curiosamente, se estableció en Ledesma para trabajar como abogado. Diputado de las cortes durante el Bienio progresista (1854-1856) por el partido demócrata, todo un hombre referente en la política de Salamanca.
Con un plan muy ambicioso y algo arriesgado se propuso elevar el agua del río Tormes un kilómetro sobre la ciudad. Apoyado también por el ingeniero francés Rouault, a través de una máquina de vapor y que derivase en unos depósitos situados en las colinas del Rollo. Proyecto que no llegó a ver la luz hasta 1881, cuando el arquitecto municipal José González Altes decidió sacar del cajón de «archivados» esta idea y reconvertirla mediante cinco grandes puestos públicos clave de distribución del agua y otros dieciséis que se convertirían en propiedad vecinal.
Llegamos ahora a febrero de 1886, cuando, por fin, podemos inaugurar nuestro nuevo sistema de abastecimiento de agua. Y los primeros fuimos en llegar, porque en Valladolid se instalaría un sistema muy similar al de nuestra capital unos meses más tarde. Culpa del crecimiento de las ciudades a principios del S XX, eso que hemos llamado Segunda revolución industrial, provocó que en 1908 se instalasen nuevos depósitos para satisfacer las necesidades de todos los habitantes.
Nuestro paisano -ya amigo- puede disfrutar del agua potable en su domicilio desde bien entrado el año 1888. Ya no tiene que esperar al aguador ni mucho menos al caballo que tira del carro. Ahora se han reinventado en técnicos de control del agua potable de la ciudad. Pero sin duda, una preocupación nueva le ronda, y es la de a dónde irá el agua que estoy tirando por este agujerito. Y es que aún bien entrado el SXX, seguían pasando por la puerta de las casas las mujeres «vertedoras», quienes recogían el agua sucia de los hogares más pudientes en grandes vasijas de barro, para luego echarlo a alguno de los arroyos que cruzaban la ciudad, el de Santo Domingo o el de Los Milagros. Como no, con destino final en el río Tormes, aunque eso sí, el resto de los salmantinos seguía tirando el agua sucia a la puerta de sus domicilios.
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