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Viernes, 18 de diciembre 2020, 21:47
En una tierra como la salmantina, donde la elevada población envejecida y el récord de muertes por la pandemia sumados a la baja natalidad y a la emigración de los jóvenes agudizan el descenso de habitantes, la inmigración se convierte en una de las claves contra la despoblación y como fuente de riqueza.
Pese a la pandemia y a las restricciones de movilidad, aumenta el asentamiento de la población inmigrante en la provincia salmantina. Según los últimos datos del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, en la provincia salmantina se ha superado por primera vez desde que hay registros la cifra de 19.000 extranjeros residentes legales. Salamanca contaba a 30 de junio con 19.010 personas de otros países con la tarjeta de residencia. Son 400 más que a finales del año pasado y más de 800 en comparación con junio de 2019. El crecimiento evidencia que Salamanca sigue resultando una opción atractiva para muchos migrantes pese a que el contexto económico actual no sea el más favorable por el coronavirus.
El aumento ha estado liderado por los venezolanos que huyen de la situación crítica que vive su país por culpa del Gobierno de Maduro. Otras nacionalidades que han experimentado un repunte importante en el último año han sido los colombianos y hondureños, seguido de marroquíes, portugueses, italianos y chinos.
La inmigración no sólo dinamiza la Salamanca rural sino también la capital, incorporándose a empleos relacionados con los cuidados, y montando pequeños comercios y negocios de hostelería.
Con motivo del Día Internacional del Migrante que se conmemora este viernes, este reportaje pone en valor a esas personas migrantes trabajadoras que, pese a las dificultades por estar lejos de su país, su familia y su cultura, han decidido emprender con valentía y montar su propio negocio en la tierra que les ha acogido, creando empleo y riqueza y conformando una sociedad más diversa.
Chen Yu llegó de China a Salamanca hace diez años para aprender español en la Universidad. Confiesa que enseguida le gustó la ciudad del Tormes, donde se sentía “como en casa” desde el primer momento. Pasó cuatro años trabajando como recepcionista y administrativa en un colegio de idiomas. Chen Yu fue la que ayudó a unos amigos compatriotas a montar un negocio. Ella, con 29 años por entonces y conocedora de la vida en la ciudad fue quien les propuso que abrieran un local de hostelería en la calle Van Dyck, una de las vías más populares de tapeo. Pero ella les aconsejó que no fuera el típico restaurante chino sino una apuesta por la cocina asiática con los platos que más gustan en occidente como el ramen, el sushi o el arroz, todo ello con el sabor tradicional “de casa”.
El dominio del español y el don de gentes de Chen Yu hizo que sus compatriotas delegaran en ella las gestiones de puesta en marcha del negocio: el alquiler del local, las llamadas a los proveedores... Hasta el nombre del local se lo puso la joven.
Antes de cumplir el primer aniversario del negocio, los compatriotas regresaron a su tierra y obviamente traspasaron el negocio a Chen Yu.
La joven china, ahora con 33 años, suma tres años al frente de este negocio. Con su hogar en plena Plaza Mayor, Chen Yu se siente afortunada con lo que tiene y su vida en Salamanca. “Me enamoré desde el primer momento de esta ciudad que siempre me ha tratado muy bien y me ha dado oportunidades”, explica.
Este año de pandemia y cierre del negocio en dos ocasiones ha sido “muy duro”, confiesa. “Siempre he tenido muchos clientes y el local lleno y ahora no me ha quedado otro remedio que poner en marcha la comida a domicilio para cubrir los gastos”, explica Chen Yu, que tanto trabaja en la cocina, como hace de camarera y lleva adelante el negocio, las cuentas, las compras y las facturas, y siempre, con una sonrisa.
De sus 30 años de edad, Fiorelli Moncada lleva 15 en España. Afincada inicialmente en Madrid, tras una visita a unos familiares y amigos en Salamanca esta peruana se enamoró de la ciudad charra y tuvo claro que era el lugar ideal para poner en marcha su proyecto hostelero junto a su pareja. “Teníamos como proyecto a largo plazo montar un restaurante de cocina tradicional peruana con productos y especias de nuestro país, pero al llegar aquí nos lanzamos a abrirlo antes de lo imaginado”, desvela Fiorelli, que se encarga de la labor como cocinera mientras su marido “pone el corazón en la cocina”. “Si no hubiese sido por el trabajo codo con codo con él no hubiera dado resultado”, añade la mujer.
Su paso por distintos emplazamientos (Garrido, Sancti Spiritus y desde septiembre en Gran Vía) y el atractivo de la gastronomía peruana han hecho que su cartera de clientes haya ido en aumento, en su mayoría extranjeros. “Vienen chinos, alemanes, franceses, venezolanos, colombianos...”, cuenta Fiorelli.
Esas ganas de ganar visibilidad y de que su proyecto crezca han sido claves en los numerosos cambios de local del negocio de esta pareja peruana que ahora se ha visto afectada por la crisis del COVID y las restricciones en la hostelería. “Lo tratamos de llevar lo mejor posible. Intentamos mantener nuestros clientes y que vean que seguimos funcionando, haciendo comidas y sacando cosas nuevas. Económicamente nos afecta, no cabe duda, pero no queremos tirar la toalla”, responde firme esta mujer emprendedora.
Fiorelli admite que “cuesta abrirse camino” en el mundo empresarial, pero se muestra muy contenta con su vida en la ciudad. “Salamanca, más que el lugar para nuestro negocio supone calidad de vida y sentirse seguro. Es una ciudad muy amigable que te abre puertas y nos hemos sentido acogidos desde el primer momento”, expresa Fiorelli, que agradece la “sonrisa” que le brindan los salmantinos.
La hostelería es uno de los sectores más dañados por la crisis del COVID-19, y pese a eso, Lizbel Rodríguez decidió emprender en plena pandemia y abrió el pasado agosto un negocio de crepes, gofres y hamburguesas en Carmelitas. Esa valentía y amor propio que caracteriza a las personas migrantes que se ven obligadas a abandonar una vida hecha en su país por las circunstancias económicas y de inseguridad, como le ocurrió a Lizbel en Venezuela, son claves cuando inician una nueva vida en otro país. Lizbel, al frente de una empresa de catering y su marido, licenciado en administración con dos hijos estudiando Derecho y Periodismo no tuvieron más remedio que dejar atrás su Venezuela natal y aterrizar en Salamanca hace dos años y medio para empezar de cero. “Ya venía con la mentalidad de emprender”, cuenta Lizbel, con experiencia en hostelería y cocina que pronto comenzó a formarse con cursos de hostelería, camarera, ayudante de cocina y pastelera para pulirse después en varios restaurantes de la ciudad.
La pandemia no frenó sus planes de emprender y aunque ha tenido que adaptarse a las duras circunstancias del COVID, sigue adelante “paso a paso”. “Es la única forma de devolver a España, el país que nos ha abierto la puerta, lo que nos ha dado: emprendiendo y generando empleo. Y hay que empezar desde el principio”, admite, mientras prefiere no recordar su anterior vida en Venezuela. “Amo mi país pero prefiero pasar página”, reconoce Lizbel, a quien le concedieron la residencia humanitaria y ya piensa en seguir emprendiendo. “Tengo otros proyectos en mente”, desvela. “En Salamanca me he sentido cómoda. Si recibes todo con una sonrisa, la gente te va a responder con esa sonrisa”. Un lema que lleva a la práctica cada día.
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