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Lunes, 30 de marzo 2020, 12:50
Son héroes sin capa en un momento en el que subir la trapa conlleva un peso infinitamente mayor que el del propio metal. Abrir la tienda supone un esfuerzo añadido para cumplir con los clientes sin que se noten las toneladas de preocupación por el familiar enfermo, por el que ya no está o por el que puede sucumbir a la COVID-19. En medio de la incertidumbre, de las caídas de ventas, de la preocupación por los empleados y por el cierre de otros compañeros, los fruteros, los pescaderos, los carniceros y el resto de profesionales de la alimentación vencen los miedos estos días en Salamanca para adentrarse en la nueva rutina dibujada por la cuarentena.
Nuevas costumbres en las que cada vez hay menos clientes presenciales y más encargos por teléfono. “Nosotros hemos llamado a todos nuestros clientes para ofrecerles el envío a domicilio, nos hacen el pedido y se lo llevamos a casa”, explica Eduardo, pescadero en el Mercado Central. Ayer por la mañana tuvo una entrega especial, la de una médica confinada por el virus, un colectivo al que mima especialmente. “Le he dejado el encargo en casa de su madre, que vive enfrente, y ella no tiene ni que dejar el dinero porque me paga por transferencia”. Es el método más usado ahora por Eduardo para evitar todo tipo de contacto durante las entregas. Ha hecho fotocopias con su número de cuenta que reparte entre los clientes y ya no hace falta ni cambio ni datáfono para la tarjeta.
La estrategia de Susana es la de acordar de antemano lo que le tiene que devolver al cliente. “Le digo lo que cuesta antes de mandarle el pedido y, como me dicen con qué me van a pagar, le mando el cambio también en una bolsa”, explica la frutera. Miguel es el chico que se encarga de llevar la compra, que en estos tiempos además incluye otros productos como favor personal. “Nos piden que si les podemos llevar el pan, el agua o hasta la carne. Lo hacemos con agrado, ya que estamos aquí...” destaca la mujer, que estos días tiene más trabajo que en Navidad, aunque a distancia porque pocos la van a ver a su puesto. “Vamos con guantes, mascarilla y en cada servicio limpiamos todo con alcohol y con agua con jabón”, relata Munir, mientras cruza una Plaza Mayor casi vacía para llevar un pedido de fruta a un piso en la Rúa. “Ahora se puede decir que estamos trabajando por las casas. Le dejamos el pedido fuera a la gente casi sin contactar con ellos”. De lo que se queja Munir es de que la Policía disuade a los salmantinos de comprar en el Mercado. “Les dicen que tienen que comprar en la tienda más cercana y nos fastidian. La gente tiene miedo y no viene”.
Aunque los precios se mantienen, las ventas no acaban de subir. Al parón del consumo de bares y restaurantes se suma la economía de guerra en la que se han sumido muchos hogares. “De lo que más llevamos a los clientes son patatas, a 80 céntimos el kilo, pero también mandarinas y naranjas”, señala Munir. En las carnicerías, más de lo mismo. La falta de consumo ha llevado a Carlos a rebajar el lomo de ternera a 11,99 euros el kilo. “Estamos abriendo todos los días, pero vamos a cerrar por salud”, piensa en voz alta el profesional, cargado de responsabilidad. “Seguimos teniendo mucho trabajo. Ese es el problema porque trabajamos nerviosos y sabiendo que cualquiera podemos enfermar”, añade. Ánimo de servicio mezclado con incertidumbre y cierto temor. Un cóctel al que hoy también vencerán estos héroes sin capa para sobrellevar la cuarentena.
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