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Sábado, 6 de marzo 2021, 20:43
A Lucía le brillan los ojos de felicidad. Su hija dice que antes sólo le brillaban cuando le caían las lágrimas, que era un día sí y otro también. “Doy gracias al coronavirus porque gracias al confinamiento toqué fondo y me sirvió para darme ... cuenta de lo que estaba sufriendo, me salvó”, reconoce esta mujer que prefiere ocultar su identidad bajo el nombre de Lucía.
Cuando no había cumplido la mayoría de edad comenzó su relación con la que fue su única pareja. Una relación que desde el primer minuto estuvo basada en los celos de él, el control, los insultos diarios hacia ella, las humillaciones, vejaciones y las reacciones violentas. “Rompía platos, reventaba las puertas, me tiraba cosas.
Al principio me pedía perdón al día siguiente, pero después ya no. Me decía que era una vaga aunque trabajaba todo el día, que no valía para nada”, explica ella.
Una relación de 14 años que anuló a esta mujer, sumida en el miedo y la ansiedad. Ni la llegada de dos hijos calmó el ambiente. “Si sales de casa lo harás en una caja de madera de pino”.
Era la amenaza de muerte que más repetía el agresor. Lucía nunca se había atrevido a contar lo que le ocurría a su familia ni a sus amistades. “A una amiga sí le decía que él me tenía harta. Que cuando veía noticias en la televisión de asesinatos a mujeres, pensaba que la próxima podía ser yo por las veces que me decía que me iba a matar. Mi amiga me empezó a hacer muchas preguntas y dejé de contarle más detalles”, confiesa Lucía.
El encierro domiciliario impuesto en el primer estado de alarma fue un infierno para Lucía y sus hijos. “Era un acoso y derribo hacia mí ya todos los días. Con insultos, diciéndome que era una mala madre, que no hacía nada, que no valía para nada... Empecé a darme cuenta de que pasaba algo”.
Un día Lucía vio en la televisión una noticia sobre violencia de género y apuntó en un papel unos teléfonos de Whatsapp que aparecían para las mujeres que no podían llamar al 016. Pero en ese momento no descolgó el teléfono. Lo hizo tres semanas después tras vivir uno de los episodios más violentos de manos de su agresor.
“Estábamos comiendo en el salón y yo estaba partiendo con la tijera la carne del niño. Al terminar dejé las tijeras encima de la mesa y me levanté a por agua a la cocina. Al volver, él me estaba esperando con las tijeras. Me acusó de que había dejado las tijeras encima de la mesa para que se matara el niño y me las puso en el cuello. Entonces salí corriendo a la terraza a pedir auxilio. Él me cerró la puerta y tuvo que venir mi hija a abrirme. En ese momento vi la luz. Me dije que no podía seguir viviendo con él porque me iba a matar, me iba a enterrar por ahí y no me encontraría nadie. Pensaba en el caso de los niños Ruth y José y en que podía pasarle lo mismo a mis hijos. Entonces cogí los teléfonos que tenía guardados y llamé”.
En esa comunicación le pusieron en contacto con la Asociación de Ayuda a la Mujer Plaza Mayor.
Lucía habló con Jésica Joaquín, la psicóloga. “Fue mi salvadora y me ayudó abrir los ojos y a ver que se puede salir y ser feliz. Cuando hablé por primera vez le dije que creía que lo que pasaba en mi casa no era normal, que si él podía ser bipolar o tener un trastorno...
Como no me pegaba todos los días no creía que era maltratada. Ella me dijo que observara esos días a mis hijos. Fue entonces cuando me di cuenta de que cuando había violencia, mi hija llevaba a su hermano a la habitación y le tapaba los oídos. La niña había madurado antes de tiempo y se enfrentaba a su padre para protegerme. Se llegaba a poner encima mío para que él no me diera patadas. Me decía que aguantara y que fuera fuerte”, revela Lucía.
El segundo paso liberador para esta mujer víctima de violencia de género fue contárselo a su familia. Fue entonces cuando supo que tenía que separarse y denunciar. Una decisión que admite que fue difícil. “Fui preparando una bolsa con ropa y papeles de los niños sin que él me viese. El mismo día que ya tenía pensado ir a denunciar él me seguía diciendo: ”A ver si llegas a esta semana, a ver si te toca la china y te vas al cementerio”.
Cinco horas se pasó en la Comisaría relatando su caso. “Fue muy duro. Tuve que ir al Hospital para que me dieran un calmante y también vino la psicóloga de guardia”. Lo calificaron de alto riesgo e inmediatamente los agentes acudieron a buscar y detener al agresor que tiene una orden de alejamiento por dos años.
Después de aquello, Lucía perdió 22 kilos en tres meses. Estaba sola, con sus hijos, y en Erte pero se ha logrado reponer. “Ahora soy la mujer más feliz del mundo. Te vuelves a valorar y ves que eres capaz de hacer cualquier cosa por tus hijos, que no te hace falta nadie.
Somos una familia de tres y es lo mejor. Miro las llaves marcadas en el radiador de la última vez que me las arrojó y me digo: ya pasó y se puede salir. Se lo digo también a todas las mujeres víctimas”.
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