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Viernes, 11 de febrero 2022, 12:45
Dice que le encantaría contar su historia con nombre y apellidos para romper de una vez por todas el sinfín de estigmas que hay sobre la salud mental, pero prefiere no hacerlo por preservar la intimidad de su hija. Ana —nombre ficticio— es madre de una joven con esquizofrenia y asegura que aún a día de hoy, después de toda la experiencia adquirida, en muchas ocasiones no sabe cómo actuar.
Hace ya 10 años que su hija, cuando tenía unos 20, sufrió el primer brote. “Es un impacto enorme. No sabes qué está pasando. Es muy angustioso porque ella no era consciente de lo que estaba pasando. Decía cosas que no eran coherentes y cargaba sobre todo contra la familia”, explica.
Avisaron al médico de Urgencias pero su hija no quería ir al Hospital y había que hacerlo por la fuerza. Entonces la Guardia Civil se personó en su casa. “Eso es horroroso. Es como un atropello porque no te esperas que todo eso te vaya a pasar a ti y menos de esa forma”, reconoce. Por suerte, Ana logró llevar a su hija al Complejo Asistencial. “Ella estaba muy asustada. Cuando nos dijeron lo que estaba pasando no te lo crees y te empiezas a preguntar qué va a pasar a partir de ahora”.
Tras ser valorada, ese mismo día fue ingresada en la ya en desuso planta séptima del Hospital Clínico. Desde entonces, la joven ha tenido varias entradas y salidas en la Unidad de Hospitalización Breve. Sin embargo lo más complicado, relata Ana, es el día a día en el domicilio familiar. “En casa te conviertes en médico o policía. Lo que parece que menos ejerces a veces es de padre o madre”, lamenta entre lágrimas.
“Ahora por suerte está estable y tiene una vida como la de cualquier otra persona, con sus horarios, con su trabajo... Pero a estas personas les cuesta mucho asumir que tienen una enfermedad mental y durante mucho tiempo mi hija estuvo sin querer tomar la medicación. Creo que es necesario que haya más terapias para que acepten su enfermedad y asuman que se tienen que controlar”, dice.
Y no solo ellos, sino los familiares más próximos. “Yo he tenido muchas situaciones en las que he sentido que no podía más. Te dan ganas de salir, sin saber dónde, de caminar sin rumbo...”. Por ello Ana echa de menos un mayor seguimiento de los pacientes. “Debería haber un contacto continuo, por protocolo. No que tengas que llamar tú para solicitar una cita sino que a veces echo de menos un teléfono directo. Entiendo que no puedas hablar cuando quieras con tu psiquiatra pero sí podría ser con otro especialista que hiciera de puente y que le hiciera llegar algunos comportamientos que tú estás detectando, porque eres quien está continuamente esa persona, y que piensas que pueden derivar en algo más grave”, relata la salmantina.
Pero además, Ana lamenta no poder ir ella, a solas, a la consulta del psiquiatra. “Debía haber una consulta paralela porque hay veces que el médico te pregunta algo y contestar ciertas cosas conlleva una disputa con tu hijo o hija, porque ellos a veces no lo cuentan todo. No debería tener que estar yo llamando para informar de algo porque da la sensación que hago algo malo, como que lo hago por la espalda. Parece que le estoy fallando a mi hija, cuando lo que quiero es lo mejor para ella”, añade entre sollozos. “Es una carencia que la mayoría de los familiares tenemos, sobre todo cuando el paciente no quiere que se le acompañe”, concluye.
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