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Jueves, 6 de febrero 2020, 21:42
José Sacristán llega a Salamanca con el Liceo a rebosar para sus funciones del viernes y el sábado con “Señora de rojo sobre fondo gris”, de Miguel Delibes, que le está dando muchas satisfacciones.
–Esta obra es una mirada de Delibes sobre la condición humana.
–Miguel Delibes acostumbraba a mirarnos y a mirarse de una manera muy singular. A contarlo todo con las palabras más sencillas, más próximas y más cercanas. En este caso se protege con un personaje de ficción, pero se está contando a sí mismo con lo que ocurrió con la enfermedad y la muerte de su mujer, que para él era todo.
–Delibes se resistió a ceder los derechos para el teatro.
–Conocí a Delibes cuando estaba haciendo “Las guerras de nuestros antepasados” en 1989. Y decía que no quería que nadie le pusiera cara a este personaje. Que ni siquiera él le había puesto la suya. Que era un vómito que él había largado y se acabó. Pero nunca perdí la esperanza. Dos años y pico antes de morir, consintió que yo hiciera una lectura dramatizada a la que él no pudo asistir. Y también convencí a mi amigo Pepe Sámano, que fatalmente ha fallecido hace unos meses. Fueron sus hijos quienes nos autorizaron a llevarla al teatro y hemos conseguido su aplauso.
–Considera a Delibes uno de los mejores escritores en lengua española.
–Primero, por la sencillez y la mirada despojada de toda retórica y todo énfasis. Y es un prodigio dando testimonio de lo que está ocurriendo de una manera tan limpia.
–¿Se va a retirar de los escenarios?
–Hay que puntualizar... Yo he dicho que ya he cumplido 82 años y tengo compromisos con esta obra hasta muy avanzado 2021, cuando quiero ir a Buenos Aires. Pero por sentido común lo más probable es que cuando llegue 2022, y vaya usted a saber cómo estamos de las goteras, será muy difícil que yo encuentre un texto que me ocupe como me ocupa esta obra, no solo como actor, sino como ciudadano porque tuve el privilegio de ser amigo de Miguel Delibes. Sumando unas cosas y otras, lo más probable es que en 2022 diga: hasta aquí hemos llegado. Pero no estoy anunciando mi retirada.
–En Argentina le propusieron para presidente de la República.
–Fue un fenómeno que provocó “Solos en la madrugada” (1978), de José Luis Garci. Sobre todo el monólogo final, que es una declaración de principios que tuvo una lectura política en Argentina en aquel momento. Y yo he correspondido. Una de las cosas de las que me siento más orgulloso es de que los actores, las actrices y los directores argentinos me consideren uno de ellos porque a mí me parece que son la hostia de buenos. He tenido casa, pareja en Buenos Aires... Mi relación con Argentina es total.
–Le gusta llegar pronto al teatro.
–Muy pronto, como mínimo dos horas antes. Y me gusta mucho el olor de la colonia Álvarez Gómez. Siempre tengo que tener un frasquito de colonia y una pastilla por si hay alguna flema.
–Ha acabado de rodar “Alta mar” para Netflix.
–Propongo mis condiciones: el día que hay teatro no hay rodaje y el día que hay rodaje, no hay teatro. Los rodajes se hacen cada vez más duros y el teatro es de señoritos. Lo terrible son los móviles y las toses. En esta obra cada tos es un flechazo que te lanzan: se interrumpe la musicalidad del texto. Es terrible que la persona para la que trabajas suponga un accidente en tu trabajo.
–No tiene móvil, como José Luis Garci.
–No tengo. E internet lo maneja mi mujer. Creo que Sabina tampoco tiene móvil.
–Garci va a su casa, donde tiene un cine y un reclinatorio. Ven películas de rodillas.
–Las películas de Mankiewicz las vemos de rodillas. “Eva al desnudo”, “Julio César” y “Carta a tres esposas” no se pueden ver sentado; eso es una falta de respeto. Conseguí el sueño de mi vida, que es tener un cine, y lo pasamos muy bien. Y ahora he quedado impactado con “1917”, de Sam Mendes.
–Dirigió tres películas, “Yo me bajo en la próxima ¿y usted?”, “Cara de acelga” y “Soldados de plomo”. Estuvo muy digno.
– No me arrepiento. Ahora prefiero que trabaje el cómico Sacristán y que el director Sacristán vea películas y siga aprendiendo.
–De niño quería ser Tyrone Power.
–Quería ser Tirone Pover. Con seis o siete años no supe que quería ser actor. Creía que un indio era un indio y que quien se moría, se moría. Cuando supe que a la gente le pagaban por hacer de indio y de muerto, dije: ¡Coño, esto es cojonudo; es como seguir jugando! Lo sigo haciendo después de 60 años. Me dedico a la interpretación por lo que tiene de juego, que se crean que soy el que no soy, que se rían y lloren.
–Se desmayó en el cine viendo “Las mil y una noches”.
–Cuando torturaban a Thurhan Bey en la rueda, me desmayé en el cine Padilla cuando estaba con mis padres. Me diagnosticaron labilidad emocional: una alteración de las emociones, que también me ha jugado pasadas dermatológicas, oftalmológicas... Los de Chinchón somos así.
–Ha cantado zarzuela, estuvo en su salsa en los musicales y tiene gracia imitando a las grandes folclóricas.
–Ya no; el registro se ha ido a hacer puñetas. Soy una tonadillera frustrada. Pero todavía tengo el pellizco flamenco.
–¿Qué recuerdos le trae Salamanca?
–Rafael Farina, que era maravilloso. A Salamanca se peregrina, no se viaja: hay que patear la ciudad y disfrutarla. Y el Liceo también es una maravilla.
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