Veinticinco ucranianos que huyeron de la guerra conviven en las instalaciones situadas en el Paseo Fluvial. LAYA

Un hogar en Salamanca para los ucranianos a los que el Estado ha dejado sin ayudas

Por regresar a su país al funeral de un padre o abuelo, o por negarse a abandonar sus estudios de cocina han perdido toda la ayuda del Estado español. Son los 25 ucranianos que conviven en las instalaciones de Proyecto Hombre

Carlos Rincón

Salamanca

Martes, 20 de junio 2023, 17:42

Tras dejar atrás un hogar situado a solo 38 kilómetros de la frontera con el enemigo, Olha Nychyk y su hija Kateryna se subieron a un avión que les trajo desde Georgia. De aquel doloroso viaje en el que la invasión rusa les obligó a ... dejar atrás su vida en Ucrania ha pasado más de un año. Cuando llegaron a Salamanca, se integraron en el programa estatal de protección internacional y, como entidad encargada de ofrecer la acogida de emergencia, la ONG Accem las alojó en un hotel. La suya fue una esas miles de familias que la guerra partió por la mitad. Kateryna, que ahora estudia 4º de la ESO en el instituto Martínez Uribarri, dejó atrás a su padre y a su hermano de 26 años. «Todos los hombres tienen que quedarse», explica la adolescente en un casi perfecto español aprendido en apenas trece meses.

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«Mi esposo murió en octubre del año pasado y regresamos a Ucrania para el funeral. Al volver a Salamanca dos semanas después, nos dijeron que no podíamos entrar de nuevo en el programa de refugiados», recuerda Olha. Regresaron a la capital del Tormes porque en su país no tenían donde quedarse. «En mi ciudad está todo destruido. Una semana hay bombardeos y otra, no. No podemos volver allí», asegura. Al haber abandonado España, madre e hija se quedaron sin la opción de seguir recibiendo el apoyo del Ministerio de Migraciones español. Así fue como ambas acabaron en la «pequeña Ucrania» en la que la Fundación Alcándara convirtió en primavera de 2022 las instalaciones con las que Proyecto Hombre cuenta en el Paseo Fluvial. Pese a las cicatrices que su corazón aún trata de curar, la constante preocupación por su hijo que lucha en Kiev contra las tropas de Putin, y la incertidumbre de si algún día podrá regresar a su país, una gran sonrisa ilumina su cara. Olha era economista, un trabajo que aquí le resulta imposible poder desarrollar. Así, desde hace dos meses trabaja de ayudante de cocina en un restaurante de Salamanca. De la «gran familia» de 25 ucranianos que viven en las instalaciones de Proyecto Hombre es la única que actualmente cuenta con un contrato laboral.

Economista en Ucrania, ha conseguido trabajo como ayudante de cocina. Vive en Salamanca con su hija. Su hijo sigue en Ucrania y su marido falleció en la guerra. LAYA

Tras la invasión rusa, toda la comunidad internacional se volcó en ayudar y acoger a las familias que huían de Ucrania. La «explosión» de solidaridad fue perdiendo fuerza de la misma forma que ha ido decayendo el interés informativo por un conflicto sin visos de terminar en el corto plazo. Hoy, 20 de junio, se celebra el Día Mundial de los Refugiados. Tanto Olha y Kateryna, como el resto de ucranianos que comparten techo en las instalaciones situadas a orillas del río son refugiados, pero no están incluidos en las «listas» oficiales. Madre e hija perdieron toda opción de recibir ayudas estatales por acudir al funeral de su marido y padre, respectivamente. No son las únicas que han tenido que renunciar a la protección que tenían para despedirse de un ser querido.

Sin apoyo tras fallecer el abuelo

Artem y Veronika Dudova esperan junto a su padre el regreso de Liubov desde Ucrania. Ella, su madre, tuvo que volver a un país en guerra para enterrar al abuelo, fallecido recientemente en Salamanca. Para que sus restos descansen en su tierra natal, la familia se ha visto obligada a renunciar al sistema de protección que ofrece España a quienes llegan huyendo de conflictos armados o de la persecución política. El pequeño de la familia ejerciendo como traductor de su padre Ihor relata: «La asociación (por Accem) no nos dejaba ir a Ucrania porque murió nuestro abuelo, y nos tuvimos que salir. Mi madre fue a enterrarle y aún no ha vuelto». Hasta que tomaron esta decisión, el Estado, a través de una ong, los tenía alojados en un céntrico hostal de la ciudad, donde los pequeños recuerdan que, ante la falta de espacio, estudiaban de rodillas en la cama. Al salir del itinerario oficial de protección internacional, toda la familia fue acogida por la Fundación Alcándara. «Nos hemos adaptado bien. Tenemos amigos. Pero echamos mucho de menos Ucrania. Queremos volver», asegura el niño, que acaba de recibir muy buenas notas para cerrar el curso.

Durante varios meses, Ihor consiguió trabajar para un empresa de construcción en Salamanca. Ahora está de nuevo en el paro y espera a que su mujer regrese de Ucrania y la familia vuelva a reunirse para buscar otro empleo. Como el resto de sus compañeros de «casa», viven de las ayudas que les concede el Ayuntamiento de Salamanca y de lo que la Fundación Alcandara logra a través de donaciones. Una vez que cada uno de ellos se ha ido quedando fuera del sistema de protección internacional, la Concejalía de Familia, a cuyo frente se encontraba hasta hace unos días Ana Suárez, les ha otorgado ayudas de emergencia para que puedan afrontar gastos básicos.

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La madre de Veronika regresó a Ucrania para enterrar al abuelo de la familia que falleció en Salamanca. Ihor se ha quedado con los niños en las instalaciones de Proyecto Hombre. LAYA

Olena Drobottia era diseñadora. Tetiana Timokhina era profesora. Iryna, vendedora. Cada uno de los «habitantes» de la «pequeña Ucrania» a la que da cobijo la Fundación Alcándara en Salamanca tenía un trabajo, una profesión, un hogar y un futuro. Las bombas y disparos rusos acabaron con todo y ahora tratan de recomponer su vida en Salamanca. Tratan de buscar un empleo que les permita salir adelante sin depender de las ayudas municipales y de las donaciones. «Se ha normalizado la estancia de las familias ucranianas en Salamanca. Ya no hay tanta conciencia de guerra. Se les ve integrados», explica el presidente de la Fundación Alcándara en Salamanca, Manuel Muiños, para explicar que la sociedad se ha «acostumbrado» a los refugiados y es menos consciente de las necesidades que continúan teniendo.

Solo Alina Haivoronska mantiene su antiguo empleo gracias al teletrabajo. Mientras ella vive en Salamanca, su hijo de 22 años sigue en Kiev. No le han llamado a filas. continúa con su trabajo en un empresa, pero, como el resto de los hombres del país, tiene prohíbido abandonar el territorio. No se ven desde hace más un año, pero hablan a menudo, cuenta la madre, preocupada por los bombardeos y por los ataques que se han vivido durante las últimas semanas.

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La cocina y el salón son las dos estancias en las que los ucranianos acogidos por la Fundación Alcándara comparten más momentos. LAYA

El joven cocinero de Armenteros

Aunque la mayoría son mujeres, en las instalaciones de Proyecto Hombre, también hay varones. Serhii tiene 19 años. Era uno de los chicos que fueron acogidos inicialmente en el colegio de Armenteros. Hace ya un año que llegó a España. Llegó casi como un niño, pero al superar la mayoría de edad se le empezó a aplicar el mismo itinerario que los refugiados adultos. Después de haber iniciado estudios de cocinero en la Escuela de Hostelería, se estableció su traslado a Valladolid, lo que implicaba que abandonase sus clases. En lugar de dejarlas, optó por salirse del programa de protección internacional y también fue acogido por la Fundación Alcándara.

Frente a Tetiana que, junto a sus hijos, es casi una de las primeras «vecinas» de la «pequeña Ucrania», llegó a España en marzo de 2022 gracias a los bomberos de Valencia, la familia Iryna, Olha y Andrii han sido de los últimos en incorporarse. Llegaron el pasado abril desde Polonia, donde han permanecido casi medio año. Ellos residían en la zona de Jersón, uno de los territorios más castigados por la guerra y en el que recientemente se han inundado municipios enteros por la destrucción de una presa. Apenas saben español pero ya tienen su propia mesa en el comedor por el que cada día pasan los 25 ucranianos que residente en las instalaciones de Proyecto Hombre. Ninguno sabe cuándo podrá volver a su país, ni cuánto tiempo estará en Salamanca, pero cada día trabajan para salir adelante y reconstruir su vida a miles de kilómetros de su hogar.

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