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El barrio salmantino de Pizarrales, que aglutina 120 años de historia, ha sido durante décadas el barrio obrero por excelencia de la capital charra. Un lugar que marcó un antes y un después en el asociacionismo vecinal del siglo XX y que fue precursor en la 'lucha' de servicios y derechos. Los vecinos actuales aseguran que la verdadera esencia de Pizarrales reside en la importancia de su sociedad civil, su solidaridad, las redes de ayuda mutua y su capacidad reivindicativa. El barrio careció de servicios esenciales como el agua, el alcantarillado o el asfaltado hasta bien entrados los años sesenta.
Todo comenzó en el año 1904 con la creación de «El Ventorro de la Duquesa», una taberna que surge en la confluencia del Camino Viejo de Villamayor con la carretera de Ledesma a manos de Eleuterio Hernández y Filomena Sánchez, un agricultor de Villamayor y su esposa. «El emprendedor vio una oportunidad de negocio en ese lugar, ya que era un importante paso de carros para aquellos que trasladaban la piedra de Villamayor, por un lado, y las harinas de una fábrica que se situaba en la actual 'Hacienda Zorita», explica Miguel Borrego, historiador y vecino del barrio de Pizarrales.
Sin embargo, no es hasta 1908 cuando los primeros vecinos comienzan a parcelar unos terrenos del kilómetro dos de la carretera de Ledesma que no tenían dueño para levantar sus viviendas al margen de la ordenación urbanística. Aunque las leyendas afirman que eran propiedad de la 'condesa de las Nieves', no se ha hallado documentación que fundamente este hecho.
En la primera década del S. XX llegan los primeros pobladores a un barrio que carece de los servicios más esenciales. «En aquella época existía la figura del alcalde de barrio. Alberto García fue el primer alcalde del barrio de Pizarrales y a día de hoy una calle lleva su nombre. Posteriormente lo fue también Hilario Garrote, otra figura muy recordada en el barrio», explica Borrego. Además, se abren en el barrio nuevas fondas como «Matías Merchán», «El Primero de Mayo», «La Codina» o «El Tío Caparratones».
Entre los años 1910 y 1930, según el estudio realizado por el vecino Miguel Borrego, la población del barrio pasó de 53 a 1.427 habitantes. El crecimiento demográfico está muy relacionado con el gran éxodo rural de las primeras décadas del S.XX.
Según la información facilitada por la actual asociación de vecinos a este periódico, Pizarrales surge como un barrio de urbanización marginal y de carácter ilegal. Desde la primera década del siglo XX, aglutinó personas procedentes del mundo rural y algunos obreros de la capital que no podían permitirse hacer frente al coste de una vivienda en el centro de la ciudad. Asimismo, el núcleo vecinal debe su nombre a la roca pizarra, que fue el material mayoritario del firme de sus calles -convertidas en cuestas y barrancos- y de sus «terrenos escabrosos». A consecuencia de ello, este fue uno de los elementos más utilizados en las primeras construcciones residenciales del barrio. En cuanto a los oficios, los pizarraleños trabajaron en su mayoría en oficios ligados a la construcción. Las mujeres del barrio también trabajaron en oficios relacionados con el hogar, como asistentas, sirvientas o criadas. En otros casos como sastras, modistas o trabajadoras de alguna fábrica textil de la capital.
Miguel Borrego
Licenciado en Historia y vecino del barrio
Los pizarraleños de las primeras décadas del S.XX fueron en su mayoría obreros y no contaban con grandes recursos económicos. Los primeros hogares fueron el resultado del trabajo y sudor de los propios vecinos. La fisionomía del barrio estuvo definida por hileras de «casas molineras», unas viviendas de estructura sencilla con un pasillo central y habitaciones a ambos lados con un patio al fondo. Por otro lado, los primeros moradores, procedentes del mundo rural, consiguieron trabajos en oficios del mundo de la construcción y ellos mismos levantaron sus casas. «Sacaban la pizarra del suelo y las casas se fabricaban entre varios vecinos de forma ilegal en horas libres o días de fiesta. La mampostería de las estructuras era de adobe y de materiales de baja calidad. Siempre hemos oído a los vecinos mayores del barrio que las obras se hacían de noche y las multas se ponían de día», explica Borrego. Además, la mayoría incorporaban un corral con cerdos y gallinas para el autoabastecimiento de los hogares. También plantaban árboles frutales y, en algunas ocasiones, cuidaban pequeños huertos.
«En el año 1913, una comisión de vecinos de Pizarrales mantuvieron reuniones con el Ayuntamiento de Salamanca y la diócesis para pedir una capilla en la que oír misa, una escuela para sus niños y una bajada de impuestos para Pizarrales», explican desde Munibar. En 1916 se construyó la Iglesia Vieja de Pizarrales coincidiendo su inauguración con el día de San Juan de Sahagún de ese mismo año. Este elemento, que supuso la «consolidación del barrio» fue sufragado por la diócesis salmantina en tiempos del obispo Julián de Diego y García Alcolea y con un presupuesto de 16.000 pesetas. «Dos años después conseguimos la primera escuela del barrio, una femenina y otra masculina. Los primeros maestros fueron Joaquín Aparicio y Sofía Hernández», explica Borrego.
La Sociedad de Socorros Mutuos del barrio, «una de las primeras de España» según testimonios de los vecinos actuales, surge en el año 1917 con el vecino Ventura Benito como presidente y con el apoyo de Matías Merchán, Hilario Garrote o Ignacio de San Agapito, entre otros. «Es el primer eslabón del rico movimiento asociativo que caracteriza al barrio. La sociedad, con el aporte de los integrantes de una peseta al mes, socorría a la gente que no tenía trabajo o que tenía enfermedades que le impedían ganarse el pan. También fue el germen del marcado carácter reivindicativo del barrio», asegura Borrego.
«Nuestros antepasados comprendieron muy pronto que el agua y la vivienda serían los dos ejes sobre los que tendrían que construir su futuro como barrio», explican Mercedes Iglesias y Miguel Borrego a este periódico. Resolver el gran problema del agua fue el objetivo principal de los vecinos de Pizarrales hasta los años sesenta. En 1913, el Ayuntamiento construyó un pozo público pero se quedaba corto ante el aumento de la población. Posteriormente se instalaron otros pozos y varios lavaderos, pero no fue suficiente.
Los vecinos deciden acometer ellos mismos, con dinero de sus bolsillos y con pico y pala, la gran obra que llevaría el agua corriente hasta sus casas. La Junta Parroquial de Asuntos Sociales es quien se encarga de canalizar los esfuerzos del barrio para abrir una gran zanja de 2.200 metros desde el depósito de la Chinchibarra hasta el teso de los Cañones, de un metro de profundidad y 60 centímetros de ancho. Un millar de vecinos se organizaron en turnos de 200 y 300 personas para realizar la zanja y cada uno puso 1.000 pesetas de entonces para costear el millón de pesetas de la obra. Este hito solidario está registrado en los anales del barrio que aún guarda la relación de nombres de los vecinos, calle por calle, que lograron con su esfuerzo físico y económico que el agua llegara a Pizarrales. Durante más de un año tuvieron que picar 12 kilómetros de tuberías, pero el esfuerzo dio sus frutos y el 6 de octubre de 1963 se inauguró el depósito con una gran fiesta con verbena.
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